Titulo: Lecturas de teoría sociológica clásica
Profesor: Mario Domínguez Sánchez
Departamento de Sociología V/Teoría Sociológica
Curso 2001-2002

 

TEMA 11.  El problema de la comunidad: Fréderic Le Play y Ferdinand Tönnies                   
TEMA 12.  La institucionalización de la sociología: Émile Durkheim
TEMA 13.  La sociología formal: Georg Simmel
TEMA 14.  La sociología comprensiva: Max Weber
TEMA 15.  Socialización e internalización: Sigmund Freud
TEMA 16.  La teoría clásica de las élites: Robert Michels
TEMA 17.  La escuela de Chicago I
                       Charles Horton Cooley: Organización social
                       William Isaac Thomas: El campesino polaco en Europa y América
TEMA 18.  La escuela de Chicago II: George Herbert Mead
TEMA 19.  El funcionalismo antropológico
                       Bronislaw Malinowski: Crimen y costumbre en la sociedad salvaje
                       A. R. Radcliffe Brown: Estructura y función en la sociedad primitiva

 

Tema 17. La escuela de Chicago

 

Charles Horton Cooley

Organización Social

2. Los grupos primarios

Denomino grupos primarios a aquellos caracterizados por una asociación y cooperación íntimas cara a cara (face to face). Son primarios en varios sentidos, pero principalmente porque son fundamentales en la formación de la naturaleza social y de los ideales del individuo. El resultado de la asociación íntima es, psicológicamente, una evidente fusión de individualidades en un todo común, de tal forma que la verdadera personalidad de cada uno, en muchos aspectos por lo menos, la constituyen la vida común y el objetivo del grupo. Quizás el modo más sencillo de describir esta totalidad, es decir, que constituye un «nosotros», implica la forma de simpatía a identificación mutua cuya expresión natural es el término «nosotros». Uno vive con el sentimiento de esa totalidad y encuentra las principales metas de su querer en ese sentimiento.

No debe suponerse que la unidad del grupo primario esté sólo formada de armonía y amor. Constituye siempre una unidad diferenciada y ordinariamente competitiva, que admite la autoafirmación y las diversas pasiones correspondientes; pero estas pasiones se encuentran socializadas por la simpatía, y se subordinan, o tienden a subordinarse a un espíritu común. El individuo puede mostrarse ambicioso, pero el objeto principal de su ambición será el puesto que desea tener en la opinión de los demás, y se sentirá leal a las normas comunes de servicio y juego limpio. Un muchacho, por ejemplo, discutirá con sus compañeros por el puesto en el equipo de fútbol, pero por encima del discutir colocará la gloria común de su clase y escuela.

Las esferas más importantes de esta asociación y cooperación íntimas -lo cual, no significa que sean las únicas- son la familia, los grupos de juego de los niños y la vecindad o grupo de adultos de la comunidad. Esferas prácticamente universales, pues pertenecen a todos los tiempos y a todos los estadios de desarrollo; siendo así una de las bases principales de todo cuanto es universal en la naturaleza e ideales humanos. Los mejores estudios comparativos de la familia ‑tales como los de Westermark (The History of Humen Marriage) o Howard (A History of Matrimonial Institutions), nos muestran que la familia no sólo es una institución universal, sino además en todo el mundo más similar de cuanto la exageración de costumbres excepcionales por parte de una escuela precedente nos había hecho suponer. Y ninguno puede poner en duda la preponderancia general de grupos de juego entre los niños o de reuniones informales (amistosas) de diverso tipo entre los adultos. Tales asociaciones, es claro, constituyen la primera escuela de la naturaleza humana en el mundo que nos rodea, y no hay razones aparentes para suponer que en otro tiempo o lugar haya ocurrido de modo esencialmente diverso.

En lo tocante al juego, si no fuera objeto de observación común, podría multiplicar los ejemplos de la universalidad y espontaneidad de las discusiones en grupo y de la cooperación a la que dan lugar. El hecho general es que los niños, especialmente los muchachos a partir, más o menos, de los doce años, viven en pandillas en las que su simpatía, ambición y honor se hallan frecuentemente más empeñados que en sus familias. Podemos recordar muchos de nosotros ejemplos de muchachos que han preferido sufrir injusticias e incluso crueldades a pedir ayuda a sus padres o maestros para que les librasen de sus compañeros. Por ejemplo, en las «novatadas» (o «ritos de iniciación»), tan comunes en las escuelas, y por las razones ya señaladas tan difíciles de reprimir. ¡Qué discusiones tan trabajosas, qué opinión pública tan imperiosa, qué ambiciones tan fogosas hay en estas pandillas!

