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Las publicaciones científicas en Internet (Pablo Cazau)

 
En Internet no hay, en general, nadie que controle la calidad de las publicaciones científicas, control que queda entonces a cargo de un lector que debe convertirse en un verdadero decodificador del material que recibe. Además de la calidad, en el presente artículo también se aborda el tema de la accesibilidad al conocimiento científico que tiene, por lo menos, tres importantes restricciones: los sistemas de búsqueda, el idioma y los precios. Finalmente, se aborda también el tema de la actualización del conocimiento científico en la red.

1. La calidad de las publicaciones

La tecnología informática, fundamentalmente la aparición de Internet y los traductores automáticos de idioma, ha generado una transformación sólo comparable con la invención de la imprenta por Gutemberg en el siglo XV, en cuanto a masificación de la información se refiere. Tal como sucedió en los albores del Renacimiento, hoy también se ha multiplicado considerablemente la cantidad de personas con acceso a una información otrora virtualmente imposible de alcanzar, y ello incluso a pesar de los caóticos sistemas de búsqueda de datos que habitan la Red.

Cuando hablamos de masificación de la información nos referimos no solamente a que se ha incrementado la cantidad de lectores, sino también la cantidad de autores, los que, gracias a Internet, pueden hoy dar a conocer sus escritos sin necesidad de pagarle a una editorial para que publique su libro ni de rogarle a un diario o una revista para que se digne tenerlos en cuenta para el próximo número.

Esta situación ha engendrado problemas inéditos, como por ejemplo la cuestión acerca de quién controla la calidad de la información que circula en la Red, problema que adquiere dimensiones importantes cuando de información científica se trata.

En este último ámbito, aquellos que escriben material científico pueden ser ubicados en cinco categorías: Investigadores, docentes, profesionales, alumnos, y periodistas.

Estamos fundamentalmente refiriéndonos a cinco modalidades diferentes de escribir, puesto que un mismo tema puede ser presentado bajo la forma de un artículo en una revista especializada (investigadores), bajo la modalidad de una clase desgrabada (docentes), como un artículo en una revista de interés general o de divulgación científica (profesionales y periodistas), o como una monografía o una tesina (alumnos).

Inclusive algunas de estas modalidades se transforman en las otras. Por ejemplo, un docente, a partir de sus lecturas y elaboraciones personales (y hasta a veces de las monografías de sus alumnos), da su clase, la cual puede ser luego desgrabada. Esta se transforma luego en una publicación interna de la cátedra; esta luego en un artículo o en una tesis y, finalmente, en un libro. Todo el proceso puede durar años y puede no estar realimentado (es decir, el libro no vuelve a modificarse como consecuencia de nuevas lecturas o elaboraciones personales).

Estas diferentes modalidades de escribir pueblan Internet, donde no hay ningún Comité Revisor que controle la calidad de lo publicado. Fuera de Internet hay controles más estrictos: en las revistas científicas con referato el material es evaluado por una comisión de “notables” que dará o no su visto bueno de acuerdo a diversos criterios, entre los que se cuenta la autenticidad, el rigor, la originalidad, el plagio o la importancia práctica (1).

Dentro de Internet, en cambio, el usuario es quien debe asumir esta responsabilidad convirtiéndose en su propio asesor de calidad.

Existen, no obstante, ciertos recursos para facilitar este tipo de evaluación. Por ejemplo: a) si encontramos monografías o apuntes enviados por alumnos, debe mantenerse especialmente alerta en cuanto a su rigor u originalidad (a pesar de esto, es posible encontrar trabajos verdaderamente originales o rigurosos realizados por alumnos). b) si encontramos sitios de universidades, instituciones o publicaciones científicas reconocidas (en oposición a páginas personales), es posible mantenerse razonablemente confiado respecto a la calidad de lo publicado (siempre en términos de rigor, claridad, originalidad, etc.). c) si encontramos material formalmente mal escrito (errores de ortografía o sintaxis, errores en la citas y en la organización formal del texto, como en títulos o subtítulos), es probable que también el contenido tenga una deficiente calidad. Estos son algunos de los indicadores que convendrá tener presentes a la hora de confiar o no confiar en la información que nos llega a través de la Red.

