Las tres hermanas
[...] IRINA- No me hable de amor Nikolái Lvóvich.
TUSENBACH (sin escucharla)- Experimento una
apasionada sed de vida, de lucha, de trabajo, esta
sed se me ha fundido en el alma con el amor que
siento por usted, Irina. Como hecho adrede, ustedes hermosa,
¡ y la vida también me parece tan hermosa!
¿En qué está pensando? [...]
El jardín de los cerezos
[...]LUBOVA. -¿Qué debemos hacer? Dígalo.
LOPAKHIN. -Yo se lo estoy diciendo, en todos los tonos, todas las mañanas, todos los días, y ustedes aparentan no entender mi lenguaje. Su jardín de los cerezos y toda su finca deben ser transformados en terreno de datchas. Esto debe ser realizado sin tardanza, con la mayor prontitud posible. El día de la subasta se aproxima. ¿Comprende? Si se decide a arrendar la tierra para las datchas, podrá salvarse. Yo no sé ya cómo repetirlo; métase bien en la cabeza la idea de que no hay otro medio de salvación. [...]
[...] Cuando llegaron a la casa, Yegór Semiónich ya se había levantado. Kóvrin no tenía deseos de dormir, empezó a conversar con el viejo y regresó con él al jardín. Yegór Semiónich era de alta estatura, ancho de hombros, con una gran barriga, y sufría de disnea, pero siempre caminaba tan rápido, que era difícil andar tras él. Tenía un aspecto preocupado en extremo, siempre se apuraba a algún lugar, y con tal expresión, como si por tardarse siquiera un minuto todo estuviera perdido.
-Mira, hermano, qué historia… -empezó, deteniéndose para cobrar aliento. –En la superficie de la tierra, como ves, hay helada, y levantas el termómetro con el bastón unos dos sazhénes por encima de la tierra, ahí hace calor… ¿Por qué es así?
-En verdad, no sé, -dijo Kóvrin y se echó a reír.
-Hum… No se puede saber todo, por supuesto… Por muy amplia que sea la mente, no lo metes todo ahí. ¿Tú pues, todo más de filosofía?
-Sí. Leo psicología, y estudio en general filosofía.
-¿Y no te aburre?
-Al contrario, vivo sólo con eso. [...]
Más...
[...] El padre de Anna hace poco que es rico; ella ama al obrero Pímenov, que "no sabe ni coger el tenedor". [...]
[...] A IGUAL QUE EL AÑO PASADO, los últimos en llegara la hora de las visitas fueron el consejero de Estadoen activo Krilin y el conocido abogado Lisevich.Se presentaron cuando en el patio ya reinaba la oscuridad.Krilin era un viejo de más de sesenta años, deboca ancha, patillas cubiertas de canas y cara de lince.Llevaba puesta una guerrera de la que pendía unlazo con la Cruz de Santa Ana y pantalones blancos.Estuvo durante largo tiempo apretando la mano aAnna Akimovna, mirándola directamente a la cara ymoviendo los labios. [...]
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[...] Por razones que no vienen al caso explicar ahora con detalle, tuve que
emplearme de criado en casa de un funcionario petersburgués de
treinta y cinco años llamado Gueorgui Ivánich Orlov,Había entrado al servicio de ese Orlov para recabar informaciones
sobre su padre, famoso hombre de Estado a quien consideraba un
importante enemigo de mi causa. Consideraba que, al vivir en casa de
su hijo, podría conocer en profundidad los planes e intenciones del
padre, gracias a las conversaciones [...]
[...] Pensar en el próximo viaje.
Éste es mi plan. El 20-22 de julio iré a Taganrog a curar a mitío, que ha enfermado de gravedad y requiere mi ayuda. Esuna gran persona y negarle mis cuidados seria una desconsideración,aun sabiendo que mi concurso no será de ningunautilidad. Pasaré en Taganrog 1-2-3 días, tomare baños demar, iré al cementerio local y después volveré a Moscú; unavez allí, en cuanto acabe con mi Sajalín y dé gracias al cielo,me declararé libre y preparado para partir a donde meplazca..
(A AJekséi Suvorin, 11 de julio de 1894) [...]
Más...
[...] También mi hermana llevaba su propia vida, que cuidadosamente
me ocultaba. Cuchicheaba a menudo con
Masha. Cuando me acercaba a ella, se encogía y su mirada
se tornaba culpable, implorante; por lo visto, en su alma
estaba sucediendo algo de lo que tenía miedo o se avergonzaba.
Para no encontrarse casualmente conmigo en el jardín
o no quedarse conmigo a solas, se mantenía constantementejunto a Masha, y yo rara vez tenía ocasión de hablarcon ella, salvo durante la comida.
Cierta tarde pasaba yo tranquilamente por el jardín, de regreso de las obras. Ya empezaba a oscurecer. Sin notar
mi presencia, sin oír mis pasos, mi hermana iba y venía
junto a un viejo y frondoso manzano sin hacer el menorruido, como una aparición. Vestía de negro y caminaba de
prisa, siguiendo la misma línea, adelante y atrás, mirando
al suelo. Del árbol cayó una manzana, ella se estremeció
asustada por el ruido, se detuvo y se apretó las sienes con
las manos. En aquel mismo instante me acerqué a ella. [...]
invernaderos ... [...]