La facilidad de estas asociaciones juveniles no es, como a veces se supone, un rasgo peculiar de los muchachos ingleses y americanos la experiencia entre nuestra población inmigrada parece mostrar que los descendientes de civilizaciones más restrictivas del continente europeo forman casi con la misma rapidez grupos de juego dirigidos por ellos mismos. Miss Jane Addams, después de señalar que el «gang» (pandilla) es, prácticamente, universal, habla de las discusiones interminables que lleva cada detalle de la actividad del «gang», subrayando que «en estas células sociales, por así decirlo, el joven ciudadano, aprende a actuar sobre la base de su propia determinación» (en Newer Ideas of peace, p. 177).

Del grupo de vecindad en general puede decirse que desde el tiempo en que los hombres formaron asentamientos permanentes sobre la tierra, hasta el surgir de las ciudades industriales modernas, por lo menos, ha jugado un papel esencial en la vida primaria, de hogar a hogar, del pueblo. Entre nuestros antepasados teutónicos, la comunidad de la aldea, aparentemente representa la esfera principal de simpatía y mutua ayuda para todo el pueblo en las épocas, antigua y medieval, yen la actualidad sigue representándola a muchos efectos en los distritos rurales. Todavía la encontramos en algunos países con toda su antigua vitalidad, especialmente en Rusia, donde el «mir» o comunidad aldeana autónoma, es junto con la familia el principal teatro de la vida para quizás cincuenta millones de campesinos.

En nuestra propia vida, la intimidad del vecindario ha sido rota por el desarrollo de una intrincada red de contactos más amplios que nos vuelven extraños para la gente que vive en nuestra misma casa. También en el campo opera el mismo principio, aunque con menor evidencia, reduciendo nuestra comunidad económica y espiritual con nuestros vecinos. Quizás resulta aún incierto saber hasta qué punto este cambio significa un desarrollo saludable o una enfermedad.

Junto a estas especies de asociación primarias, prácticamente universales, hay otras muchas cuya forma depende de condiciones particulares de la civilización; lo esencial es, como ya dije, esta cierta intimidad y fusión de personalidades. En nuestra propia sociedad, poco confinada por el lugar, la gente fácilmente forma clubes, sociedades de amigos, y similares, basadas en el congeniar que puede dar lugar a una real intimidad. Muchas de estas relaciones se desarrollan en la escuela y colegio, y entre hombres y mujeres unidos especialmente por sus ocupaciones profesionales -como los obreros del mismo oficio-. Cuando hay un poco de interés común y de actividad conjunta, crece la benevolencia, como la hierba al borde del camino.

Pero los grupos familiares y de vecindad son, incluso ahora, sin comparación los más influyentes, pues predominan en el período abierto y plástico de la infancia.

Los grupos primarios son primarios en el sentido de que proporcionan al individuo su primera y más completa experiencia de la unidad social, y también en el sentido de que no cambian en el mismo grado relaciones más complejas, sino que constituyen una fuente comparativamente permanente de la que manan continuamente las últimas. Naturalmente no son independientes de la sociedad global, sino que en cierta medida reflejan su espíritu; como la familia y la escuela alemanas, por ejemplo, llevan con alguna diferencia la impronta del militarismo alemán. Esto, después de todo, es parecida a la marea alta que hace subir la ría, sin ir muy lejos generalmente. Entre los campesinos, y más aún, entre los rusos, encontramos costumbres de libre cooperación y discusión, sin verse influidas prácticamente por el carácter del Estado; la comuna del campo, que se autogobierna en los asuntos locales y está habituada a la discusión, es una institución muy difundida en las comunidades sedentarias y continuación de una autonomía similar, preexistente en el clan: «El hombre es quien hace las monarquías e instaura las repúblicas, pero la comuna parece venir directamente de la mano de Dios» (De Tocqueville Democracy in America, vol. I, cap. V).

En nuestras mismas ciudades las viviendas masivas y la confusión general, social y económica, han herido dolorosamente a la familia y al vecindario, pero hay que subrayar, en vista de estas condiciones, qué vitalidad demuestran; y nada hay a lo que la conciencia de la época esté tan decidida como a devolverles la salud.