2. La accesibilidad del saber científico

La posibilidad de acceder a publicaciones científicas vía Internet tiene actualmente y por lo menos tres restricciones importantes: los sistemas de búsqueda, el idioma y el precio.

a) Sistemas de búsqueda.- Se pretende que el conocimiento científico sea público, lo cual significa que toda persona pueda acceder a los resultados de cualquier investigación u opinión, en cualquier momento y en cualquier lugar.
Con esta premisa, cualquier investigador puede escribir sus resultados en un cuaderno y dejarlo en el medio del desierto. Nadie pondrá en duda que es un conocimiento público, por cuanto cualquier persona podría encontrarlo.
Por lo tanto, sostenemos que el conocimiento científico llega ser verdaderamente público, no sólo cuando está potencialmente al alcance de cualquiera, sino además cuando todas las personas disponen de un sistema eficaz de búsqueda y de acceso a la información. Por ejemplo, si contamos con un sistema que nos informa exactamente en qué parte del desierto está el cuaderno (sistema de búsqueda), y además nos informa sobre los medios para llegar a él (sistema de acceso).

Internet representa un progreso importante como sistema de acceso a la información, pero como sistema de búsqueda no ha demostrado ser mucho mejor que los sistemas clásicos: sigue siendo tan caótico como ellos. Sabemos que en Internet hay muchísimas cosas, pero no sabemos como encontrarlas, lo que significa que un sistema de acceso pierde todo su valor si no está respaldado por un buen sistema de búsqueda.
Qué se hizo en el mundo para resolver este problema, dentro o fuera de Internet? Uno de los intentos más loables fue la creación del sistema MARC (Machine Readable Cataloging), que tiene reconocimiento internacional. Este sistema no sólo simplifica y acelera el trabajo de catalogar libros y facilitar préstamos entre bibliotecas, sino, además, representa para el público en general la posibilidad de buscar, acceder y finalmente encontrar al material bibliográfico deseado con mayor facilidad.

En nuestro país, Argentina, se prevé para 2001 la implementación del Proyecto BDU (Base de Datos Unificada) que intenta unificar la información en las 337 bibliotecas universitarias hoy en día existentes.
El proyecto en sí (2) consistió en reunir las bases de datos de algunas de esas bibliotecas, hasta hoy muy disímiles en cuanto a formatos y criterios de clasificación. Luego de determinar un número mínimo de campos para el registro de libros, se decidió convertir los registros al sistema MARC, lo cual permitirá a las bibliotecas argentinas salir del aislamiento e integrarse con el resto de las bibliotecas del mundo. Esta tarea de conversión fue realizada por Online Compute Library Center, un organismo internacional que reúne unos 47 millones de registros de diferentes bibliotecas del orbe.

Otro esfuerzo digno de mención es el SciELO, un modelo para la publicación electrónica cooperativa de revistas científicas en Internet, creado especialmente en 1997 para favorecer la comunicación científica en los países en desarrollo, especialmente América Latina y Caribe (5). Hasta el presente (2002) reúne 162 publicaciones y ya intervienen Brasil, Chile, Cuba, Costa Rica, Venezuela y España. Este año se incorporará también Argentina, y en los próximos años se espera que la red SciELO sea una instancia para la publicación de gran parte de la producción científica y tecnológica de los países miembros y también de otros que puedan sentirse atraídos por la calidad y seriedad de los temas abordados por las revistas.

La tarea de obtener un sistema universal de búsqueda y acceso a la información científica recién comienza, y es de esperar que sus responsables sepan utilizar los recursos de la potentísima herramienta llamada Internet, hoy en día insuficientemente aprovechada en tal sentido.

b) Idioma.- Un gran porcentaje de las publicaciones científicas en Internet están escritas en inglés, y quien no conoce el idioma, tendrá dos opciones: o bien paga los servicios de un traductor de carne y hueso, o bien recurre a los traductores automáticos tipo Babylon y otros. El primero ofrece fidelidad pero suele ser un servicio caro, mientras que los segundos son en general gratuitos, pero ofrecen traducciones burdas. En cualquiera de los dos casos, y hasta tanto no se invente un lenguaje científico universal –cosa bastante improbable- el idioma seguirá siendo una restricción importante para acceder al saber científico.

