A veces, el cielo pierde sus azules;
para asombro de nuestros ojos,
pasa de llamas y carbón a pavesas
y a una ceniza fascinadora que flota
sobre el frío que nos encoge.
Se decía, en otros tiempos,
cuando la naturaleza era doméstica,
panza de burra, nieve segura.
Y caían,
negando la libertad de los pájaros,
encarcelando el aire,
asediando las madrigueras,
recogiéndonos,
los copos.
Y caían,
tejiendo disimuladamente
sobre los más débiles
un campo de concentración blanco,
cuando no, una mortaja.