Presencia, Col. Palabra Nuestra, Cuadernos de Poesía Nueva, A.P.P., Madrid, 1998
Contiene mis (escasos) poemas de carácter religioso. Pocos, no porque sea antirreligioso, sino porque me parece un tema demasiado serio para banalizarlo con poemas. ¡Ya sé, ya sé...!
Palabras previas
Presencia recoge casi todos mis poemas (no muchos) de contenido o carácter religioso, escritos a lo largo de mucho tiempo y aparecidos en poemarios anteriores o en revistas (cuatro son inéditos); varios han tenido ligeras modificaciones para esta edición.
Quise dedicar esta colección a algunos de mis amigos alrededor del mundo, y en particular a mi entrañable tío don Julio Pérez Torres, excelente, activo pintor, y fino intelectual, que en 1998 alcanzó pintando los 102 años.
Dios, allá en el fondo
(1997)
Cuánto duele llegar a pensar así. Porque el hombre quiere, necesita sentir la seguridad que dan el calor del padre y de la madre, y eso es Dios para los que creemos en un ser necesario, más allá de nuestro tiempo y ser falibles. Pero, desoladora duda: cuando me ausculto con dedos duros e intransigentes, encuentro sólo un fondo chato de inquietudes no sostenidas, unas aristas no limadas por la piedra pómez de la reflexión. No, no he encontrado aún a Dios dentro de mí, seguramente porque aún no me atreví a remover el limo, depositado por décadas de trato superficial con el mundo que me rodea. Me ocupan, sí, los temas de ese íntimo yo.
Pero, ¿me pre-ocupan? ¿Doy cabida en mi quehacer a esa mínima búsqueda que cada día reclama esa profunda sima? Y sigo sin dar respuesta a la inefable llamada que algunas veces en mi vida he creído oír, atado a una deuda, a la vez urgente pero imposible de pagar. ¿Qué hacer, pues? Quizás, aprovechar una de estas veces que me haga esa pregunta y coger el toro del encuentro conmigo mismo, con mi llamarada honda y secreta, por los cuernos de la exigencia y del amor que recibo desde Más Allá con cada minuto de vida.
Muda presencia, inevitable
en las pequeñas horas, cuando el alba se acerca
y estamos tan desnudos.
Me preguntas: ¿qué has hecho,
hombre avaro conmigo,
de esa luz, ese fuego, esa palabra
que te di?
Dulce presencia, ahora
que recuerdas al hijo, muñeco que reía,
a la esposa durmiente, amor y regocijo,
que ves libros cerrados que te esperan.
Fuerte presencia, Dios, en esos ojos
de la pequeña hormiga,
tras las fuerzas eternas que hacen girar los átomos
en imposible danza,
en la cadena mágica desde el horno del sol
a este latir sin pausa que sostiene mi vida.
¿Cómo hacer que perdones, duro y dulce Señor,
esta falta de aliento,
esta inconstancia de mi búsqueda,
si me has hecho que coma,
que goce, duerma y sueñe?
(1989, Verano, verano)
Panayía, Santísima
Madre, que buscas dulcemente
¾bajo el oro, el esmalte, la turquesa¾
un corazón amable,
un pobre en el espíritu.
Panayía, que traes ¾suave carga¾
un Hijo amado al sacrificio,
la infamia y las injurias...
Panayía, dormida
a la violencia y a la sangre,
¿en qué volcán, en qué playa perdiste
tu batalla de siglos?
(1986, Calendario helénico)
Puerta de Dios
(1983, Las trece Puertas del Silencio)
Y examinando la hormiga, dijo Dios:
"En verdad, soy todopoderoso".
Fumío Haruyama
(1983, Las trece Puertas del Silencio)
Bajo la sombra
de Aquél que nos tiene confinados
en ceguera absoluta,
soy yo, Luzbel, con mis hermanos en orgullo,
nadir de la esperanza.
Fuimos joya,
cima de la Creación entera,
seres magníficos, nacidos herederos.
Apenas granos de luz frente a nosotros
los astros que colman las galaxias,
y cascada brillante
los pensamientos mágicos
-como nadie los tuvo o los tendrá-
que de nosotros nacían de continuo.
E impacientes de ser segunda fila, no escuchados,
un día -malditos in aeternum- decidimos
que era llegado nuestra turno.
¡Cómo debes aún reírte de nosotros,
en Tus tronos, oh, Dios aborrecido!
Pero, ¿no fuiste Tú también
fuera de los límites soberbio?
¿Acaso te aviniste
a luchar contra quienes
te hicimos frente en la noche del tiempo?
¡Mil veces no! Mandaste a tus secuaces
-Miguel, Gabriel, tus ángeles y arcángeles sin número,
ni siquiera a Querubines o a Dominaciones:
éramos 'poca cosa'-.
"¿Quién como Dios?", gritaban
como si de tu Nombre fueran dueños.
Y después, el destierro, la vergüenza,
la terrible desesperanza.
¡Siempre vences, Infame!
¿Por qué te eran precisos
el sarcasmo y la burla
de ocultar a tu Hijo bajo la piel humana?
¡Qué ridículo
de mí, Luzbel, hiciste
en la Montaña de las Tentaciones!
¡Siempre vences, Infame!
Y si Jones en Guyana llevó a centenares al suicidio
entregándome
algunas pobres almas que desprecio,
siguen brillando
esos Pablos, Mahatmas y Teresas
y tantos otros héroes, de luz intolerable
con las espléndidas virtudes que te ofrecen
-y que yo sólo encuentro imprácticas e inútiles-.
¡Siempre vences, Infame!
Pero un día de días, quizá tenga
una debilidad que no imagino
(mas que Tú, inescrutable, quizás ya me adivinas),
un punto de esperanza,
de humildad y nostalgia por Ti, que me creaste.
Y aunque te odie hoy, Señor de la Misericordia,
mi triunfo habrá llegado:
te obligaré a curarme de mi eterna ceguera
y a llamarme contigo.
Y dejaré en Tu Seno
la lágrima que escondo desde siempre.