La obra creativa, en cualquiera de sus manifestaciones, permite expresar, en ocasiones, aquello del ser humano que resulta velado para la razón. La potencia creadora de un artista o narrador puede resultar mucho más ilustrativa que una infinidad de concienzudos manuales.
Uno de los mejores ejemplos lo encontramos en Patrick Süskind, en su primera y conocidísima novela El perfume. Historia de un asesino, editada en 1985; su protagonista, Jean-Baptiste Grenouille, recorre paso a paso las identificaciones constituyentes del sujeto humano, tanto aquellas que permiten afirmar el "ser", como las que permiten cuestionar ese ser y diferenciarlo de los otros. Süskind describe admirable y trágicamente el fracaso del protagonista en la búsqueda de su lugar en el mundo, en el establecimiento de su identidad y en el encuentro con el amor y el deseo. Su descripción de la personalidad del asesino Grenouille, los puntos de inflexión de la historia, la captación de sus relaciones con un mundo que, desde su nacimiento, no es capaz de acogerlo, es tan intuitiva y profunda en El Perfume que podemos decir que Süskind alcanza las más altas cotas de comprensión del ser humano y nos acerca a los secretos más ocultos y profundos de nuestra propia existencia.
La adaptación cinematográfica de la novela fue realizada por Tom Tykwer en 2007 y, aunque su narración muestra un asesino algo más humanizado, respeta, en mi opinión, el espíritu del texto literario, ilustra bien los momentos fundamentales de la historia e, incluso, hace algunas aportaciones dignas de ser tenidas en cuenta.
Por otra parte, el acceso actual a los medios audiovisuales en el aula permite compartir una obra cinematográfica completa o por partes de forma sencilla y rápida. Una narración con imágenes bien tratadas seduce e impacta, y puede constituir una buena referencia para el aprendizaje, la reflexión y el debate. No se trata de prescindir de la lectura, o de aliarnos con el bombardeo idiotizante contemporáneo de imágenes indiscriminadas, sino de facilitar a los alumnos el acceso a creaciones que portan un saber profundo y que requerirá, en cualquier caso, un trabajo elaborativo, un tiempo de comprender.
A, continuación, vamos a proponer un ejemplo del estudio de "El Perfume" basándonos en el texto cinematográfico que será parcialmente visionado por los alumnos (indicaremos el punto temporal inicial y final a visionar en cada momento) para cotejar las posibilidades didácticas de esta metodología en un terreno tan profundo y complejo como el desarrollo psicológico del ser humano.
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En la Francia del siglo XVIII, en un puesto del mercado de París, Jean-Baptiste Grenouille fue arrojado por su madre a los pestilentes restos de pescado en el instante de nacer (VISIONADO DE LA OBRA DE TYKWER DESDE 3´:57´´ HASTA 11´:38´´).
Llegó como un deshecho, sin lugar, sólo el hedor lo acogió, sólo el olor para aferrarse a la vida en un mundo para él desierto de amor. Desde entonces, su único lazo con el mundo, su único recurso para sobrevivir fue su hipertrófico sentido del olfato. La ausencia del dulce pecho materno, del aseo y los cuidados maternales, de miradas brillantes y risueñas, de calmantes nanas y arrullos, de cálidas caricias, privaron a Jean-Baptiste de establecer la primera afirmación vital que otorga la consistencia al ser de un sujeto.
Ya desde bebé infundía miedo y rechazo a los otros niños. Como su vida a nadie importaba, su milagrosa supervivencia se basó en el aislamiento y en la resistencia a la privación de las necesidades más básicas, "una cantidad mínima de alimento y de ropa bastaba para su cuerpo. Para el alma no necesitaba nada", su lugar en el mundo era el de una "pequeña y fea garrapata...que hace su piel dura y lisa para no secretar nada, para no transpirar ni una gota de sí misma...ciega, sorda y muda (Süskind, p. 22). Su única forma de sentir le impulsaba a una única acción: oler; y, como una ameba, va atrapando olores, todos diferentes pero equivalentes, sin distinción entre los buenos y los malos. El pequeño Grenouille es descrito como un ser en el que no habita la emoción o el placer, pues su nariz sólo atrapa y distingue los olores como nutrientes, sin sentimiento. Un ser que sólo sobrevive como sujeto de una necesidad: oler.
