El día 21 de marzo, la Facultad de Filología ha celebrado el Día de la Poesía UCM, que en esta ocasión se ha centrado en la figura del poeta Joan Margarit. Además de contar con la presencia del propio escritor en una charla con los profesores Marta López Vilar y Sergio Santiago Romero, la propia Facultad se convirtió en la Ciudad Margarit. De acuerdo con Santiago Romero, es "esa ciudad desconocida con la que le se quiere homenajear al poeta, para que los visitantes recorran los escondrijos, las maravillas, los poemas y sus voces...". Para ello, aparte de editar un libro con poemas de Margarit, traducidos a todos los idiomas que se imparte en la Facultad de Filología, se ha montado una exposición bibliográfica, que se podrá visitar hasta el 12 de abril, en la biblioteca de Filología, y se han colocado textos del autor por los pasillos de las cinco plantas de la Facultad.
El encuentro con Joan Margarit comenzó con una lectura de poemas, por parte del autor, de algunos de los que ha publicado la Complutense en esa antología titulada también Planos de una ciudad desconocida. En concreto, Margarit leyó Horarios nocturnos, Primer amor, Gente en la playa y Coraje, este último leído tanto en castellano como en catalán.
Tras ello, Joan Margarit habló sobre la gran diferencia que existe entre la poesía y la prosa. Para él, "la poesía está más cerca de la música que la prosa", y la diferencia más notable estriba en que si le preguntas a alguien por su vida y la cuentas eres un novelista, pero "si como poeta quiero que ese alguien esté dentro de un poema no funciona, antes tengo que meterlo dentro de mí, y si en mis búsquedas interiores encuentro algo que es un universal que está dentro de todos, eso es poesía".
Tiene claro el poeta, que es "muy difícil encontrar esos universales dentro de un maremágnum de partículas que no sirven para nada", porque eso que es fundamental para él, si no lo es para los demás supondrá que se ha equivocado y que será un mal poeta. Una vez que se encuentra eso que es fundamental también para los demás, esa intuición hay que pasarla a palabras, ya que "es la única manera de enviarla a alguien que no conozco, y cuando lo lee ese otro, si esa persona ve que lo que lee es ella, ese es el recorrido del poema. Si no se produce eso, generalmente por culpa del poeta, el poema es fallido".
Aunque ese encontrar puntos de unión entre todos puede implicar abrirse a los demás y romper la intimidad de cada uno, Margarit opina que "la intimidad no puede dar miedo, la de cualquiera es la misma que la tuya". Piensa además que la intimidad "es una herencia barata del romanticismo, como la idea de que la poesía es difícil, cuando es mucho más difícil leer mil páginas de una novela".
"Con la poesía, no hay más que poder decir me miro en ese poema. ¿Veo algo? No, pues tíralo, aunque con una cierta precaución para verlo dos o tres veces, que son sólo unos pocos minutos y sin ninguna preparación previa, es sólo como mirarse en un espejo", aclara el poeta.
La poesía y la vida
"Si se puede curar la vida, lo puede hacer la cultura en general, que es el gran remedio para curar, medicina aparte", responde Margarit cuando le preguntan por el terrible dolor de enfrentarse a la muerte de un hijo, o en su caso de una hija, algo que contó de manera descarnada en su poemario Joana.
Recuerda Margarit que de todos modos esa cultura es difícil de expandir, sólo hay que fijarse que "estamos en una Facultad absolutamente ninguneada por la sociedad, porque no hay que olvidar que políticos son esa sociedad, y si son corruptos y no hacen más que insultar eso es un reflejo de nosotros mismos".
