Accésit en el Premio Internacional Artífice 2006
Publicado en Proemio siete, Granada, Ayuntamiento de Loja, 2007, pp. 29-42.
Reeditado en Madrid, Doveliar, 2009, con ilustraciones de Raquel García Tampeste con prólogo de Fernando Álvarez de Miranda y Torres
Reseñas y artículos dedicados al libro:
- Apuleyo Soto, "Los niños de Delhi y Chad", El Adelantado de Segovia, 12 de noviembre de 2007, p. 3.
- Pablo Martín Cantalejo, "Despedida con rima", El Adelantado de Segovia, 9 de marzo de 2010, p. 3.
4
Hay un niño que corre
audaz e indefenso,
casi pegado al rickshaw
tras la esperanza de una moneda.
A nadie parece importarle
su carrera frágil.
Tampoco a él.
El hombre que conduce
le lanza manotazos
y amenazas
inútiles.
Parece esconder su cuerpo breve
en la rueda o en el pedal,
desafiando a todo cuanto pasa,
y es que todo pasa a su lado
vertiginosamente
perdonándole la vida
quizá
un minuto, un día más,
un año más.
Quién sabe.
Tal vez el niño
cumpla muchos años
ganando tiempo
a tanto desafío
imposible.
10
En las calles imposibles
de la vieja Delhi,
cuando ya ha anochecido,
un niño tira del codo del caminante
sin violencia,
y llorando le pide una moneda.
Alguien advierte al caminante
de la falsedad del llanto,
pero no puede importar
entonces
cuánto haya de verdad en esas lágrimas.
El niño sólo pronuncia una palabra:
Sir.
La misma palabra que repite
angustiado
cuando ve que al caminante
le espera un coche:
Sir.
La misma palabra que grita
agarrado al faro de atrás,
corriendo mientras puede:
Sir.
La misma palabra
que queda
prendida de la noche
cuando ya nadie
puede oírla.
Sir.
13
Al caer la noche,
al lado de los vehículos
que se han detenido ante un semáforo,
un niño deforme
ha pasado, veloz, junto a las ventanas,
exhibiendo su cuerpo roto
a cambio de una limosna.
Nadie le ha dado nada.
Quizá nadie
haya querido ver
su presencia incómoda
entre las ruedas.
Alguien le ha sugerido al caminante
qué debe y qué no debe conmoverle.
El caminante no sabe,
ni quiere,
dejar de conmoverse,
porque piensa
que ese niño
que camina como un animal herido
posando sus manos
en el asfalto sucio,
podría ser su hijo o su hermano:
el mismo hombre, él, todos los hombres.
16
Sobre la acera misma,
cuando cede la luz del día,
miles de personas se tumban en el suelo
debajo de una manta, si la tienen.
Sin más techo que la noche que ha caído,
al calor de sus cuerpos
que se buscan en el frío,
conversan un momento y comparten
su masa solidaria
y dibujan
un mismo hombre,
una misma mujer,
un mismo niño,
perentoriamente redimidos por el sueño.
18
El caminante ha visto
gente comiendo
en el suelo
tomado por el barro y los orines.
Quisiera haber dispuesto
una mesa grande, unos manteles,
una inmensa hogaza de pan limpio,
un manantial de agua sonriente,
mas solo tiene
la artesa pequeña de sus versos
y el cauce mínimo
de toda su esperanza derramada.
20
Si alguna vez
visitáis las calles
de la vieja Delhi,
buscad los ojos de los niños,
sentid su latido a vuestro lado
y no olvidéis dejar
en cualquier esquina
la ofrenda humilde
de vuestras manos tendidas.
Luego mirad el cielo,
océano lejano e infinito,
y colgad, si podéis, de alguna nube
vuestra mejor palabra, o el aliento
que enjugue alguna lágrima o que cierre
alguna herida abierta, alguna herida.