Palma de Mallorca : Calima, 2005.- 75 p.- (Poesía ; 60)
Prólogo de José Manuel Caballero Bonald
Qué sabes, Verbo, de mi cuerpo,
De la luz que arrojan
Las entrañas envueltas en espejos,
de los ríos que llegan en los lienzos
de la noche, en los hilos
sin nombre por las tristes
galerías de mis manos.
Qué sabes, Verbo, de los días
Sin límite de ausencias,
De los caballos heridos
Que se deslizan por los nombres.
Qué sabes, Verbo, si llegas
Sin aviso ni concierto, si recorres
Mi piel sin sueño,
Y desciendes
En el blanco callado de mi lecho.
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Guardo, recóndito, en mi pecho,
Como una novia de otro siglo,
Un silabario de infancias y de risas,
Un tiempo extraño que daba al norte
Un adiós aprisionado en la espera.
Los espejos tiemblan en las casas
Antes de cambiar el mundo,
Y hago mi viaje en la médula del cielo.
Se muestran, a lo lejos,
Las mentiras que no me callo.
-Sin la risa no hay besos ni palabras-.
Palpo mi rostro de antes
En la hendidura del poema.
Preparada para vivir,
Arrincono los espejos
En ciertos lugares de un poema
Que nunca escribiré.
Dentro de mi silencio
Habita un nombre
Que madruga a sus razones,
Que desnuda la sangre de la rosa,
Ebrio de anillos desgarrados y de himnos.
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Narras el mundo
Y las palabras callan de muchas maneras.
Percibes un verbo
Que cruje en su pasado,
La mucha vida que hay que suprimir.
Pero la sombra condimenta la herrumbre,
Arde en su ansia de nube,
Silabario dormido en su escalofrío de espejo.
Y huye, con prudencia feroz,
En la estrofa abandonada
Al borde del dolor de una niña.
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He construido mi casa con palabras.
Mis libros me observan:
Tal vez pueda sobrevivir
A esa infancia cerrada de agua,
A los nombres que crecen en mi garganta
Como un carromato de mitos
Como plegarias de la sangre,
Peregrina en las páginas
Que nunca leeré.
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LA VOZ Y LA MEMORIA
Perdí mi voz,
Rocé una patria adversa
Galopé feroz contra tus sueños.
Reinciden las viejas traiciones,
Drenan los muros del abandono.
Vuelvo
A la memoria de tu cuerpo.
Perdí mi voz,
Busqué sin aliento
Los huesos de mis versos,
Tu cabellera de luto,
El cobijo del verbo.
Ayúdame a confinarme en tu perfil de silencio.
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Un rebaño de palabras
Reunidas a tiempo
Signos de promesas en la lejanía.
Un muro de silencio,
Un bosque de pájaros negros
Con apariencia de espejos.
Cúrame de un mar antiguo
De la máscara de sombra
Que ha cubierto mi cuerpo,
Del hueso ausente
Que emerge como un emblema
En la página insomne del tiempo.
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Tú me desatas los ojos
Cubres las hendiduras del destino,
Vigía en las jambas del invierno.
Yo escribiré mi poema
Tu lengua es mi casa y mi canto,
Mi tejado de luz.
Espero un ángel sin distancia
Anclado en sus lejanías
Rehén de abriles pasados.
Y amueblo mis heridas,
Con un inagotable murmullo de escenarios.
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No canto a los nombres que se fueron,
Invoco al conjuro de sus rostros
No está aún la soledad
Llenando con su sombra mis paredes.
Conozco mis heridas,
Su silencio irrevocable.
Y, cómplice, la noche,
-hermosa enfermedad-
me ofrece tus manos de verano.
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Inventaré palabras nuevas
para hablar con tus silencios.
Un enjambre de verbos incide en la dulce luz
que robo ilesa de tus ojos.
Una infancia llena de oscuros secretos,
de palabras afrutadas,
de verbos ensimismados en el tiempo.
-El miedo también es un camino,
un corredor de sombras
que apura el opio perfumado del olvido-.
Tus uñas obscenas,
ácidas de noches lentas,
descienden por mi cuerpo,
arañan
la transparencia súbita de enero,
una carne de luna
alegre en la derrota,
-nunca es para siempre-
con la complicidad de las fronteras.
Al norte del futuro hay una palabra
que espera ser escrita.
Tal vez pueda sobrevivir a tanto olvido hacia dentro.
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Viniste a mí con tu mano llena de palabras
Tu cabello merodeaba mis verbos,
Los adjetivos dormían en tus ojos,
Y el mar pensaba en los años
Que mis libros te habían esperado.
-Abril tallaba su madera-.
Con dedos finísimos,
El llanto se agotó en los puñales
Y resonó tu voz, callada y firme,
En la noche prendida de besos flameantes.
Tus besos son castañas y limones,
Luz de fruta verdemar.
Tus pestañas,
Un par de abanicos exclamativos.
Me declaro en huelga de lunas
Hasta que las llagas del tiempo
Desemboquen en tu mar.
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EL NACIMIENTO DEL NOMBRE
Por olvidar un nunca,
Descubrí océanos,
Verbos, estirpes de luces
Que habitan el dolor,
Vi florecer los vientos,
Abandoné la lluvia
Que germina las palabras,
Engasté la piedra en mi sangre,
Deletreé muchos ojos
En el abismo libre de la noche.
Pero las estrellas crecían en mi vientre,
Los cuchillos afloraban
En los pétalos sin sombra de mi lecho.
El nombre,
Siempre el nombre.
Cómo se llama tu país,
Cómo se escribe tu verano,
Cómo se ama a tu palabra...