El mundo de Jean-Baptiste no estaba constituido por las palabras; las utilizaba, sobre todo los sustantivos, pero le resultaban limitadas y escasas para describir la riqueza de su mundo olfativo, "los verbos, adjetivos y preposiciones le resultaban más difíciles. Hasta el "si" o el "no" -que por otra parte tardó mucho en pronunciar-". La articulación de un sustantivo en particular lo llevó y, a la vez, lo salvó del colapso:
No veía, oía, ni sentía nada, sólo el olor de la leña que le envolvía y se concentraba bajo el tejado como bajo una cofia. Aspiraba este olor, se ahogaba en él, se impregnaba de él hasta el último poro, se convertía en madera, en un muñeco de madera, en un Pinocho, sentado como muerto sobre los troncos hasta que, al cabo de mucho rato, tal vez media hora, vomitó la palabra "madera", la arrojó por la boca como si estuviera lleno de madera hasta las orejas, como si pugnara por salir de su garganta después de invadirle la barriga, el cuello, la nariz. Y esto le hizo volver en sí y le salvó cuando la abrumadora presencia de la madera, su aroma, amenazaba con ahogarle [...] Aún días después seguía muy afectado por la intensa experiencia olfatoria, y cuando su recuerdo le asaltaba con demasiada fuerza, murmuraba "madera, madera", como si fuera un conjuro. (Süskind, p.25).
El olor de la madera lo traspasó de tal modo que tuvo que recurrir a un sonido para expulsarlo: "ma-de-ra". Por primera vez el olor, objeto de la necesidad, se atraviesa como el hueso de aceituna en la garganta y el olor se vuelve asfixiante. Sólo el conjuro de la palabra, permite la extracción del hueso atravesado, del objeto demasiado incrustado en el ser, de lo que se había vuelto demasiado "real". Por eso Lacan (1994, 379) habla de la palabra, del símbolo, como el asesinato de la cosa real. En este sentido la palabra "ejecuta" a la cosa pero, a la vez, es la condición que permite su manejo por el sujeto. Tampoco es ingenuo el ejemplo que toma Süskind ya que en él resuena la figura fundamental de la que ningún niño debe ser privado: "mad[r]e-ra"
El aislamiento en un mundo olfativo marca el comienzo de la historia, el punto de partida. Pero había algo más, algo que sostenía esta existencia imposible y que Süskind puntúa enigmáticamente utilizando una sola expresión: "esperaba". Aquí la adaptación de Tykwer, hace un importante aportación; Grenouille puede oler todo, pero hay algo que no puede oler, o mejor, algo que su olfato no puede descifrar. Lo describe en la escena en la que, tumbado y con los ojos cerrados, va construyendo el mundo que lo rodea con su olfato: Madera... hierba... hierba mojada... agua... agua fría... rana... piedras grandes con huevos de rana... De repente, su gesto se tensa, percibe algo que no puede reconocer, y se angustia: ... y, algo... algo... Este "algo", enigma, agujero misterioso, será acaso lo que le confiera la motivación para sobrevivir; algo por alcanzar, algo que lo anime, como dice Süskind, a esperar.