Estos grupos son, pues, manantial de vida, no sólo para el individuo sino también para las instituciones sociales. Se hallan sólo parcialmente modelados por tradiciones especiales, y en gran medida son expresión de una naturaleza universal. La religión o el gobierno de otras civilizaciones podrán parecernos extraños, pero el grupo de niños o el familiar muestran la vida común, y podemos siempre familiarizarnos con ellos.

Por naturaleza humana podemos entender, supongo, aquellos sentimientos e impulsos que son humanos en cuanto son superiores a los de los seres inferiores, y también en cuanto pertenecen a la humanidad en general y no a una raza o época particular. Significa, especialmente, la simpatía y los innumerables sentimientos en los que toma parte; como son amor, resentimiento, ambición, vanidad, veneración al héroe, y el sentimiento de lo socialmente bueno y malo...

El punto de vista mantenido aquí es que la naturaleza humana no es algo que existe por separado en los individuos, sino una naturaleza grupal o fase primaria de la sociedad, una condición relativamente simple y general de la mente social. La naturaleza humana, por un lado, es algo más que el mero instinto que nació en nosotros, aunque éste forma parte en ella. Y, por otro lado, es algo menos que el más elaborado desarrollo de ideas y de sentimientos, constitutivo de las instituciones. Es la naturaleza la que se desarrolla y expresa en esos grupos cara a cara simples, en cierto modo semejantes en todas las sociedades: grupos de la familia, del lugar de juego de los niños, del vecindario. En la experiencia, la base de las ideas y sentimientos semejantes en la mente humana hay que encontrarla en el esencial parecido de esos grupos. En ellos, dondequiera, comienza a existir la naturaleza humana. El hombre al nacer no la tiene, sólo la puede adquirir mediante la comunidad, pero esa naturaleza humana decae en el aislamiento.

 

Charles Horton Cooley (1909/1962): Social Organization. Traducción: José Luis Iturrate. Transaction Books, New Brunswick, NJ, pp. 23‑29.



TEMA 17: LA ESCUELA DE CHICAGO I

 

William Issac Thomas

El campesino polaco en Europa y América

1. Desorganización, reorganización y reconstrucción social

El concepto de desorganización social que usaremos se refiere en primer lugar a las instituciones y sólo secundariamente a los hombres. Al igual que la organización grupal, incorporada en esquemas de conducta socialmente sistematizados, que se imponen como reglas sobre los individuos, nunca coincide exactamente con la organización de vida del individuo, que consiste en esquemas de conducta personalmente sistematizados, tampoco la desorganización social se corresponde nunca exactamente con la desorganización individual, Incluso si imaginásemos un grupo que careciera de toda diferenciación interna, esto es, un grupo en que cada miembro aceptase todas las reglas socialmente sancionadas, y ninguna otra, como esquemas de su propio comportamiento, a pesar de todo cada miembro sistematizaría estos esquemas de modo diverso en su evolución personal, haría una organización de vida diferente fuera de ellos, porque ni su temperamento ni su historia vital serían exactamente los mismos que los de otros miembros. En realidad, tal grupo uniforme es una pura ficción. Incluso en el menos diferenciado de los grupos encontramos reglas de conducta socialmente sancionadas que explícitamente se aplican sólo a ciertas clases de individuos y se supone que otros no las usan para organizar su conducta, y encontramos individuos que para organizar su conducta usan unos esquemas personales de su propia invención en lugar de las reglas sociales sancionadas por la tradición. Además, el progreso de la diferenciación social viene acompañado por un desarrollo de instituciones especiales, que esencialmente consisten en una organización sistemática de un cierto número de esquemas socialmente seleccionados para el logro permanente de ciertos resultados. Esta organización institucional y la organización de vida de cualquiera de los individuos, con cuya actividad la institución se realiza socialmente, coinciden en parte. Pero un individuo no puede realizar en su vida toda la organización sistemática de la institución que siempre implica la colaboración de muchos, y por otro lado cada individuo tiene muchos intereses que han de organizarse fuera de esta institución particular.

Hay, por supuesto, una cierta dependencia recíproca entre organización social y organización vital del individuo. Discutiremos el influjo que la organización social ejerce sobre el individuo, veremos en éste y en los siguientes volúmenes cómo la organización vital de los individuos miembros de un grupo, en especial de los miembros directivos, influye en la organización social. Pero la naturaleza de este influjo recíproco es un problema que es preciso estudiar en cada caso particular, no un dogma que haya de aceptarse por adelantado.

