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Travesías de agua

Andoni Calderón Rehecho 4 de Diciembre de 2012 a las 14:25 h

Lo que destruimos era más bello que lo que buscábamos. (Ospina, William. El país de la canela, p. 211)

Algunas de mis últimas lecturas se relacionan, sin pretenderlo, con el agua; al fin y al cabo, parte primordial de nuestra constitución humana. Curiosamente ahora mismo leo una obra excelente en el momento en que se cuenta cómo unir dos mares a través de la tierra de Panamá, al mismo tiempo que se desgaja como Estado de Colombia.

Sin embargo, ahora quiero referirme a una biografía y a una novela histórica relatada de manera autobiográfica. Se trata de la vida de Magallanes narrada por Zweig y de una obra ya mencionada en este blog: El país de la canela, de Ospina. Ambas tienen como uno de sus protagonistas un narrador/testigo interno: uno histórico, Antonio Pigafetta; y otro novelado, porque... "Si alguien no lo describe, ¿qué valdrá un hecho?" (Magallanes: el hombre y su gesta, p. 94)

 

 

Magallanes: el hombre y su gesta responde a un intento de Zweig de corregir su propia impaciencia al hacer un viaje transatlántico: pretende rememorar cómo eran esos viajes en otra época y no se le ocurre idea mejor que relatar la odisea que demostró de manera irrebatible que la tierra era redonda o al menos que se parecía más a una naranja arrugada que a una hoja de papel (y también que se mueve sobre su propio eje, por lo que navegando hacia el Oeste "puede arrebatarse tiempo a la eternidad" (p. 190) como sucedió también literariamente en La vuelta al mundo en 80 días). Nos cuenta la aventura de Magallanes, cuya peripecia es semejante a la del Colón que pretende llegar por el Oeste al mundo de las especias; con el agravante de ser portugués y haber llegado ya el reino de Portugal a ese mundo especiado por otra ruta, casi sólidamente establecida, rompiendo las rutas comerciales existentes ("El resonar de este golpe, el más decisivo que en todos los tiempos haya recibido el Islam, se oye a lo lejos hasta China y el Japón, y el eco lo devuelve jubiloso a Europa" p. 38) e inaugurando un nuevo tipo de colonización.

5 naves partieron de la Península y sólo una llegaría tras completar el periplo: una se volvió antes de encontrar el paso al que daría nombre quien capitaneaba la expedición y otra sería desechada en la última etapa del viaje, antes de iniciarla. Hambre, sed, penurias, silencio y secretismo, rebeliones, fenómenos naturales adversos (también la calma chicha cuando es preciso avanzar) y algunos hitos de la navegación impuestos bien por el desconocimiento: la deriva por el Pacífico hasta encontrar tierra por primera vez; bien por la política: la imposibilidad de tocar tierra porque los portugueses tenían orden de hacerlos prisioneros motivó que la tripulación que acompañaba a Elcano cubriera sin escalas todo el Índico y buena parte del Atlántico, hasta Cabo Verde, donde sólo se arriesgaron porque estaban al borde de la extenuación.Plano del mundo con los hitos básicos de la expedición

Magallanes es presentado como sumamente metódico y perseverante ("Sólo porque se entregó con toda el alma a una ilusión transitoria descubrió una verdad permanente" p. 58) pero no muy ducho en relaciones humanas. Jamás tuvo un momento de gloria que no se empañara de alguna manera. Un ejemplo sería su testamento, ninguna de cuyas provisiones se cumplió por una razón u otra. Otro, los escasos resultados prácticos de su empresa, ya que el paso descubierto no resultaba efectivo para lo que se pretendía (Drake le encontraría otras utilidades) y los derechos sobre parte de las tierras se vendieron a Portugal.

Pero más importante que su propia figura, es lo que supone su empresa y los nuevos impulsos que desata en Europa, que se unen a los que ya estaban en marcha: "En el espacio de dos, de tres decenios, el par de centenares de barcos pequeños que zarpan de Cádiz, Palos o Lisboa, descubren más mundo desconocido que antes la Humanidad entera en el transcurso de miles de años de existencia (p. 26)... Nunca, ni antes ni después, la Geografía, la Cosmografía y la Cartografía han llegado a un ritmo tan acelerado, tan arrollador, como en aquellos cincuenta años progresivos" (p. 27)

 

No queremos dejar de mencionar algunas "paradojas":

Quien se llevaría la gloria, aunque no llegó solo, fue Elcano, que habría sido uno de los que se rebelaron y querían volver cuando se encontraban en la Patagonia argentina.

Quien primero dio la vuelta al mundo no fue ninguno de ellos, sino Enrique -el esclavo de Magallanes- un asiático que una vez llegados a las Molucas habría completado el ciclo.

Los navegantes dieron el nombre de islas de los ladrones a aquellas cuyos moradores sin ningún recato subían a sus barcos y se llevaban lo que querían y/o podían. No parecía sugerirles lo mismo entrar en un puerto lleno de barcos de diferente procedencia y sentirse ya dueños y señores de dicho espacio en nombre de su rey. "Porque a aquellos sencillos paganos les parece tan natural y corriente -los hombres desnudos desconocen los bolsillos- meterse entre los cabellos un par de chirimbolos brillantes, como a los españoles, al Papa y al Emperador declarar propiedad legal del Rey cristiano todas aquellas islas, aun sin descubrir, con sus hombres y bestias" (p. 153).