Y esa espera le llevó a su primer "triunfo" (VISIONADO DE TYKWER, 17´:00´´ a 26´:15´´) cuando un día, ya en su adolescencia, el viento le trajo de nuevo ese "algo" de una forma diferente: localizado, revestido, por fin, de una imagen olfativa proveniente de una mujer, la vendedora de ciruelas, y que podía identificar y perseguir. Se trataba, apenas, de un indicio de fragancia, pero "de una sutileza y finura tan excepcionales, que no podía captarla, escapaba una y otra vez a su percepción... Grenouille sufría un tormento. Por primera vez no era su carácter ávido el que se veía contrariado, sino su corazón el que sufría" Tuvo el extraño presentimiento de que aquella fragancia era la clave del ordenamiento de todas las demás fragancias, que no podía entender nada de ninguna si no entendía precisamente ésta y que él, Grenouille, habría desperdiciado su vida si no conseguía poseerla. (Süskind, p. 36)
Ahora sí, ya nada sería igual. La equivalencia del universo de olores quedaba rota. Surge un olor excepcional cuya pérdida hace sufrir a su corazón, una clave para ordenar todos los demás. Podemos definir este encuentro inesperado como el de la primera identificación imaginaria de Grenouille; se identifica con una imagen olfativa que, desde fuera, confiere a su propio ser una ilusión de orden y completud. Se constituye así el fundamento del Yo para Lacan (2000, 86-93) a través del denominado estadio del espejo, que puede observarse en el bebé entre los 6 y los 18 meses, cuando empiezan a reconocer su propia imagen.
También Süskind capta aquí el nacimiento de la "conciencia de sí mismo" de Grenouille: "tenía la impresión de haber nacido por segunda vez, no, no por segunda, sino por primera vez, ya que hasta la fecha había existido como un animal, con sólo una nebulosa conciencia de sí mismo". (p. 41)
La identificación imaginaria otorga a la nueva satisfacción un cauce; la confiere consistencia y límite. Permite a Grenouille, por primera vez, obtener placer a través del olor. Se establece, entonces, un atisbo de lo que llamamos zona erógena, estimulada por un olor particular, que ya no es el objeto de la necesidad disponible para ser atrapado, sino un olor que puede ser cortado, separado y perdido, provocando la máxima angustia, y que le obliga a buscar, a no seguir esperando.
Süskind describe ejemplarmente el carácter hueco e inclasificable de este nuevo olor: "una fragancia incomprensible, indescriptible, imposible de clasificar; de hecho, su existencia era imposible [...] la fragancia le había hecho prisionero y ahora le atraía irrevocablemente hacia sí. (p. 37)
Precisamente, por escapar a toda clasificación, por encerrar un agujero, una imposibilidad, ese olor puede erigirse como principio clasificatorio del conjunto de olores, "se trataba del principio supremo, del modelo según el cual debía clasificar todos los demás. Era la belleza pura".
Y aquí se produce el primer fracaso de Grenouille: no soporta la separación de este objeto, que circule y adopte nuevas caras, reencontrarlo por otras vías, perderlo para que pueda nacer como deseo. Necesitaba poseer el olor, conservarlo puro, tal cual lo había encontrado. Por eso no miró a esa mujer, "no vio su bonito rostro salpicado de pecas, los labios rojos, los grandes ojos verdes y centelleantes, porque mantuvo bien cerrados los propios mientras la estrangulaba, dominado por una única preocupación: no perderse absolutamente nada de su fragancia. (Süskind, p. 40)
La falta de consistencia de su Yo provoca que el ansia de satisfacción de Grenouille no admita sucedáneos, que no se deje domesticar por el deseo sexual, por el amor o la fantasía. Su goce no pasa al lenguaje, al discurso, ya que sus palabras no portan emoción, misterio en la combinatoria, en la producción de sentidos. El lenguaje de Grenouille será puramente nominativo; no duda, no renuncia, no tiene alternativa al impulso de capturar esa fragancia para siempre.
Sin embargo, su búsqueda desafía a la muerte y está condenada al fracaso (VISIONADO DE TYKWER, 51´:00 a 55´:00). Cuando lo descubre, enferma de una tristeza mortal. Sólo la nueva esperanza de encontrar en la ciudad de Grasse, lejos de París, una misteriosa técnica de conservación del olor le da fuerzas para continuar.