Debemos tener en cuenta estos puntos para comprender la cuestión de la desorganización social. Podernos definir ésta brevemente como una disminución del influjo de las reglas de conducta socialmente existentes sobre los individuos miembros del grupo. Esta disminución puede presentar innumerables grados, desde un simple incumplimiento de una regla particular por parte de un individuo hasta la descomposición general de todas las instituciones del grupo. Ahora bien, la desorganización social en este sentido no tiene ninguna relación clara con la desorganización individual, que consiste en una disminución de la capacidad individual para organizar su vida toda con vistas a la realización eficiente, progresiva, y continua de sus intereses fundamentales. Un individuo que infringe alguna o incluso muchas reglas sociales vigentes en su grupo puede indudablemente hacerlo porque está perdiendo la capacidad mínima de organización vital que el conformismo social requiere, pero puede también rechazar los esquemas de conducta impuestos por su entorno que le impiden alcanzar una organización de vida más eficiente y más amplia. Por otra parte, la organización social de un grupo puede ser muy duradera y fuerte, en el sentido de que no se manifieste ninguna oposición a las reglas e instituciones existentes, y, con todo, esta falta de oposición puede ser sencillamente el resultado de la estrechez de intereses de los miembros del grupo, y puede acompañarse de una organización vital de cada miembro muy rudimentaria mecánica e ineficiente. Desde luego, una organización grupal fuerte puede ser también producto de un esfuerzo moral consciente de sus miembros y corresponder así a un muy alto grado de organización vital de cada uno de ellos individualmente. Es pues imposible sacar conclusiones de la organización social para la organización o desorganización individual y viceversa. En otras palabras, la organización social no es coextensiva con la moralidad individual, ni la desorganización social se corresponde con la desmoralización individual.

La desorganización social no es un fenómeno excepcional, limitado a ciertos periodos de tiempo o a ciertas sociedades, en alguna medida la encontramos siempre y en cualquier lugar, pues siempre y en cualquier lugar hay casos individuales de incumplimiento de reglas sociales, casos que ejercen un influjo desorganizador sobre las instituciones grupales, y que, si no se contrarrestan, tienden a multiplicarse y conducir a la completa decadencia de las mismas. Pero durante períodos de estabilidad social esta continua desorganización incipiente es neutralizada continuamente por actividades del grupo que refuerzan el poder de las reglas existentes con la ayuda de sanciones sociales. La estabilidad de las instituciones grupales es pues simplemente un equilibrio dinámico de procesos de desorganización y de reorganización. Este equilibrio viene perturbado cuando ningún intento de reforzar las reglas existentes puede detener por más tiempo los procesos de desorganización. Sigue luego un periodo de desorganización dominante, que puede conducir a una completa disolución del grupo. Lo más normal, sin embargo, es que, antes de alcanzar ese límite, sea contrarrestado y detenido mediante un nuevo proceso de reorganización que en este caso no consiste en un mero refuerzo de la organización decadente, sino en una producción de nuevos esquemas de conducta y nuevas instituciones mejor adaptadas a las cambiadas demandas del grupo. Denominamos a esta producción de nuevos esquemas e instituciones reconstrucción social. La reconstrucción social es posible sólo porque y en tanto que, durante el período de desorganización social, una parte al menos de los miembros del grupo no se han desorganizado individualmente, sino, al contrario, han estado trabajando para lograr una organización de vida personal más eficiente y han expresado al menos una parte de las tendencias constructivas implícitas de sus actividades individuales en un esfuerzo para producir nuevas instituciones sociales.

Al estudiar el proceso de desorganización social desde luego, de acuerdo con la meta principal de toda ciencia tenemos que intentar explicarlo causalmente, es decir, analizar su complejidad concreta en sus hechos simples que podrían subordinarse a leyes más o menos generales del devenir causalmente determinado. Hemos visto en nuestra nota metodológica que en el campo de la realidad social un hecho causal contiene tres elementos, a saber, un efecto, sea individual o social, siempre tiene una causa compuesta que comprende tanto un elemento individual (subjetivo), como un elemento social (objetivo). Hemos denominado actitudes a los elementos socio‑psicológicos de la realidad social subjetivos, y valores sociales a los elementos sociales objetivos que se imponen sobre los individuos como dados y provocan su reacción. Si deseamos explicar causalmente la aparición de una actitud, debemos recordar que nunca la produce sólo un influjo externo, sino un influjo externo más una tendencia o predisposición determinada; en otras palabras, un valor social que actúa sobre o, más exactamente, apela a una actitud preexistente. Si queremos explicar causalmente la aparición de un valor social ‑un esquema de conducta, una institución, un producto material‑, no podemos hacerlo retrotrayéndonos a un fenómeno psicológico, subjetivo, de «voluntad», «sentimiento» o «reflexión», sino que debemos tener en cuenta como parte de la causa real los datos sociales, objetivos, preexistentes que en combinación con una tendencia subjetiva provocaron este efecto en otras palabras, tenemos que explicar un valor social por una actitud que actúa sobre o influenciada por un valor social preexistente.