En su vida, de todos modos se ha dado la paradoja de que las dos existencias a las que les debe más su poesía y su intimidad, son dos personas que no sabían leer. En primer lugar, "la sensación de intimidad lejana" está en su abuela, una campesina que salió de un pueblo de niña y se fue a hacer de criada a Barcelona con 12 años, y luego está Joana, que es una hija que nació con una enfermedad genética rara y que tampoco podía leer un libro, o como mucho uno de cuentos muy sencillo. Esa relación de la poesía de Margarit con "el analfabetismo en un sentido no maligno de la palabra, sino sólo descriptivo, quiere decir que lo importante transcurre por debajo o por dentro de todo".
Es decir, que "no hay que dejarse atrapar por esa visión romántica de que poesía y vida son lo mismo. No es así. La poesía sale de la vida, pero no es la vida. Para escribir poesía se debe tener una vida sexual, económica, sentimental... porque en caso contrario de qué vas a hablar". Como muestra de esta vida que inspira la poesía Margarit leyó su poema Los ojos del retrovisor, sobre su hija.
Arquitectura y franquismo
Sergio Santiago Romero destaca que Joan Margarit poeta ha convivido durante décadas con un Margarit arquitecto, a lo que el escritor contesta que las dos disciplinas están en los cimientos de la civilización. Para él, "uno de los momentos más definitivos de la historia de la humanidad fue la salida de las cuevas, y la aparición de la casa, cumpliendo las funciones de la cueva y otras más, como la de protección. Descubrir que se podría hacer esa cueva uno mismo al lado del río es brutal". Y si son dos mundos muy parecidos es porque "la poesía es otra casa, una herramienta, un consuelo que sirve para que la vida no se te lleve por delante, al igual que todas las demás artes".
De todos modos, no todo el mundo ha podido acceder a los estudios de arquitectura, por ejemplo, "durante el franquismo, y ya antes, había una idea clara por parte del poder, y era que las profesiones del futuro debían quedar en manos de los ricos, en aquel caso eran las ingenierías, que eran el horizonte de entonces". Para hacer eso, según Margarit, las ingenierías se llevaron todas a Madrid, menos la textil que quedó en Cataluña, de tal manera que "el señor de Orense con un niño al que le gustaría estudiar ingeniero naval debía mandarlo a Madrid, creando una diferencia, porque eso no lo podía hacer todo el mundo. Además a esas ingenierías, se las dotaba de un ingreso durísimo, absolutamente aberrante, que cerraba el paso a prácticamente todos los que solicitaban el ingreso. Las carreras duraban unos diez o quince años. Y eso sólo podía mantenerlo gente con mucho dinero, familias adineradas".
En su caso, su padre vivía en Barcelona, en el barrio chino, el actual Raval ("un eufemismo, como otros muchos"), y quiso estudiar Arquitectura y pudo hacerlo allí porque allí había una escuela, pero confiesa que nunca se atrevió a llevar a su casa a ningún compañero de clase.
Tiene claro Margarit que "todo en la vida tiene su planteamiento político y los políticos no son los malos y nosotros los buenos, y para hacer que la democracia no sea de votantes analfabetos, quizás aquí, en esta Facultad, se encuentre la solución más cercana que en cualquier otro sitio".
Los contemporáneos
Tras un primer bloque de traducciones de poemas de Joan Margarit al búlgaro, checo, chino y danés, Marta López Vilar le preguntó por sus contemporáneos, a lo que respondió el poeta: "Mi contemporáneo es Homero".
Aclara que el progreso humano, el paso del tiempo, supone que tus contemporáneos son los que te tocan en tu tiempo, pero eso sólo ocurre en la ciencia. Por ejemplo, "del mono del garrote hemos llegado a la inteligencia artificial, pero ese es un camino muy estrecho y veloz, donde sí hay contemporáneos. Arquímedes no entendería nada de lo que dijese Einstein, debería ir a una escuela para poder hablar con él como científico. Sin embargo, si yo hablo de poesía con Homero, nos entendemos enseguida, porque cuando se habla de la palabra, del significado, del marco, nos entenderemos a la primera, charlando dando vueltas".
