En muchas ocasiones, la Literatura tiene el poder incontestable de acercarnos a la realidad más sórdida de una forma menos brusca, más amable; bien distinta a como lo haría una simple crónica social o un objetivo reportaje periodístico. Ésa es la grandeza de la palabra escrita hecha arte: conmovernos, enriquecernos, emocionarnos... poder llegar a conocer hechos o personas, que nuestra realidad cotidiana tal vez no nos permita, y que nos reconcilian con el ser humano y su grandeza. Y es que la tolerancia y el respeto a lo diferente sólo se consiguen a través del conocimiento; y para llegar a éste, la literatura es una "herramienta" imprescindible.
"La vida ante sí" de Romain Gary, con la que ganó el segundo premio Goncourt de las letras francesas en 1975 (la primera vez, en 1956 con "Las raíces del cielo") bajo el seudónimo de Émile Ajar, es un buen ejemplo de ello.
El multiétnico y multicultural barrio de Belleville, suburbio del extrarradio parisino, sirve de escenario donde se desarrolla el argumento de esta novela que narra la historia de Momo, un niño musulmán, que vive junto con otros hijos de prostitutas como él, en la clandestina "pensión" de Madame Rosa, anciana judía superviviente de Auschwitz. Momo es huérfano de madre y no tiene a nadie en el mundo más que a la señora Rosa, una vieja enferma y exprostituta, con la que el niño mantiene una especial relación de ternura que lo lleva a mentir y salvar multitud de obstáculos para impedir que la ingresen en un hospital. Asimismo, Madame Rosa miente sobre la edad de Momo, rebajándola en cuatro años para mantener al chico a su lado y evitar que los servicios sociales lo separen de ella. El temor a quedarse solos en el mundo es lo que motiva la estrecha relación que mantienen ambos.
"¿Se puede vivir sin alguien a quien querer?" Esta pregunta, que subyace durante toda la novela, es el viento que acaricia a los personajes y el aliento donde nace cada palabra y cada reflexión del protagonista. Pero esta novela no es sólo la constatación de la necesidad del ser humano de amar, de proteger y sentirse protegido, de mantener y aferrarnos a lo poco o mucho que tenemos; también es un reflejo del miedo a la exclusión, al rechazo, al olvido, a la soledad...
A través de la mirada de Momo, enfrentado prematuramente a la crudeza y al desarraigo de la vida, el lector se sumerge en las reflexiones de un niño que habla de su mundo, del racismo pero también de la tolerancia hacia los demás, de la necesidad vital que tenemos todos de querer a alguien, de compartir, de comprender por encima de diferencias culturales, religiosas, sociales o económicas... Y todo, con una rara mezcla de humor, ingenuidad y ternura. El resultado, una novela llena de grandeza humana y ejemplo de belleza literaria.