Mientras sólo tratamos la desorganización, dejando aparte el proceso siguiente de reconstrucción, el fenómeno que deseamos explicar es evidentemente la aparición de actitudes que dañan la eficiencia de las reglas de conducta existentes y conducen así a la decadencia de las instituciones sociales. Toda regla social es la expresión de una determinada combinación de ciertas actitudes, si en lugar de estas actitudes aparecen otras, el influjo de la regla resulta perturbado. Puede haber entonces diferentes formas en que una regla puede perder su eficacia, y aún más numerosas formas en que una institución, que siempre implica diversos esquemas reguladores, puede caer en descomposición. La explicación causal de todo caso particular de desorganización social requiere que primero encontremos cuáles son las actitudes particulares cuya aparición se manifiesta socialmente en la pérdida de influencia de las reglas sociales existentes, y que luego intentemos determinar las causas de estas actitudes. Claro, nuestra tendencia debería ser descomponer la aparente diversidad y complejidad de procesos sociales particulares en un limitado número de hechos causales más o menos generales, y podemos proceder así al estudiar la desorganización si encontramos que la descomposición de diferentes reglas existentes en una determinada sociedad es la manifestación objetiva de actitudes similares, o, en otras palabras, que muchos fenómenos particulares de desorganización, aparentemente diferentes, pueden explicarse causalmente de igual modo. No podemos lograr ninguna ley de desorganización social, esto es, no podemos encontrar causas que siempre y en todo lugar producen desorganización social, podemos sólo esperar determinar leyes del devenir socio‑psicológico, es decir, hallar causas que siempre y en todo lugar producen ciertas actitudes determinadas, y estas causas explicarán también la desorganización social en todos los casos en que se encuentre que las actitudes producidas por ellas son los antecedentes reales de la desorganización social y que la descomposición de determinadas reglas o instituciones es sólo la manifestación objetiva, superficial de la aparición de tales actitudes. Nuestra tarea es la misma que la del físico o químico, que no intenta hallar leyes de los cambios multiformes que suceden en la manifestaciones sensoriales de nuestro entorno material, sino que busca leyes de procesos más fundamentales y generales que se supone subyacen bajo los cambios directamente observables. Y que explica causalmente tales cambios sólo en cuanto puede mostrarse que son manifestaciones superficiales de ciertos efectos más profundos, explicables causalmente...

La organización social tradicional decae cuando aparecen y se desarrollan nuevas actitudes que conducen a actividades que no respetan los esquemas de conducta socialmente reconocidos y sancionados. El problema de la reconstrucción social es crear nuevos esquemas de conducta, nuevas reglas de conducta personal y nuevas instituciones, que suplanten o modifiquen los viejos esquemas y respondan mejor a las actitudes cambiadas, esto es, que permitan expresarse a éstas en la acción y que al mismo tiempo regulen sus manifestaciones activas, no sólo para impedir la desorganización del grupo social sino para aumentar su cohesión, abriendo nuevos campos para la cooperación social.

En este proceso de crear nuevas formas sociales el papel del individuo, del inventor o líder, es mucho más importante que en la preservación y defensa de las viejas formas o en movimientos revolucionarios que tienden sólo a derrumbar el sistema tradicional, y dejan el problema de la reconstrucción para una posterior solución. Incluso cuando individuos particulares asumen la defensa de la organización tradicional, actúan sólo como representantes, oficiales o no, del grupo. Pueden ser más o menos originales y eficientes en realizar su objetivo, pero su objetivo les vino definido completamente por la tradición social. En la revolución, ya hemos visto, el individuo puede generalizar y hacer más conscientes sólo tendencias ya existentes en el grupo. Mientras que en la reconstrucción social su tarea es descubrir y comprender las nuevas actitudes que demandan una salida, inventar los esquemas de conducta que mejor respondan a tales actitudes y lograr que el grupo acepte estos esquemas como reglas o instituciones sociales. Más aún, normalmente, tiene que desarrollar las nuevas actitudes en ciertos sectores de la sociedad que han ido evolucionando más lentamente y no están aún listos para la reforma teniendo a menudo que luchar contra defensores obstinados del sistema tradicional.

