"Yo habría debido reconocer la tragedia inminente el día en que mi país de poetas ya no fue capaz de escribir poesía".
El ruido de las cosas al caer de Juan Gabriel Vásquez esperaba ser leído cuando, a lomos del canon de Carlos Fuentes sobre literatura hispanoamericana del siglo XXI que mencionáramos en otra reseña, se le adelantó La historia secreta de Costaguana, una narración exuberante, fluida, alejada de secreto alguno a no ser del saber hacer con las palabras, que cuenta no una sino sucesivas, paralelas, superpuestas, entrelazadas historias.
Por ejemplo, la del rifle Chassepot, fabricado en Toulon en 1866, protagonista en batallas de varias guerras libradas en dos continentes, a las órdenes de diversos combatientes, que además de errar, siega la vida (o la cambia) de muchas personas antes de perderse en una jungla 10 años más tarde.
La de la Búsqueda del Padre, cuyo casi único contacto con su madre fue la noche de la concepción y las cartas de amor enviadas cada año y sistemáticamente quemadas tras ser leídas. Un padre que es referencia, hilo conductor, para evocar parte importante de las otras historias: la de Colombia, arrasada siempre por una eterna guerra civil que permite a cualquier colombiano aspirar a convertirse en héroe, donde "todo el mundo -quiero decir: todo el mundo- es poeta, y el que no es poeta es orador", ya que se trata de una "tierra de filólogos y gramáticos y dictadores sanguinarios que traducen la Ilíada", una Atenas sudamericana que con una mano hacía traducciones homéricas y con la otra, leyes draconianas; la del progreso necesario, liberalizador, simbolizado por un ferrocarril que muchos años después de su construcción no había logrado siquiera pavimentar las calles aledañas puesto que su objetivo nunca estuvo fijado en aquella tierra sino en los mares que separaba de manera exigua, no en la exuberancia de su naturaleza virgen y lluviosa sino en los intereses de compañías navieras; la del periodismo mercenario (o refractario como lo llama el hijo), ciego a los intereses a los que sirve, despreciado cuando ha agotado su papel, cuando ha estallado la burbuja financiera que ayudó a crear basada en un proyecto que absorbió los ahorros de una buena parte de franceses cegados por el dios Lesseps y el dinero "fácil".
Es la historia del nacimiento de un país entre dos océano, Panamá, nada ajeno a una de tantas desinteresadas neutralidades de los Estados Unidos (dispuestos a exportarla a Nicaragua) que como premio obtuvo una concesión de 100 años sobre una zona de 10 kilómetros de ancho en la que sólo regiría la legislación norteamericana.
Es una historia de amor segada por la no casualidad de la mencionada guerra eterna que desampara a sus supervivientes: El dolor no tiene historia, o mejor, el dolor está fuera de la historia, porque sitúa a su víctima en una realidad paralela donde nada más existe... Estábamos solos: de repente nos sentimos irrevocablemente solos.
Es la de la admiración convertida en paralelismo vital hacia un autor inmortal en la literatura y nada envidiable en su acontecer vital: traficante de armas, embaucador, enfermizo...: Joseph Conrad, de cuya obra Nostromo toma el título su nombre propio.
Es, en fin, la de un gran narrador que a medida que habla con nosotros, consciente de que nos necesita, nos va desvelando parte de los privilegios de que dispone como creador, para -en definitiva- dejarnos la última palabra, como auténticos "Lectores del Jurado".
"Pero hay algo que no vi. Y las cosas que no vemos suelen ser las que más nos afectan"