Hay veces que el verso me empapa,
me degüella, me sostiene, me aniquila,
me arremete o me asesina.
Ciertas voces se olvidan
que parece incierto que el pastor,
asomado por la inercia,
acosa a la Negra Oveja.
Que ahora el necio
se hace "auto-experto"
de la minúscula letra
en la aceptación firmada
del contrato del fascismo.
Grito, pues, entonces,
aquí, en el papel,
a aquel que hace propaganda
demagógica e insultante;
al que padece en la máscara,
pero se baña en leche de oveja.
Grito al que niega la evidencia,
al aplaudidor nato de la teatral ceguera,
al que sostiene el vino y no el pan,
he aquí el edicto del poeta
que se queda sin versos para llorar.
¡Qué desgracia que mi verso
duerma sin máscara!
Que el que niegue la política
del arte no supo nunca lo que es sentir,
agonizar o denunciar .
Amadores del pan de cada día:
¡yo me despierto con penas y no glorias!;
¡Qué levanto el verso como barrera al suicidio!
Sois los afiladores del cuchillo,
cómplices de este genocidio.
Yo os repito, aquí o fuera
de la letra o el teclado:
que mi verso no tiene precio,
que mi palabra tiene conciencia,
¿dónde estáis defensores de las letras?
¿dónde estáis defensores de personas?
Olvidados todos en tumbas egipcias.
Cuando el arte se convierte en prostituta
ya no es arte, sino incultura.
Vanora Miranda