Paseos por Nygade, Col. Ariadna, Altorrey Editorial, Villanueva de la Cañada, Madrid, 1989.
Poemas de la reflexión que nace de la soledad y el aislamiento, escritos durante paseos por varias ciudades del mundo.
Introducción
Paseos por Nygade reúne poemas para un libro que tuve varios años en preparación, "Acuario 2000", y que subtitulaba "Poemas del hombre nuevo". Así, en estos 'paseos' fui configurando parcialmente mis intuiciones sobre ese ser humano que la Era de Acuario debería engendrar.
Nygade es el nombre de uno de los fragmentos que integran la larga y hermosa calle peatonal que atraviesa el centro de Copenhague; por esa calle he paseado muchas veces en mis varios viajes a la capital danesa. En realidad, y aunque ello sea incidental, debo aclarar que sólo algunos de los poemas [de este libro] fueron escritos en esa calle; los restantes surgieron cuando me encontraba en lugares, en viajes entre 1983 y 1988.
Varios de estos poemas han aparecido en revistas; el número 3, en Las trece Puertas del Silencio.
"Acuario 2000" no llegó a nacer, pese a haberle cambiado de nombre repetidas veces, seguramente porque no tenía aún muy claro qué o cómo sea ese 'hombre nuevo'. Pero varios de los poemas de Paseos por Nygade se incluyeron en Casa del Tiempo, con mucho más material, completando el intento de visión poética del hombre que presento en ciertos poemas de Las trece Puertas del Silencio.
Siete poemas
A golpes voy llegando del futuro.
Éphime, me rescatas de esa noche
a que me arrastra el tiempo.
Busco en el túnel de los días
esquinas y ventanas, asideros
en que afirmarme, raicillas
que detengan la fuga, el hundimiento.
En estado de ausencia, recorro Copenhague,
tropiezo con las gentes.
Al llegar a Nygade, en medio del bullicio,
me paro bruscamente:
-¡Évrika!-, un grito
que enfrenta a los honestos daneses con Arquímedes,
no está bien el del gorro, menean la cabeza
pero yo he descubierto el agujero,
apenas la rendija, me asomo, me hago cruces
y cómo iba sin vida
sólo nos hace falta
decidir que el futuro es ahora mismo
y que no vale
seguir haciendo trampas
hay que
respirar fuego sudar lágrimas
y renunciar a tanto
para llegar a merecer lo básico.
(1983)
Las horas llegan,
parten a cuentagotas.
Uno improvisa adioses,
alegrías, silencios.
Pero acabas
en siniestra comedia sin aplausos.
De tu chaqueta apenas
la sombra de las mangas,
el recuerdo de dónde se hundían los bolsillos.
Vamos viviendo prisas
que nos alejen de la oscura
casa de la noche.
Qué inmoral
querer sobre-vivir, hiper-vivir.
Robar del aire
lo agridulce de tantas alegrías.
Atémonos. No somos ya cachorros
que se puedan morder la cola impunemente.
Mientras hay tiempo
destilemos las gotas del pasado
y ellas sean la fuente del futuro.
Cuando un día allí bebas,
te encontrarás de nuevo
en el sabor a almizcle de tus mejores días.
Si es que supiste usar el alambique,
un buen destilador.
(1983)
Sobre los negros adoquines
la nieve se hace agua,
no cuaja todavía (¿y quién ha dicho
que hay en el hombre una brillante estrella,
que se apaga
cuando le alcanza su continua y oscura compañera?)
Sobre el basalto de Nygade,
sombrío, camino nuevamente
mientras palpo despacio, mientras ausculto apenas
este cansancio de la vida,
esta ausencia de aliento.
Nos repetimos.
Recorremos senderos ya definitivamente abandonados,
como disco en mal uso volvemos una y otra vez
a las andadas viejas
donde tanto perdimos y nada encontraremos.
Nygade, son las once y los daneses
no suelen pasear con este frío
y esta desolación interna que ya no hace ni daño.
¿Hasta cuándo hay que huir
para enfrentarse con la noche?
¿Qué desierto de tiempo
nos separa del fin?
Allí, donde temblando rozarán nuestros dedos
una piel febrecida por infinitos grados,
una senda con humedad de liquen.
Donde la antigua escalinata
que llega hasta el silencio
bajaremos temblando, temerosos
de que se esfume el espejismo
y debamos volver
a marchar por Nygade entre la nieve.
(1984)
Van cayendo minutos
desde el tejado de su inexistencia.
Llegan a mis rincones,
ratoncillos sin freno, pesadillas
que se escapan, no puede
la vista aprisionar sus cuerpos sin sustancia.
Decidiré ignorarlos.
Pero pronto
se atreven a acercarse, me pierden el respeto,
incluso se me suben a las piernas.
Me resigno a tomarlos:
examino sus formas
y murmuro palabras que les calmen.
Poco a poco
aprendo a degustarles, me acarician
su aroma, su espesor,
los matices sin fin de su textura.
Y la calma me invade como un río:
ya no le tendré miedo
a la araña del tiempo que nos teje.
(1984)
Sama de Langreo, Asturias
Con el alba, regresan las injurias
que albergamos antiguas. Calle abajo,
entre la niebla sin edad de Asturias,
el recuerdo, la rabia. Mal trabajo,
éste de renunciar a hacerse ausentes
de lo mezquino. Luego, con el tajo,
te aferras a la mina con los dientes,
la mano, el corazón. Y cada día
cribas en el olvido, siembras puentes,
destilas el veneno.
Mediodía:
unos tragos de sidra, y empanada
con el amigo. (Persistente y fría
la memoria te invade).
Madrugada:
insomne, salgo fuera, chapoteo
por las húmedas piedras. (Esta nada,
este gusto al carbón y la ceniza).
Alzo los ojos, y la injuria veo
disolverse en las nubes. Se desliza
por mis sienes la lluvia de Langreo.
(1985)
Bar Da Vinci, Asunción, Paraguay
Si la Avenida López (donde se alzan embajadas, el hospital de la Policía, el
palacio de Stroessner)
si las librerías (donde es imposible hallar un libro de Bareiro, o en todo caso el
dinero para pagarlo),
si la Recova (con sus tímidas, dulcísimas muchachas, que ofertan los bordados a
precios de miseria),
si estos orgullosos blancos paraguayos que beben su cerveza, mientras pasan
cambistas y niñitos descalzos...
Mas no es justo: yo no deseaba de ninguna forma
hacer un poema de protesta
contra el hambre,
las bananas a un centavo de dólar la docena,
la tranquilidad y el orden (sin huelgas ni disturbios, tan molestos).
Después de todo, llevo mis gafas de sol en el bolsillo (junto a un buen
puñado de dólares y marcos)
y cocino baratas reflexiones filosóficas
hasta la hora de cenar en casa de mi amigo
(un antiguo compañero de estudios;
por cierto, una de las mayores fortunas del país).
(1987)
Se evaporan los días sin dejarnos su huella
y acusan impotentes la incesante derrota.
Todo es duda en la sombra, y máscara de Edipo,
todo ensaya su vuelta del fondo de la noche.
¡Qué sin pausa las horas que cubren las esquinas!
¿Cómo impedir que ahoguen las escamas del miedo?
A cada golpe de hacha del reloj que nos tasa
descendemos escaños, honores, emociones.
El sudario impasible perfila sus arrugas
cuando, al azar, el tiempo saltamos a pie enjuto.
Y en búsqueda angustiada de lluvias y mañanas
como pájaros ciegos, vamos quebrando vida.
(1987)