c) Precio.- En Internet existe un vasto campo de publicaciones de acceso gratuito, pero hay muchos otros sitios donde se debe pagar. El acceso vía Internet a varias revistas científicas de nivel exigen un pago por el servicio, y frente a esta situación han surgido algunas alternativas, como la propuesta de la Public Library of Science (3) de reclamar a las principales revistas científicas que permitan el acceso libre –sin costo- a aquellos artículos con una antigüedad no menor a seis meses. A esta propuesta ya han adherido miles de científicos de todo el mundo.
En el modelo actual, “sólo es posible llegar a la información científica por medio de la suscripción a revistas (por lo general muy caras) o contactando a los autores (confiando en su buena disposición). También queda el recurso de solicitar los artículos a bibliotecas, pero por lo general esta opción es la más onerosa por lejos” (4).

Finalmente y por suerte, tengamos presente que, si bien el acceso a artículos completos puede ser pago, en muchos casos puede accederse gratuitamente a los correspondientes abstracts, suerte de resúmenes que suelen bastar para conocer su contenido y poder citarlos en algún trabajo que uno esté realizando.

3. La actualización del saber científico

En un sentido, a diferencia de lo que ocurre con las religiones, en la ciencia se producen cambios de una manera más acelerada: las hipótesis y teorías se confirman, se refutan, se salvan de la refutación o se crean otras nuevas. Por este motivo el saber científico ha de estar actualizado, entre otras cosas para no plantear ideas o experimentos que ya fueron expuestos hace tiempo.

Cómo saber si determinado material está o no actualizado? En lo primero que uno piensa es en la fecha, pero hay que ser precavido: puede haber material redactado hace un mes pero que está desactualizado, y material redactado hace cien años que no ha perdido actualidad o vigencia. Juzgar el nivel de actualización de un escrito científico exigirá, por lo tanto, bastante conocimiento sobre el tema. En caso contrario, deberemos confiar con cierto margen de riesgo en la fecha de publicación.

Respecto de estas cuestiones, Internet presenta un gran ventaja sobre las publicaciones clásicas donde el soporte es simplemente el papel: la actualización es mucho más veloz. Un libro común y silvestre tarda en el mejor de los casos un año en ser reeditado (es decir, actualizado, ampliado o corregido), mientras que un libro publicado en Internet puede ser incluso actualizado a diario por su autor.

Pablo Cazau Lic en Psicología y Prof de Enseñanza Media y Superior en Psicología
Buenos Aires, Noviembre 2002
(1) Las editoriales siguen otro criterio: en general es aceptado aquel material que sea vendible, y, por supuesto, no corren ningún riesgo económico, porque, salvo que se trate de un autor consagrado, será el aspirante a escritor édito quien corra con los gastos. Esta situación puede generar un espacio donde algunos audaces escriban sobre temas que no conocen o, peor aún, que conocen mal.
Ciertos sitios, incluso, aprovechando la ignorancia del autor, le ofrecen publicar su libro sin costo alguno, y hasta le garantizan el porcentaje de lo que les corresponde por derechos de autor. Lo que el autor ignora es que él mismo puede publicar su obra en Internet sin intermediarios, con lo que el comprador paga solamente los derechos de autor y no lo que le pedirá el sitio (que suele ser de cinco a diez veces superior). Esta alternativa permite que más gente pueda conocer su libro y, además, que pueda tener un control más directo e inmediato sobre sus ganancias.
(2) Diario La Nación, Buenos Aires, Argentina, 28 de enero de 2001, página 13.
(3) Public Library os Science http://www.publiclibraryofscience.org
(4) Sánchez Roberto, “Enredados”, publicado en Revista Campo Grupal, Buenos Aires, Argentina, Año IV, Nº 29, Noviembre 2001.
(5) “La Argentina llega al SciELO”, artículo publicado en el Diario la U, Buenos Aires, 29 de noviembre de 2002.

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