Sin embargo, el camino a Grasse depara un encuentro diferente e inesperado (VISIONADO DE TYKWER, 57´:20´´ a 1h.:00´:16´´). O quizá aquello que Grenouille realmente buscaba sin saberlo. Se produce en un lugar muy particular: "supo enseguida que ningún ser viviente había entrado jamás en esa cueva y tomó posesión de ella con una especie de temor respetuoso... En toda su vida no se había sentido tan seguro, ni siquiera en el vientre de su madre". Se trata de un lugar en el que el olor está olor está casi ausente, donde no puede manifestar su volatilidad, sin miedo a la pérdida, "el odio brotaba de él con violencia de orgasmo, estallando como una tormenta contra aquellos olores que habían osado ofender su ilustre nariz... ¡Ah, que momento sublime!... este acto violento de exterminación de todos los olores... Aquí sólo mandaba su voluntad, la voluntad del grande, del magnífico, del singular Grenouille. (Süskind, p. 110)
En esta exaltación imaginaria sin límites, el reencuentro con un goce masivo, sin objeto, se manifiesta como pura pulsión de muerte, como un paroxismo que lleva al retorno a cero de la tensión por las vías más cortas (Freud, 1996, 54). La cueva podía, "debía", haber sido su tumba puesto que "no le faltaba nada". Pero, una vez más, surge lo inesperado, un nuevo impulso vital desde una perspectiva completamente diferente a la anterior, "una catástrofe que lo expulsó de la montaña y lo devolvió al mundo":
Lo cruzaron como jirones fantasmales claros vestigios de un olor [...] y Grenouille sabía de qué clase de olor se trataba [...] El suyo, el de Greouille, su propio olor. Y lo espantoso era que Grenouille, aunque reconocía este olor como el suyo, no podía olerlo. (Süskind, p. 118)
Reconocía su olor pero no podía olerlo. Süskind describe así algo que va más allá de aquel encuentro con la imagen bella y volátil constitutiva del ser. Ahora se trata de una angustia que se manifiesta en lo simbólico, en la diferencia respecto a los otros: Si carezco de olor que me identifique, que me distinga, ¿quién soy?
Este encuentro supone una catástrofe porque provoca el derrumbe de la exaltación imaginaria del Yo, de la promesa de una satisfacción plena y solitaria, "se trataba de una [angustia] opuesta a la anterior, ya que de éste no podía escapar, sino que debía hacerle frente... Y su propio grito despertó a Grenouille... era bueno que el mundo exterior existiese, aunque sólo le sirviera de lugar de refugio. (Süskind, p. 119 )
La angustia de Grenouille es la de todos, ¿quién puede reconocer su propio olor? Estamos condenados a ese grito en la niebla. Y a inventar al "Otro", al ser que pueda otorgarnos nuestro lugar, nuestra consistencia simbólica, ya que sólo podemos diferenciarnos, "olernos" a nosotros mismos desde fuera:
El hecho de que no huela mi propio olor se debe a que no he parado de oler desde mi nacimiento y por ello tengo la nariz embotada para mi propio olor. Si pudiera separarlo de mí, todo, o por lo menos en parte, y volver a él al cabo de cierto tiempo de descanso, conseguiría olerlo muy bien y, por lo tanto, a mí mismo. (p.120)
Según Süskind, a Grenouille "el temor que ahora le atenazaba era el de ignorar algo de sí mismo"; es decir, su regreso al mundo, su nueva búsqueda pasa por el encuentro de un sentido, por la obtención de una identidad no ya imaginaria sino simbólica a través del amor:
¡Sí, deberían amarle cuando estuvieran dentro del círculo de su aroma, no sólo aceptarle como su semejante, sino amarle con locura, con abnegación, temblar de placer, gritar, llorar de gozo sin saber por qué, caer de rodillas bajo el frío incienso de Dios sólo al olerle a él, Grenouille! (p. 137)
Un amor sin límites. La búsqueda y conservación de su fragancia no serviría ya para la posesión y disfrute de lo bello, sino para la obtención del amor que él merecía. Y el asesinato de las mujeres que contenían su aroma era el medio necesario.