Lo que para Europa eran baratijas y riqueza para los asiáticos tenía la lectura contraria: esas especias por las que pagaban los europeos precios desorbitados (un solo barco de especias cubrió todos los gastos de la expedición, sin contar las vidas humanas, que como es sabido valen poco) para los asiáticos no tenían un valor especial.

 

Como acompañante en esta reseña, la excelente prosa de El país de la canela. Ignorante de su tema, olvidado de la mención en Sinololeonolocreo me dejé llevar por su aluvión de palabras encadenadas, emitidas por uno de los primeros pobladores mestizos de la tierra americana cuyo padre combatiera junto a Francisco Pizarro y que abandonando para siempre a la india que le cuidara desde niño iría a reclamar los derechos de su padre a un Perú convulso, como lo eran todas las tierras por las que peleaban entre sí los "conquistadores", y acaba embarcándose en una codiciosa y surrealista aventura (4.000 indios,  2.000 llamas, 2.000 cerdos, 2.000 perros de presa adiestrados para despedazar, que se desvanecerán por los rigores de la naturaleza, su destino establecido y la ira despiadada cercana a la locura de algunos hombres) dirigida por el cruel Gonzalo Pizarro en busca de un mítico país de árboles de canela que jamás encontrarán porque no existió sino en el deseo de los que lo buscaban (Todos creyeron, todos creímos a ciegas en el País de la Canela, porque alguien había contado que ese país existía y centenares de hombres necesitábamos que existiera: p. 46). Esquema de viaje sólo por el ríoCuando prácticamente todo se ha perdido se pide a unos voluntarios, entre los que se encuentra el narrador, que se adentren río adelante para buscar algún tipo de ayuda sin saber que acabarán en el Amazonas ("Ahora sé que en cada rizo de agua de estos follajes de las montañas está naciendo el río más grande del mundo, pero eso uno no puede adivinarlo" p. 62) un mar de agua dulce corriente, habitado por multitud de pueblos, de leyendas... y donde sus embarcaciones, más juguete de la naturaleza que dominadoras de ella, se convertirán en una especie de representación de algo sagrado. Se acaban reproduciendo algunas de las situaciones de privación, sed, hambre, abandono, incertidumbre... de los hombres de Magallanes, ahora capitaneados por el tuerto Francisco de Orellana (a semejanza de Magallanes que murió en su viaje, Orellana moriría en uno posterior en el propio Amazonas), que parece (o lo finge) comprender a la multitud de pueblos que se encuentran en su camino. Recorren el enorme río hasta llegar al mar, no sin olvidar registrar las tierras como propiedad del rey, y después dirigirse hacia el norte, hasta llegar a la isla venezolana de Cubagua. Una experiencia que ha pasado a la historia como un hito y del que el narrador nos dice: "No veía la grandeza de nuestro viaje ni lo memorable de nuestra aventura; no sentí que se pudiera llamar hazaña a dejarnos llevar por un río y no hacernos flechar por sus dioses" (p. 169). No es lo único que nos cuenta el narrador: además de mencionar los enfrentamientos, conspiraciones, alianzas, traiciones... de los protagonistas castellanos en tierras americanas visitará la vieja Europa (entusiasmada -en los ambientes cultos- por los pormenores del reencontrado y mítico país de las Amazonas), donde en Roma contactará con Pietro Bembo gracias a la recomendación de su viejo benefactor, que no es sino Gonzalo Fernández de Oviedo, del que también cuenta su periplo vital. Toda esta historia tan bien narrada está siendo contada en realidad a Ursúa, que es el protagonista de otra de las obras de Ospina, segunda columna de una trilogía, que completa La serpiente sin ojos, recién aparecida y que para cerrar el círculo, de agua o no, espera la presencia de algún descreído lectoreseñador.

 

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Comentarios - 1

Andoni Calderón

1
Andoni Calderón - 7-10-2013 - 18:09:37h

Al final yo mismo menciono La serpiente sin ojos (que es de agua, porque es el río). Me ha defraudado. No me parece posible, salvo en contadas ocasiones, que sea la misma persona la que ha escrito ambas novelas. No creo que se deba al influjo de la excelencia de algunas de las últimas que he leído porque El país de la canela en absoluto desmerecía.
El primer tercio me da la sensación de ser una enumeración rápida de los que pasaron por aquellas tierras, como una crónica que no quisiera olvidar a nadie. Luego parece cambiar pero no consigue llegarme, se queda en la superficie del relato.
El mismo narrador que viajara con Orellana ahora nos habla de cómo Pedro de Ursúa prepara un viaje similar buscando Eldorado, cómo se enamora de Inés de Atienza y lo que sucede después con Aguirre, el de la cólera de Dios.
Como algo positivo tal vez la constatación una vez más de cómo los europeos han ido afrontando sus crisis desviando sus excedentes demográficos a otros lugares “conquistados” tal y como leía recientemente en Vidas desperdiciadas de Bauman. Así como una gran idea: “Aquí la única riqueza es conocer”.
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