La luz y la sombra, Col. Poesía Nueva, Ateneo de Cali, Cali (Colombia), 1965; traducción al griego, To fos ke i skiá, Bruselas (Nélgica), 1975.
La primera edición de La luz y la sombra se presentó en la Librería Nacional, Cali (Colombia), en 1965.
Xeni María ("Marimina") Moustaka hizo una traducción del libro al griego moderno, que apareció en Bruselas, en 1975, como To fos kai i skiá.
Introducción
Mi primer libro de poesía publicado se preparó bajo la influencia de mi experiencia poética en la "tertulia-taller" de poesía (1962 a 1965) del Ateneo de Cali, que fundé en 1960 como grupo de teatro y que evolucionó hacia más actividades culturales. Época importante, pues me permitió entrar en contacto con otros poetas -algo que jamás había hecho-, iniciarme en la crítica, leer poesía sistemáticamente y hacer un primer lúdicro experimento de "juicios de poesía", que iban a durar varios años. Dice la contraportada:
El contenido de este tercer libro de poemas de Ruiz de Torres (...) tiene por denominador común el amor y la amistad. Las dos partes de la obra reflejan la dualidad temperamental del autor, introvertido en su poesía y lleno de enérgica actividad en su vida de relación.
Aunque eso rece en el poemario, que sea el "tercer libro" de poemas es una verdad a medias; si fue el primero en publicarse, no cabe duda de que es el "primer" libro. De los anteriores, "Diecinueve años" nunca se publicaría, y Un camino al futuro, publicado en 1975, estaba en 1965 lejos de tener forma y contenido definitivos.
Muchos de estos poemas, en los que ensayé temas y formas compositivas, han reaparecido luego en otras publicaciones, en general con variantes; aquí se muestra la versión que considero final. En el índice, la fecha es la de su primera composición.
Ocho poemas
Balada de la luz, 1
(1954)
Luz.
Canción
vibrante y vaga
del Sol en el azul.
Y en lo alto de los cielos, más allá
de las nubes de plata,
un vencejo brillante
mira hacia la tierra.
De la altura,
mortal, vertiginoso,
se lanza hacia la selva
¾verde y negro en el hondo del abismo¾,
vigilante e inquieto.
Como piedra hacia el agua
turquesa de los lagos himalayos,
surca el aire y cae, cae siempre
-apenas si le alcanzan
los rayos que acarician en el parque
la estatua de escayola
cubierta de verdor-.
Las hojuelas de hierba,
los pequeños insectos, los granitos de arena,
se ocultan en la sombra.
Después, abierto el valle,
la hojuela, los insectos,
la selva,
penetra el pájaro silbando.
Un sordo, rumoroso himno gigante
salido de los montes,
del valle, de la hojuela, del insecto,
de la selva profunda, negra y verde,
saluda al pajarillo.
Y encima
luz.
Canción brillante y clara
del Sol en el azul.
Gaudielas
(1955)
¡Ay, amor, que no estás!
Del prado verde
-mil sombras blancas-
son las violetas
que hay en tu cara.
Al viento triste
tu risa hermosa.
La risa vaga
que hay en tu boca.
¡Ay, amor, que te vas!
En una noche
¾mil sombras negras¾
con amapolas
voy por la vega.
Y tú te alejas
siempre riendo,
con pasos leves,
pasos de viento.
¡Ay, amor, que te irás
y no te veré más!
En todo este tiempo que ha pasado
(1958)
En todo este tiempo que ha pasado
después de aquello nuestro,
no sé si estuve vivo, dormitando,
o simplemente muerto.
Sólo sé que tu imagen se marchaba,
que toda tú te ibas
al igual que la niebla se levanta
al Sol de mediodía.
Hasta hoy, que en las sombras de la tarde,
en una de tus cartas,
el hambre antigua ha vuelto inevitable,
y sé que me haces falta.
En este largo, oscuro laberinto,
después de aquello nuestro,
no puedo recordar que haya latido
mi corazón desierto.
Sol
(1958)
¡Eh, tú,
Sol redondo y luminoso,
amarillo queso, harto
de luz!
Soplas, riendo, tu fuego
cada día
y lanzas un grito sobrehumano
cuando, siguiendo la costumbre,
te despeñas en la tarde tras el monte.
¿Qué eres?
¿Quizás el fiel reflejo
de nuestra vanidad?
¿O una casual linterna que colgaron
antiguos peregrinos
por nuestro rincón oscuro en la Galaxia?
¡Qué lástima que seas rubicundo!
Podrías, tal vez, de ser moreno
-o incluso pelirrojo-,
obtener un permiso
para aparcar de vez en vez el carro,
como los labradores
o como ese cochero
que pasa por las tardes debajo de mi casa.
Mas sólo eres gordo y luminoso.
Un amarillo queso, fatuo
de luz.
Tus manos
(1961)
Tus manos en mis manos
un instante han buscado su calor.
Y un instante enlazadas firmemente
¾unidas por la suerte¾,
se han hablado sin voz.
¿Qué historias se han contado?
¿Qué conjunción, qué vínculo secreto
ha nacido entre ellas, que más tarde,
en su adiós entrañable
temblaron un momento?
No importa la mañana,
que yo parta, o que sigamos juntos.
Solamente ese instante irrepetible
en que latió una virgen
ilusión de amor puro.
Amada
(1964)
Amada,
lo que busco está en ti:
lo bello,
lo ardiente,
lo eterno.
Amada,
ojos para mi ceguera,
una piel para mi sueño,
dedos para mis arrugas,
fiebre para mi recuerdo.
Nada son distancias
en nuestro desierto,
si sé que me esperas,
si sabes que espero,
¡amada!
Virgen necia
(1957)
Virgen necia, virgen loca,
soñadora de milagros.
Deja que tu lengua roja
venga a abrasarme los labios;
tus dientes sobre mis dientes
deja que se abracen; deja
que resbalen estas manos
sobre tus senos en fiebre.
Virgen loca, virgen necia,
de virginidad de barro.
Debajo de mi mano
(1958)
Debajo de mi mano una caricia
que tú dejaste fuera.
Una caricia que soñé crecida
sobre tu piel abierta.
Que no pude sembrar en ti aquel día
¾tiempo de primavera¾
porque tú te negaste a recibirla,
besana no despierta.
Una caricia larga, estremecida
por mil siglos de espera.
Vibrante de emociones contenidas
mas de ilusión incierta.
Y ahora, que tu tarde necesita
de luz y de frontera,
debajo de mi mano, la caricia
se me ha quedado muerta.