Encontró entonces en la bella Laure (VISIONADO DE TYKWER, 1h:00´:16´´ a 1h:05´:18´´), la culminación perfecta para su perfume. Ese día, "el inhumano Grenouille que nunca había sentido amor y nunca podría inspirarlo, aquel día de marzo, ante la muralla de Grasse, amó y fue invadido por la bienaventuranza de su amor".
Numerosas jóvenes son encontradas muertas, desnudas y rapadas. Todos quedan aterrorizados, sobre todo al comprobar que su virginidad está intacta. Antoine Richis, el padre viudo de Laure, intuye el propósito del asesino e intenta protegerla. Pero, aunque fuerte y lúcido, Richis es neurótico. El amor infinito que siente por su hija queda sometido a la ley edípica:
Richis, cuando contemplaba a su hija, se daba cuenta de pronto que durante un tiempo indeterminado, un cuarto de hora o tal vez media hora, se había olvidado del mundo y de sus negocios -lo cual no le pasaba mientras dormía-, absorto por completo en la contemplación de la espléndida muchacha, y después no sabía decir qué había hecho. Y, últimamente, -lo notaba con inquietud-, cuando la acompañaba a la cama por la noche o muchas veces por la mañana, cuando iba a despertarla y ella aún estaba dormida, como colocada allí por las manos de Dios, y a través del velo del camisón se adivinaban las formas de caderas y pechos y del hueco del hombro, codo y axila mórbida, donde apoyaba el rostro, emanando un aliento cálido y tranquilo... sentía un malestar en el estómago y un nudo en la garganta y tragaba saliva y, ¡Dios era testigo!, maldecía el hecho de ser el padre de esta mujer y no un extraño, un hombre cualquiera ante el cual ella estuviera acostada como ahora y quien sin escrúpulos pudiera yacer a su lado, encima de ella y dentro de ella con toda la avidez de su deseo. El sudor le empapaba y los miembros le temblaban mientras ahogaba en su interior tan terrible concupiscencia y se inclinaba sobre ella para despertarla con un casto beso paterno. (Süskind, p. 177)
Aquí, la obra de Tykwer hace síntoma, reprime el matiz incestuoso del texto de Süskind componiendo una escena en la éste apenas se adivina (VISIONADO, 1h:35´:06´´ a 1h:36´00).
La resolución de Richis fue escapar de Grasse y escapar de sus propios deseos entregando a Laure en casamiento. Y cuando se alejan, la deja dormir sola. Pero Grenouille, libre de neurosis, no duda. Cuando la mata, Süskind (p. 190) tan sólo sugiere un atisbo de culpa y castigo: "el ruido del golpe fue seco y crujiente. Lo detestaba. Lo detestaba sólo porque era un ruido en una operación por lo demás silenciosa. Sólo podía soportar este odioso ruido con los dientes apretados y cuando se hubo extinguido continuó todavía un rato inmóvil y rígido, con la mano aferrada a la maza, como si temiera que el ruido pudiese volver de alguna parte convertido en potente eco".
Pero esta escena, cumbre en el relato, es recreada por Tikwer (VISIONADO, 1h:43´:32´´ a 1h:48´:07´´) con matices diferentes: cuando él se dispone a golpearla, ella, absolutamente bella, gira la cabeza dispersando su cabello rojo y lo mira. Y, por un instante, él parece dudar. Se sugiere así la esperanza de que el amor brote y venza al mal. La escena, entonces, queda en suspenso. Después, en una deslumbrante mañana, el pobre Richis descubre a Laure acostada en la cama "desnuda, muerta y calva".
