Ir al contenido

Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 27 de diciembre de 2024

Inicio | Secciones | ¿Quiénes somos? | Equipo E-Innova | ¡Publica con nosotros! | Revistas culturales

Voluntario para cambiar vidas, al menos la mía propia.

De cómo pasa uno de ser un estudiante de biología, a un especialista en educación y cooperante internacional. De cómo las cosas cambian radicalmente, y yo cambié felizmente. Así es cómo comienza mi historia, el porqué del comienzo de esta sección.

A veces pasan cosas que hacen que tú vida cambie radicalmente de dirección. Unas veces se produce una fractura en el camino de una forma completamente inesperada. Otras, la ves acercarse de manera inexorable, y la espera se hace terrible, y la fractura, más profunda. No soy quién para juzgar cual se considera más o menos dolorosa, pero al final, aunque diferentes entre sí, te hacen llegar a un punto parecido.

De repente, un vacío. Ya no es como era. ¿Cómo va a ser a partir de ahora?. En ese punto, lo que suelen hacer las personas es darse. Darse a la bebida o a cualquier otra cosa que las destruya; o darse a los demás e intentar reconstruirse.

Mis padres me educaron demasiado bien como para la autodestrucción. Pero lo de capear el vacío, es muy duro. Y cuando yo mismo me vi en ese punto, decidí irme lejos. Me fui con una intención mitad egoísta, mitad altruista. Quizás para descubrir cuál de esas partes pesaba más. Aún no lo tengo claro.

La historia del porqué me fui, es demasiado íntima para ser contada aquí. La del cómo, fue más o menos así. Tenía 23 años, estudiaba Biología en la Universidad de Alcalá, y estaba en cuarto factorial. Estaba sentado en el césped de la entrada a mi facultad, jugando a las cartas con unos compañeros, llevaba allí horas, hacía días que no pisaba las clases, parecía que habían perdido el sentido para mí. Apareció un amigo, risueño como siempre (de hecho no le recuerdo de otro modo que no fuera sonriendo), y también como siempre preguntó algo tal que "¿Contento amigo?", "Bueno, vamos tirando" contesté, "Yo sí lo estoy, me voy a Camboya en verano, ¿te vienes?", "Sí claro" le dije (conociéndole en esa época, no daba un duro con que la historia saliese al final). Y me dijo, "pues vamos a mandar un mail con tu currículum y una carta de motivación a Marisa", "ahora", "sí, ahora". Y lo mandé. Y al mes tuve una entrevista de dos minutos con esa tal Marisa. Y me dijo que fuese a Camboya con ellos, que había mucho trabajo que hacer. Y un mes más tarde estaba rumbo al otro lado del mundo. Así de "fácil". Increíble, ¿verdad?.

Para mi primer viaje en solitario, no pintaba nada mal; de Madrid a Barcelona en tren; de Barcelona a Singapur, catorce horas de vuelo y ocho horas de espera en la ciudad estado; y por fin Singapur - Phnom Penh, que solo sería hora y media, lo más fácil ya a esas alturas. Cuando me quise dar cuenta, había pasado más de dos días de viaje. Pero había sido como un sueño, del que me despertó el terrible calor y la agobiante humedad a la salida del aeropuerto.

Me deberían haber estado esperando a la salida. Pero allí no había nadie. País desconocido, idioma desconocido, sin manera de contactar a nadie por teléfono. Antes de agobiarme recordé, que la que iba a ser mi jefa me dijo que llegaba el mismo día que yo, aunque un par de horas más tarde. Bueno, quizás la viniesen a recoger a ella y de paso a mí, y lo que hubiesen olvidado fuera tan solo avisarme.

Y así fue, a las dos horas aparecieron un montón de franceses a recoger a Marisa Caprile, la presidenta de la ONG. Y allí me monté, en la parte de atrás de la pick-up con mi mochila gigante, con ropa para un mes y un montón de regalos para la organización, mientras la única chica que hablaba inglés intentaba entablar una conversación conmigo a modo de bienvenida.

Pero daba igual, para mí no existía nada más que aquella imagen de Camboya que la camioneta iba dejando atrás. Imágenes cargadas con un inverosímil número de pasajeros, tuc-tuc cargados de fruta hasta casi hacerlos volcar hacia atrás, niños jugando a las chanclas en las aceras... Esa imagen será difícil de borrar, pero lo que nunca se me olvidarán serán los olores. ¡Bienvenido al país de los olores! Mi viaje realmente había comenzado.

Recuerdo perfectamente el día que algo hizo clic dentro de mi cabeza. El día que cambió todo. Fue el primer día que visité la La Paillote. En el francés original paillote significa cabaña, aunque nosotros podríamos identificarlo más con chamizo. Situada en los márgenes del basurero de Phnom Penh, uno de los lugares más desoladores del planeta, donde trabajaban cientos de niños de recogiendo basura para subsistir, se levanta esta estructura de madera con tejado de uralita. Surgió como primer refugio para poder dar de comer a los niños en un lugar más confortable, resguardados de sol, lluvia y basura.

Aunque ahora, cada vez más acondicionada servicios e incluso zonas verdes, funciona eminentemente para atender a los más pequeños, como una especie de guardería, donde se les da de comer y se les presta atención médica.

Era y es una parada obligatoria en el tour de bienvenida para conocer la ONG y la realidad a la que nos enfrentaremos los voluntarios. Es la segunda parada, justo después de visitar el basurero. Es la parada más importante. Decenas de niños pequeños, vestidos con sus pequeños uniformes corren al encuentro de los barranes (palabra khemer para extranjero de color blanco, que literalmente significa nariz grande). Y todos quieren trepar por encima de ti. Llegar a lo más alto. Creo que yo debía de ser la persona más grande que habían visto nunca. Y con cinco niños colgados de brazos y piernas. Queriendo que les abraces, que les hagas cosquillas, riéndose a carcajadas. Lo entendí.

Sentí que algo cambiaba, lo vi claro. Que aquello era lo mío. Por fin toman sentido esos años de campista de niño y de monitor dieciochoañero, entendí el por qué de dar clases particulares, de ser entrenador en una escuela de fútbol. Necesitaba hacer algo en esa dirección, para dar rumbo a mi vida. Y lo hice. Dejé aquello por lo que no tenía motivación alguna y estudié algo vocacional. Me hice maestro.

Y aunque me gustaría decir que desaparece el vacío, no es así. Pero algo cambia. Cambia tu perspectiva. Ahora quieres hacer algo. Para ayudar, para mejorar.

Las razones para iniciarse en el voluntariado internacional son terriblemente diversas, si habéis llegado hasta aquí, habéis descubierto una, la mía. Pero en todas estas razones, siempre subyace una misma idea, común para todos. Pensamos que vamos allá para cambiar vidas, y al menos, con una lo conseguimos, la nuestra propia.

Este fue mi punto de partida. Era 2006. Volví cinco veranos más. Y después fui al Sahara Occidental. Después, a Nicaragua. Pero esas son otras historias que contaré más adelante.

 

Bookmark and Share


Logotipo de la UCM, pulse para acceder a la página principal

Copyright © 2017 E-Innova

ISSN: 2172-9204