No nos ocupamos aquí de los métodos que permiten al líder social descubrir las nuevas necesidades de la sociedad e inventar nuevas formas de organización social. Eso nos llevaría lejos, y fuera del estudio de la clase campesina. Nos interesa cómo se imponen nuevas formas en las comunidades campesinas y cuál es la organización social restante. Ahora bien, es claro, para que una comunidad campesina acepte conscientemente cualquier institución diferente de la tradicional, es indispensable que esté intelectualmente preparada para afrontar nuevos problemas. La educación del campesino resulta así ser el primer paso indispensable de la reconstrucción social.

Además, hemos visto que la desorganización social sucedió como consecuencia de derribar el viejo aislamiento de las comunidades campesinas, y que los contactos entre cada comunidad y el mundo social exterior se han ido incrementando continuamente en número, diversidad e intensidad. Es evidente que todo intento de reconstrucción social debe tener en cuenta este hecho, ya que una organización social basada exclusivamente en intereses y relaciones del tipo de los que unen a los miembros de una comunidad aislada no tendría ninguna probabilidad de persistir y desarrollarse. Pero, por otro lado, al construir un nuevo sistema social, no pueden crearse de la nada aquellas actitudes de solidaridad social, indispensables para asegurar una armoniosa cooperación de los individuos en la realización activa de sus nuevas tendencias, sino que hay que hacer uso de aquellas actitudes de las que dependía la unidad de la vieja comunidad. Aunque en su vieja forma no son ya suficientes para organizar socialmente los nuevos intereses, mediante influencias apropiadas pueden cambiarse en actitudes algo diferentes, más comprensivas y más conscientes que se adapten mejor a las nuevas condiciones. En otras palabras, el principio de la comunidad tiene que modificarse y extenderse de forma que se aplique a todos aquellos elementos sociales con los que el grupo primario campesino está o puede estar en contacto, a toda la clase campesina, incluso a toda la nación. Así gradualmente se desarrolla una comunidad más amplia, y el instrumento mediante el que se forman su opinión y solidaridad es la prensa.

El sistema social que se desarrolla sobre esta base tiende naturalmente a reconciliar, modificándolas, la absorción tradicional del individuo por el grupo y la nueva autoafirmación del individuo frente al grupo o con independencia de él. El método que tras muchas pruebas se muestra más eficiente para cumplir esta difícil tarea es el método de la cooperación consciente. Libremente se forman grupos sociales cerrados para el logro común de intereses positivos concretos que cada individuo puede así satisfacer más eficientemente que si trabajase sólo. Estos grupos organizados están esparcidos por el país en diferentes comunidades campesinas, pero se conocen unos a otros mediante la prensa. La tarea ulterior de la organización social es conjuntar a grupos con objetivos similares o complementarios para trabajar en común, igual que los individuos se juntan en cada uno de los grupos.

Cuanto más extenso y coherente resulta este nuevo sistema social, más frecuentes, variados e importantes son sus contactos con las instituciones sociales y políticas creadas por otras clases y en las que los campesinos hasta fecha reciente no habían participado activamente (excepto, es obvio, aquellos individuos que pasaron a ser miembros de otras clases y dejaron de pertenecer a la clase campesina). El campesino comienza conscientemente a cooperar en aquellas actividades que mantienen la unidad nacional y desarrollan la cultura nacional. Este hecho tiene una particular importancia para Polonia, donde la vida nacional durante todo un siglo tuvo que preservarse con la cooperación voluntaria, no sólo sin la ayuda del Estado sino incluso en contra del Estado, y donde en este momento se está usando el mismo método de cooperación voluntaria para reconstruir un sistema de Estado nacional. La importancia de un experimento histórico como éste para la sociología es evidente, representa la mayor contribución para resolver el problema más esencial de los tiempos modernos: cómo pasar del tipo de organización nacional donde mediante la coerción se exigen los servicios públicos y se impone el orden público, a otro tipo diferente en el que no sólo una pequeña minoría sino también la mayoría, ahora culturalmente pasiva, contribuyan voluntariamente al orden social y al progreso cultural.

William Issac Thomas (1927/1958): The polish peasant in Europe and America. Traducción: José Luis Iturrate. Alfred A. Knopf, Nueva York; Dover Publications, Nueva York 1958. II, pp. 1127-1132, 1303-1306.


 

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