Más tarde, "cuando ya lo tenía todo", Grenouille es capturado. Unos días después la muchedumbre se agolpa enardecida para contemplar su ejecución. Pero cuando desciende de la carroza que le conduce al cadalso se obra el milagro (VISIONADO DE TYKWER, 1h:56´:00 a 2h:05´:55´´): a las diez mil almas que esperaban y clamaban venganza "les dominó una abrumadora sensación de afecto, de ternura, de absurdo cariño infantil y sí, Dios era testigo, de amor". Y también estalla el deseo:
Y todos se sentían reconocidos y cautivados por él en su lugar más sensible; había acertado su centro erótico. Era como si aquel hombre poseyera diez mil manos invisibles y hubiera posado cada una de ellas en el sexo de las diez mil personas que le rodeaban y se lo estuviera acariciando exactamente del modo en que cada uno de ellos, hombre o mujer, deseaba con mayor fuerza en sus fantasías más íntimas. (Süskind, p. 208)
El resultado fue una gran bacanal que conjugaba amor y deseo. Grenouille, con su perfume, había hecho de su imagen la imagen perfecta, había conseguido el engaño perfecto, emular el objeto perfecto. Había proporcionado a todos un objeto que no sólo cubría, sino que llenaba el agujero dejado por la pérdida inaugural a la que todos debemos enfrentarnos. Y todos respondían; sin matices, sin particularidades. Había conseguido llenar la falta intrínseca de la sexualidad humana.
Sin embargo, mientras todos quedaban hipnotizados por el reclamo, él era consciente del engaño: "...yo sabía que deseaba la fragancia, no a la muchacha. En cambio, la multitud creía que me deseaba a mí y lo que realmente deseaba seguía siendo un misterio para ellos." No podía compartir aquella bendita inocencia que permitía a los otros amar, y que Tykwer ilustra recreando una fantasía de lo que no pudo ser: el encuentro amoroso con aquella primera y ya lejana vendedora de ciruelas.
Grenouille, portador de la verdad, lloraba. Y sus lágrimas muestran la impotencia del hombre en el encuentro con los otros. Entonces, "volvió a invadirle la enorme repugnancia que le inspiraban los hombres [...] Lo que siempre había anhelado, que los demás le amaran, le resultó insoportable en el momento de su triunfo, porque él no los amaba, los aborrecía. Y, "como aquella vez en la caverna [...] sintió un miedo y una angustia terribles y creyó que se ahogaba". Pero "aquí no le ayudaría ninguna huida hacia el mundo bueno, cálido y salvador".
Hubo alguien más que no participó de la orgía. Un hombre que se lanzó hacia él "como un ángel vengador":
Y abrió los brazos para recibir al ángel que se precipitaba hacia él. Ya creía sentir en el pecho la magnífica punzada de la espada o el puñal y cómo penetraba la hoja en su frío corazón, atravesando todo el blindaje del perfume y las nieblas asfixiantes [...] ¡Por fin, por fin algo en su corazón, algo que no fuera él mismo! Ya se sentía casi liberado [...] En lugar de esto, la mejilla húmeda de lágrimas de Richis pegada contra la suya y unos labios trémulos que le susurraron:
- ¡Perdóname, hijo mío, querido hijo mío, perdóname!
BIBLIOGRAFÍA:
LACAN, J. (1994). El Seminario. Libro IV. La relación de objeto. Buenos Aires: Paidós.
LACAN, J. (2.000). "El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia analítica". En Escritos I. México D.F.: Siglo XXI.
FREUD, Sigmund (1996) Más allá del principio del placer. En Obras Completas, vol. XVIII. Buenos Aires: Amorrortu.
SÜSKIND, Patrick (1.992). El perfume. Historia de un asesino. Barcelona: RBA editores.