Opina que lo mismo pasa con la Filosofía, y que Sócrates y Heidegger se entenderían en la segunda y hasta llamarían a Santo Tomás para charlar con ellos. La pretensión de los poetas no es avanzar, "algo que le gusta tanto a la modernidad, al igual que otras ideas como la alegría de salir de la miseria o eso de que de los errores se aprende o que el que tropieza se levanta. O no, a veces no se levanta".
El catalán
Cuenta Margarit que él nació en 1938, así que uno de sus primeros recuerdos en relación con la lengua fue una vez que iba andando con cinco años a la escuela, hablando en catalán, y alguien le soltó un cogotazo y le dijo que hablase en cristiano. "Meter la pata de esta manera con unos temas tan sencillos es normal que cree problemas a largo plazo", asegura el poeta.
En la escuela no le podían enseñar en catalán, así que lo único bueno que le dio el general Franco fue "aprender el castellano, aunque fuese a bofetadas, pero al mismo tiempo allí empezó el lío, porque con 18 años, cuando quiso ser poeta hizo un silogismo sencillo: quería ser poeta, y la poesía es cultura, como no tenía cultura en catalán tenía que hacerlo en castellano".
Y no tenía cultura en catalán porque estaba prohibida, así que su ignorancia como generación joven fue total. En un primer momento se mostró decidido a respetar ese silogismo, pero a los 40 años llegó "escribiendo mala poesía, con cuatro libros publicados" que él sabía que eran malos.
Un amigo fue quien le animó a escribir en catalán, porque lo cierto es que "no hay ningún gran poeta que haya escrito en una lengua que no sea la suya materna". Aquel día empezó a escribir en catalán, aunque sus "primeros ocho libros también fueron al mar, pero por un exceso de alegría, por el deslumbramiento de las palabras".
Su descubrimiento del problema lingüístico que arrastraba coincidió con la poesía de la experiencia, de finales de los años setenta, que "coincidió con una época de una gran abertura de poetas en castellano y en catalán, una época preciosa que no ha vuelto". Todos hacían recitales y se hicieron muy amigos, algunos de los cuales conserva todavía como Luis García Montero, aunque de todos modos reconoce que lo suyo no era tanto la poesía de la experiencia como recuperar el tiempo perdido.
La vida en bloques
El encuentro con Joan Margarit se dividió en tres bloques, festoneados con lecturas de poemas traducidos a otros idiomas, el segundo de ellos en griego moderno, hebreo y rumano, y el tercero en húngaro, inglés, italiano y esperanto.
Esa estructura de la sesión, le permitió al poeta afirmar que la vida también tiene tres bloques: "Dos muy cortos, la infancia que pasas de cero a casi todo, porque lo que eres a los diez o quince años ya no lo vas a tocar, después la etapa de la juventud y, luego, al final hay una etapa que es la vejez, o senectud, pero no tercera edad, que es una característica muy peculiar y es que no tiene otra edad desde la que será juzgada. La última ya no te juzga nadie, ni tú mismo, así que es la más libre, y si no lo eres, es que eres tonto".
Exageró Margarit afirmando que para llegar bien a esa última etapa "has de haber pasado por la Facultad de Filología, porque en caso contrario acabarás siendo un viejo idiota". Añadió la anécdota de que "en los recitales es relativamente frecuente que aparezca un hombre, siempre un hombre, muy sonriente que te felicita y luego dice que no ha tenido tiempo de leer poesía". Margarit le pregunta si ha tenido tiempo de follar con mujeres, a lo que al interlocutor "se le pone una sonrisa turbia y blanda, y dice que para eso si ha tenido tiempo".
Tras leer su poema Barcelona, para explicar que "en una ciudad no tiene que ocurrir nada especial para que se convierta en tema poético", concluyó con la lectura de La libertad, un poema ambientado en los años ochenta, en las primeras elecciones libres que tuvimos y que "desde la seriedad del entusiasmo mantiene eso de que la salvación pasa por salir del analfabetismo".