Viaje a la Mañana (con Ángela Reyes y Alfredo Villaverde), Col. Estrabón, A.P.P., Madrid, 1987.
Viaje a la mañana se presentó en la Biblioteca Nacional, Madrid, en 1987, con la presencia de los embajadores de Yugoslavia y de Grecia.
Introducción
Otro hermoso ejercicio de trabajo colectivo, desde luego "gustoso", entre amigos poetas. Con ocasión del viaje a Grecia y la antigua Yugoeslavia, Angela Reyes, Alfredo Villaverde y yo mismo escribimos este libro. La mayor parte de los poemas colectivos está compuesta "al alimón" ¾un verso cada poeta¾, a veces dos de nosotros, otras los tres. Varios de los poemas son de un solo autor.
Con la arbitraria división de nuestro viaje en tres áreas geográficas -el Ática, las islas Jónicas (en realidad, Corfú, o Kérkira) y Servia-, tratamos de ahondar en algunas características geográficas, historicas, étnicas de las regiones visitadas.
Una corta descripción de las cicunstancias de cada poema la escribimos cada uno de nosotros, y fue traducida al inglés. En este caso, decidimos no hacer lo mismo con los poemas.
Dibujos de José Luis Pradillo, expresos para la ocasión, son precioso contrapunto de los poemas.
3 poemas (más uno de cada colega autor)
Dafni
(1986)
Al borde del mar, antiguos artesanos de Bizancio tejieron en mosaico imágenes eternas de santos y emperadores, de arte irrepetible y de piedad austera.
Por las calles que el tiempo cegara lentamente
he bajado de Atenas a tu eterno dominio.
Y en la sombra de piedra de los verdosos muros
llego desde mis años a franquear tu entrada.
El angustiado brillo del oro y de la púrpura
que, tras el Pantocrátor, alumbra generoso,
es eco renacido de ese mundo terrible,
que se llamó Bizancio, esencia de lo griego.
Ha llenado mis ojos, sedientos desde antiguo,
el cegador destello de tus nobles mosaicos.
Han abierto los siglos su panal invisible
de mágicas imágenes a mi hermano el recuerdo.
Vibrante y exaltado, lleno de emoción pura,
de tu belleza doble, vuelvo a la luz y al aire.
Y mientras a poniente, roba el sol la retina,
las columnas de Eleusis heredan tu memoria.
Máscara de Agamenón
(1987, por Alfredo Villaverde)
Quizás no sea la máscara mortuoria del desdichado aqueo, pero su potente llamada a través de los siglos subyuga y emociona...
Áureo Agamenón, al que Micenas
tejió tan noble malla que el recuerdo
se renueva imborrable
más allá del seísmo de los siglos
intenso en la riqueza del metal
que hace honor a tu gloria.
Qué vertical locura maceró tu sonrisa
hasta dejarte herido
ángel de muerte en infortunio,
rey sin reina asediado
por el hado funesto de la guerra,
allí donde los dioses lo ordenaron
¾porque nada en nosotros
escapa a sus designios¾.
Siento el odio de Orestes
purificar en sangre tu memoria,
el aciago sendero
que recorriste, aún siendo victorioso,
al regreso de Troya.
De tus ojos de exilio
me llega esta mañana un perfume de niebla
y una voz desgarrada
va gritando tu nombre
por todos los confines de la Argólida.
Vuele tu historia así de boca en boca
y sea yo en el coro voz alzada
que te aclama y te llora para siempre.
En el Likavitós
(1986, por Ángela Reyes)
Más allá del silencio y la belleza dura del cielo, tan importante como los nombres de sus dioses, está la piedra griega: el paso de los siglos no ha podido cerrar sus ojos.
Piedra, tan sólo piedra.
El cielo añil y duro.
Viento que todavía huele
a llanto de guerrero.
Un pájaro que pasa indiferente
sobre estas piedras que nos miran
y guardan en su útero
el círculo pequeño de una lágrima.
Piedra y sangre, fragor de cascos
desvelando la oliva
y allá donde descansa
la mirada de Dios
y la tarde prolonga el índice cobrizo,
la Acrópolis:
atalaya dormida,
crepuscular su boca mármol.
Hay un pulso
que desde siempre nos saluda,
lejanísimas voces
haciendo nido entre las piedras.
Hay algo más que tiempo, más que historia
que a las Cariátides propone eternidad:
un sol que siempre duerme
en la quietud de sus rodillas.
Áyios Spiridon
(1986)
En cualquier tiendecilla de la Grecia sin tiempo se encuentran prodigiosas reliquias del pasado, lleno de humanidad y amor al dios de lo inesperado.
En la templada tarde
una calle minúscula. Allí estabas,
viejecita increíblemente griega,
en tu tienda de iconos y de objetos piadosos.
Afanosa, buscaste en el montón informe
una imagen, un santo azul y sin pasado,
que al contorno del sueño, o al dolor de los pulsos,
o al ansia del corazón alivio diese.
Y entre exvotos, incienso,
velas, livanistiria,
llena de gozo hallaste tu icono favorito.
-¡Áyios Spiridon, ton évrika!-.
Nos pareció que Arquímedes en ti resucitaba
y el Olimpo ortodoxo revolvía
hasta encontrar un santo propicio a la jaqueca.
-Rezadle los lunes por la tarde
y encendedle una vela-.
Contemplamos, absortos, el icono
en que ese santo, ayer desconocido, nos miraba impasible.
-mejor que Áyios Fanurios, -nos decías.
Spiridon protege
a Corfú desde siglos.
No quedó otro remedio.
Aún agnósticos, era tentar al cielo no abrazar
la fe en el santo icono.
Y con cierto temor, reverente y antiguo,
le hicimos un lugar
junto a los posavasos, el 'ouzo' y las cerámicas.
Muchacha francesa en el parque
(1986)
Un pueblo que ama la libertad encontrará más fe en la vida, más fuerza en la amistad, más calor en el sol. Y elevará una estatua como ésta, en que una muchacha ¾marsellesa¾ eternamente canta el himno más glorioso.
Abierto sobre el valle,
en tu vuelo hacia Oriente
el parque te ha prestado su refugio,
detenido tu tránsito
por el río,
las piedras centenarias, el amor de los jóvenes.
¡Qué erguida tu estatura,
muchacha marsellesa de peplo y dendrolíbano!
En la tarde azulada de Belgrado
ser libre es aire puro,
áncora enardecida, noble aliento.
Te imagino, recién
nacida de la magia de un capitán, vibrantes
las notas, las palabras que vertebran tu esencia,
inocente en el paso del no-ser a la vida.
Y mientras sobre el viento viajas a las estrellas,
muchacha-libertad, apenas núbil,
un gorrión en tu mano quiere usurparte el símbolo.