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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Sábado, 23 de noviembre de 2024

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Goce y Deseo: reivindicación y elogio.

La historia del pensamiento, no ha podido casi nunca - como la propia sociedad - emanciparse de su dependencia del poder establecido.

La reflexión es, no obstante, un fait social y la historicidad social se ha destacado por un sistema de opresión manifiesta de la libertad y muy especialmente de la libertad vinculada con el placer en cualquiera de sus formas de manifestación. Pero si el pensamiento queda sometido a las estructuras dominantes políticas y económicas de carácter totalitario - como sucede - la propia reflexión puede llegar a transformarse en ideología de dominación, cayendo en el espejismo de ser puramente independiente de cualquier fuerza emancipadora.

La filosofía como el arte, el cine, la pintura, la literatura, el cómics y el arte urbano, o incluso la técnica y la verdadera ciencia, no pueden ser otra cosa - si de verdad quieren cumplir una función de progreso - que auténtica antítesis del poder monopolista globalizado a escala internacional.
Sabemos que todavía estamos muy lejos de lo que - como humanidad liberada - pensamos como más adecuado para nuestra existencia, pero se nos hace preciso referirnos a ello como si de una conquista inmediata se tratara.
Si no fuéramos capaces de aspirar a lo que no somos todavía, nuestro pensar se convertiría en una mera reproducción de lo existente por decreto.

La insumisión a lo establecido es, en expresión de Bergson, el élan vital de la libertad de nuestro pensamiento. Sartre, más tarde Nelson Mandela, proclamaban que - aún encadenados - nadie nos podría arrebatar el carácter libertador de nuestras ideas.
Ya Nietzsche había denunciado la ruindad de los sabios - ahora simplemente listillos - que no teniendo otra alternativa política que la sumisión incondicional, construyeron entelequias de recreo en donde jubilar al pensamiento.

El poder abusador se las arregla para convencer a sus súbditos de que se hace necesario renunciar al goce que se ejerce en la libertad porque no hay felicidad posible fuera de la sujeción, de que no hay dicha mejor que la de poder tener algo seguro a lo que asirse. Y nada más seguro que la antigua destinación fatal de los hombres y mujeres a la esclavitud sin horizontes.
Hacer del ciudadano corriente un "zóon politikón" domesticado, ese es precisamente el objetivo - nunca disimulado- de las falsas democracias sometidas a las dictaduras de los intereses especulativos de los mercados.
El pensamiento, y sus diferentes manifestaciones creadoras, exigen de sí mismo el hecho de hallarse socialmente comprometido, de coadyuvar en el alumbramiento de un mundo mejor y - en este sentido - la necesidad de ponerse del lado del goce y del derecho de satisfacción de los deseos legítimos de las gentes que aspiran a la emancipación.

La negación sistemática de la posibilidad de goce, herencia de la vieja maldición represiva, es uno de los aspectos más significativos de la brutalidad de los sistemas de poder económico contra las personas.
La realidad social sufre el dolor de un mundo que no acepta y toda realidad inaceptable es una falsa realidad en el campo de las conciencias y de la voluntad. Un mundo en el que toda supuesta felicidad consiste, básicamente, en la renuncia - sensata - a esa misma felicidad.

Por ello la filosofía, las letras y las artes, así como la ciencia y la técnica, no pueden llegar a tener otra raison d´etre que la propia rebelión creadora. Los dominadores quieren para sus ciudadanos una vida ascética, lo voluptuoso puede quedar - si acaso - para algunas formas elitistas del arte o para quien pueda pagarlo.
En la manipulación de todo lo que de alguna manera merece la pena, el placer sensual queda inmediatamente subsumido por la conciencia cosificada. El individuo, si puede, ha de conformarse con lo poco que tenga y por ello el placer sólo puede considerarse en términos de mercancía para los poderosos.

En la miseria de una vida demasiado empobrecida, el goce, como tal, sólo puede considerarse bajo el carácter fetichista de lo que sólo es alcanzable para unos pocos privilegiados por la fortuna del poder, que es el poder de la fortuna.
Por ello, el gaudium, la alegría del amante comienza a ser interpretada como una amenaza para la estabilidad del orden imperante. Todavía peor si se trata de amores que no están bien considerados. La experiencia gozosa se transforma así en algo inconfesable en un mundo que ya ha predicado el ascetismo para los menos favorecidos, que son casi todos menos unos pocos.

Lo sensual se ha convertido en tabú, a excepción hecha de los anuncios televisivos de perfumes, en los que los desdichados se imaginan así mismos - si adquieren determinado producto oloroso - disfrutando de los más grandes placeres que el más elegante de los erotismos les pudiera ofrecer. Por ello conviene demoler el concepto de goce como constitutivo de una realidad social empírica destinada al sacrificio cotidiano.

Ya Kant en sus Beobachtungen über das Gefühl des Schönen und Erhabenen (1764) (Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime) era consciente de una situación semejante cuando trasladaba al etéreo universo de los sublime las emociones y sentimientos que podrían provocar el hedonismo estético.
El sufrimiento aparece pues como la antítesis dialéctica del goce en un mundo dominado que ya ha perdido - a las puertas del infierno de lo miserablemente dado - toda esperanza de placer. Por ello la rebelión del pensamiento carecería de sentido si no es precisamente por su actitud de irreconciabilidad con la brutalidad negadora de la vida y del placer. El sufrimiento no puede ni ser deseado ni ser defendido, el sufrimiento, el recorte del bienestar, es lo que se opone al verdadero conocimiento como antítesis dialéctica.

"El sufrimiento, cuando se convierte en concepto, queda mudo y estéril", frase de Hegel que Brecht eligió como estandarte. La verdad es concreta. El oscurecimiento del mundo hace racional la irracionalidad de la represión económica del goce y del placer.
El pensamiento, sólo tolerado por la general creencia en su impotencia, debe de significar ahora - con fuerza - el compendio real de todo lo que no se deje dirigir, manipular o censurar. La obediencia a lo irracional sólo es posible con el engaño, el fetichismo, el abuso o el descaro, mediante la anulación de toda posibilidad crítica o el terror.

No hay más verdad que la que permite un estado de disfrute de la existencia con dignidad. Verdadero es pues todo aquello que permite la vida y la libertad, la felicidad, la creatividad y el goce de todos los que - por vivir - tienen derecho al disfrute en un mundo donde, en realidad, hay mucho para todos. Sólo el control de lo que hay - suficientemente para todos - justifica el poder y la represión.
La mentira es la alienación, la explotación y la falta de posibilidades para la supervivencia en cualquiera de sus aspectos; es el engaño según el cual el goce, el hedonismo vital, no son más que realidades superfluas de una existencia que debe de ser - por decreto-austera, sacrificada y pobre.

 

 

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