YALTA
Olya, pequeña mía, buenos días. No te escribí ayer,en primer lugar porque tuve muchas visitas, y, después,
porque no me quedó tiempo: cuando su fueron
los invitados, estuve trabajando en un relato. [...]
[...] Los contrabajos y los trombones son, por lo general, gente apocada; pero Smichkov constituía una agradable excepción.
-Señorita -dijo, pasados unos instantes-. Veo que la conturba mi aspecto; pero estará usted de acuerdo conmigo en que, por las mismas razones suyas, me es imposible salir de aquí. Escuche, pues, lo que he pensado: ¿aceptará usted meterse en la caja de mi contrabajo y cubrirse con la tapa? Esto la escondería a mi vista...
Diciendo esto, Smichkov sacó el contrabajo del estuche. Por un momento le pareció que al cederlo profanaba el sagrado arte; pero su vacilación no duró largo tiempo. La beldad se metió, encogiéndose, en el estuche y el músico anudó las correas, celebrando mucho que la naturaleza lo hubiera obsequiado con tanta inteligencia.
-Ahora, señorita, no me ve usted. Siga ahí echada y quédese tranquila. Cuando oscurezca la llevaré a casa de sus padres. El contrabajo volveré a buscarlo más tarde. [...]
[...] -Dicen que OIga se negaba a dormir con Chéjov porque temía
contraer la tuberculosis -comenta Nina mientras nos dirigimos
al coche por el sendero que discurre por encima del mar,
enOreanda.
-Nunca lo había oído decir -comenté yo-o De su correspondencia
se desprende que darmían juntos.-¿No se acuerda de Gurzuv, cuando me preguntó por la
estrecha cama de la habitación de Chéjov? [...]
Tío Ványa
[...] ASTROV. -Parece enteramente que tienes envidia. VOINITZKII. -Tengo envidia, sí... ¡Y qué éxito el suyo con las mujeres! ¡Ni Don Juan supo de un éxito tan rotundo!... Su primera mujer -mi hermana-, criatura maravillosa, tímida, límpida como este cielo azul; noble, generosa, contando con más admiradores que él alumnos..., le quiso como sólo los ángeles pueden querer a otros ángeles tan puros y maravillosos como ellos... Mi madre, a la que inspira un terror sagrado, continúa adorándole... Su segunda mujer..., bonita, inteligente -ahora mismo acaba usted de verla-, se casó con él cuando ya era viejo, entregándole su juventud, su belleza, su libertad y su esplendor... ¿Por qué?... ¿Para qué? ASTROV. -¿Y es fiel al profesor? VOINITZKII. -Desgraciadamente, sí. ASTROV. -¿Por qué «desgraciadamente»?... VOINITZKII. -Porque esa fidelidad es falsa desde el principio hasta el fin. Le sobra retórica y carece de lógica. Engañar a un viejo marido al que no se puede soportar es inmoral, mientras que el esforzarse en ahogar dentro de sí la pobre juventud y el sentimiento vivo, no lo es. TELEGUIN. -(Con voz llorosa.) ¡Vania! ¡No me gusta oírte hablar así!... ¡El que engaña a su mujer o al marido es un ser infiel!... ¡Capaz también de traicionar a la patria! VOINITZKII. -(Con enojo.) ¡Cierra el grifo, Vaflia! TELEGUIN. -¡Permíteme, Vania!... ¡Mi mujer..., y sin duda por culpa de mi exterior poco atrayente..., se fugó, al día siguiente de la boda, con un hombre a quien quería!... ¡Pues bien..., después de esto, yo seguí cumpliendo con mi deber! ¡Todavía la quiero y le guardo fidelidad!... ¡La ayudo cuanto puedo, y le he hecho entrega de todos mis bienes, para que atienda a la educación de los niños que tuvo con aquel hombre a quien quiso! ¡Me falló la dicha, pero me quedó el orgullo!... ¿Y ella, en cambio?... Su juventud pasó, su belleza -sujeta a las leyes de la Naturaleza- acabó marchitándose, y el hombre a quien quería falleció... ¿Qué le ha quedado? [...][...] Terminado su cigarro, el nuevo amo salió por
unos instantes para volver con una pequeña colchoneta
en las manos.
-¡Eh, perro, acércate! -dijo, poniendo la colchoneta
en un rincón, al pie del diván -. Echate aquí,
duérmete.
Luego apagó el quinqué y se marchó. Kashtankase tendió en la colchoneta y cerró los ojos; de la calle
llegó un ladrido que sintió deseos de contestar,
pero de pronto, cuando menos lo esperaba, le invadió
una oleada de tristeza. Recordó a Luká Alexándrich,
a su hijo Fiédiushka, el confortable rinconcito
de debajo del banco... [...]
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