Sonetos de amor, Casa del Tiempo, Altorrey Editorial, Madrid, 2002, 63 p.
Reúne 52 sonetos relacionados con el amor en un librito para regalo (a damas, por supuesto).
Introducción
Cincuenta y dos sonetos reúne esta publicación, cuyas fechas van desde 1953 a 2001: prueba evidente de mi afición al soneto, de mi continuado estro amoroso y de mi contumacia en el intento: si fuese verdaderamente eficaz, con dos o tres ejemplos habría bastado. Y de los cincuenta y dos (cuatro veces trece, claro), apenas nueve estaban inéditos, añadidos para completar el habitual múltiplo.
Pero entre todos ellos, hay algunos que me son verdaderamente cercanos, pues reflejan los momentos singulares que han ido jalonando mi vida sentimental. Desde luego, solamente eso, pues no son precisamente los más logrados. ¿Quién dijo que la inspiración es la mejor fuente para escribir poesía?
Siete sonetos
Aquel minuto fiel conmigo mismo
que busqué tanto tiempo, ya ha pasado.
Y me asusta el atroz acantilado
que ese minuto abrió sobre el abismo.
Una brecha maldita en el mutismo,
en el borde sutil no mencionado,
separa tu virtud y tu pecado
por obra de mi torpe masoquismo.
Ignoro qué silencio viene ahora
y qué sucederá de ese amor muerto.
(Quiero acabar sin odio, y sin embargo,
ni pedimos perdón ni el alma llora
lo perdido). El faro de mi puerto
presiente un ha-de-ser seco y amargo.
(1956, "Infinito jueves", Un camino al futuro)
Llega la noche y vuelve inexorable
la más dura memoria, la temible.
Eras tú ¾cuando eras¾ invencible
compañera, tan blanda, tan amable.
¿Dónde, cómo, por qué fui yo culpable?
Incesante, regresa aquel terrible
momento en que me hacías invisible
y dictabas tu juicio inapelable.
Vivir sin tu amistad, sin tu caricia,
es el destierro al Ponto, la condena
a galeras, la cárcel, el exilio.
Sé de nuevo mi hechizo, mi delicia.
Aunque fuere tu amor tan sólo arena,
haz de nuevo de ti mi domicilio.
(2001)
Dormí y en ti pensaba. Y en mi sueño
eras tú y no eras tú. Mas yo quería
hacer de ti una sola en mi poesía,
de mi vida sin meta único dueño.
Tanta esperanza, tanto afán pequeño,
tanto luchar por nada día a día...
Yo sé -cuánto lo dije- que no fía
la Parca, aunque en ello mucho empeño.
Cuando vienen las horas, sólo cuenta
el amor que nos dieron y los suaves
remolinos a que ese amor nos manda.
Pero el alma, que en su delirio intenta
vencer al Caos, siempre halla los graves
acentos de la Oscura, la Nefanda.
(2001)
Al final de los años, importa poco o nada
dejar un rastro amable o una estela envidiosa,
iniciar la partida sobre un fulgor de rosa,
volverse como niño, ser apenas mirada.
Invencibles, los átomos del ardor de la amada
mueven lentos sus hilos, hacen verso la prosa
salvando negras penas, mientras la dueña hermosa
eterniza el instante de la boca besada.
Río de sangre ardiente que en la vena circula
o apenas deja hueco a la razón perdida,
muerte-luz del orgasmo, principio y despedida.
Amor es cosa fuerte que la razón anula,
un viento que nos quema. Y hasta el urgente adiós,
todos somos pavesa y somos todos dios.
(2001, "Pavesas y dioses", Del amor tardío)
Amor, el que nos toca con la vida,
o imaginamos. Pero no en la muerte,
la frontera final. Llave que fuerte
golpea a quien no vio que es despedida.
Al sabio y al iluso, la medida
será el encuentro con la tierra inerte
hasta que asuma su torcida suerte:
en el gran salto curará la herida.
Ver es creer, amigos. Yo no dudo.
Tan cerca, mas tan lejos, no os saludo,
sombras que tanto amé desde el destierro.
Os olvido al partir. Porque a este lado
voy arrastrando un alma en la que encierro
amor, recuerdo y polvo enamorado.
(2001, "Amor más acá de la muerte", Del amor tardío)
Llego a la medianoche sin remedio.
A la sombra de tanta despedida
con que quisiera rematar mi vida,
comienzo a ser rehén de horror y tedio.
Tras dura lucha, tras urgente asedio
de esa banalidad siempre crecida,
pocos afanes colman mi medida
o pugnan porque vivan en justo medio.
En la recta final, tan sólo aspiro
a reunir un penúltimo suspiro
con otro ardiente de mi hermosa Erato.
Y el día que me escape de este mundo
-ella hará ese favor a un moribundo-,
que sea en el calor de su arrebato.
(2001, "El calor de su arrebato", Del amor tardío)
Cuando acudes solemne a la vereda
y rescatas mi vida del fracaso;
cuando tu mano, virgen arboleda,
cubre la mía que huye hacia el ocaso;
cuando lucho por alcanzar la rueda
de la vida y alivias mi retraso;
cuando en la fresca sombra nada queda
que oculte de mi vista tu hondo vaso;
cuando escapa a tu boca ese gemido
y en tus ojos despierta el dios dormido
que me anuncian tu vértigo más fuerte;
cuanto tu voz me busca entre las sombras
y con acento de pasión me nombras,
un instante me olvido de la muerte.
(2001, "Olvido de la muerte", Del amor tardío)