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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 27 de diciembre de 2024

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Historia del miedo. Berlinale 2014

Un gran festival de cine, como la Berlinale, siempre ofrece una enorme diversidad de propuestas cinematográficas, donde comparten cartel superproducciones de Hollywood, documentales políticos, y películas casi experimentales, como esta Historia del miedo que, en este caso, ha sido seleccionada para la sección oficial del festival.


Lo que hace tan diferente a Una historia del miedo es que no tiene apenas argumento. Benjamín Naishtat nos brinda una historia en la que busca impactarnos con un subtexto que casi se come al texto. Es una propuesta difícil, presentada con una buena calidad técnica y las ideas muy claras. Se pueden apreciar un estilo y una planificación puestos al servicio de la idea. Y es una idea que impregna toda la obra, de principio a fin, con una crítica mordaz y algo cruel hacia esos personajes de clase media alta con los que nos invita a no identificarnos. Hay un protagonista, si se le pudiera llamar así, que apenas habla, un chico joven que observa y casi no hace nada, pero que nos muestra un gran abanico de emociones en unas expresiones faciales que le piden como parte de un documental. Esas expresiones faciales, caras de pena, asco, alegría o miedo, tienen algo de artificial y absurdo que encaja con toda la película y la resumen. Hay una desconexión en ese miedo, el miedo racional y lógico de quien tiene muchas posesiones en un mundo carente de ellas.


La película, con referencias al cine de Buñuel, está cargada de absurdos, pequeños conflictos sin importancia, despropósitos, situaciones incomprensibles y surrealismo, que paraliza e incomoda a los personajes acomodados de un barrio caro de Buenos Aires. Pero no se hilan unas situaciones con otras, ni se cierran las historias individuales, ni tan siquiera se cierran las escenas. A veces ni siquiera se abren. Es un compendio de ruidos (con un magistral uso del sonido, dentro y fuera de cámara) e imágenes escogidas minuciosamente para generar un desconcierto en el espectador.

Tuve la suerte de presenciar uno de los primeros pases de la película, en una gran sala, y, al ser una experiencia dedicada al público, no puedo obviar la reacción de la gente. No hay cine sin espectadores, y aquella sala, sabiendo que estaba en un festival de cine, donde se puede uno encontrar casi cualquier cosa, y no viendo un blockbuster, reaccionó con estupor e incomodidad ante la propuesta. Pude oír resoplidos incrédulos, risas a destiempo y quejidos durante los escasos 80 minutos que duró la proyección. Al terminar la película, quedamos muchos menos espectadores de los que entramos y los aplausos fueron tímidos y meramente respetuosos. Pude entender, pese a no conocer el idioma de muchos de mis vecinos de sala, que se sentían estafados, como si les hubiesen tomado el pelo. Sin embargo, me consta que en las proyecciones especializadas fue bien recibida. 

Tal vez no sea una película para el espectador medio, aunque es a ellos a quienes va el mensaje, a quienes quiere alertar de la situación del mundo. ¿Es eso un fracaso de la película? ¿Hace falta un argumento fuerte y una identificación con los protagonistas para triunfar entre el gran público? ¿Es arte todo aquello que se aleja de las convenciones y se introduce en la experimentación? A veces basta con no entender algo para que los críticos lo ensalcen, tan sólo por la apariencia, o por sentirse superiores al resto del mundo. Historia del miedo viaja sobre la frontera entre el arte y la tomadura de pelo, y ahí reside una gran parte de su encanto.

Es una película que tiene cabida en un festival como en el de Berlín, una película que sabe lo que quiere expresar y cómo lo quiere conseguir, con un estilo personal, y que hace reflexionar, no solo sobre los problemas sociales de Argentina, o de las clases altas de cualquier lugar, sino sobre la concepción del arte en general y del cine en especial. Una lástima que no hubiera tiempo de reposarla, porque había que entrar en otra sala, otra película, otra historia. Pero eso es un festival, y eso es Berlín. Diversidad.

 

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