Febrero Editorial
El carnaval de los valientes.
¡Hay que ver Maribel esto sí que es carnaval! Cantaba Carlos Cano en una famosa chirigota gaditana.
¡Los acontecimientos nos sobrepasan, no hay respiro. Llega el carnaval de febrero, aunque yo prefiero la simpleza cursi del valentiniano santo del "Día de los enamorados".
Las máscaras grotescas les dan miedo a los niños porque intuyen que detrás de ellas sólo se suelen ocultar las malas intenciones.
La psicología dice que tengamos cuidado con el disfraz que nos vestimos porque esa elección puede decir mucho acerca de nuestros más reprimidos impulsos. ¿Será por eso que a algunos hombres les gusta disfrazarse de mujeres?
Si hay algo mejor que llevar una máscara es quitársela. ¡Basta de máscaras! ¡Vivamos el carnaval de los valientes! Ha llegado el momento de pensar en pasear a cuerpo, el rostro limpio frente al viento y la caricia del sol.
Las peores máscaras suelen ser las que muchas personas llevan - sin quitarse - toda la vida. Y es que los cobardes siempre llevan máscaras, cuando mienten, engañan, agreden o asesinan. Hay máscaras, incluso, que justifican matar en nombre de ideas sagradas.
Hay máscaras de caridad que se colocan empresas poderosas para aparentar cordialidad con los que sufren. Incluso tienen el descaro de publicitar sus buenas intenciones con anuncios carísimos que, naturalmente, tienen dinero para pagar. Publicitan, sin rubor, la felicidad y el reconocimiento emocionado del esfuerzo ejemplar del débil, capaz de alcanzar una meta ridícula, cuando - al mismo tiempo - arrojan a la calle a sus trabajadores porque les es más barato producir en otro sitio. A ellos beber cierta bebida no les ha dado la felicidad.
Las máscaras cubren los delirios de codicia de quienes, sin rubor, auguran buenos tiempos para quienes les invade el sentimiento de desesperanza, la resignación y el escepticismo: ¡Anímese hombre, ya verá - si confía en nosotros - lo bien que le va a ir todo! ¡Y cuidadito con desmandarse!
Quienes perforan la tierra temerariamente, bajo la ilusión delirante de que esa actividad insensata representará el progreso para todos, más allá del de ellos mismos, se colocan la máscara de los hacedores del bienestar futuro.
En Febrero hace frío y "los de la puerta giratoria" han tenido que ponerse la máscara de ejecutivos sensatos para lucrar su inutilidad en empresas que permiten que muchas familias pasen frío y no puedan calentar sus platos.
El carnaval hace también un guiño a la libertad del deseo. Permite una fugaz liberación de las infinitas frustraciones de los seres humanos. Se admiten las picardías y los gestos subidos de tono. Y es que cuanto más se sufre por la infelicidad que acarrea la ausencia de un goce verdadero, tanto más se exagera su consecución bajo las máscaras.
Pero también está el carnaval de la crítica, de la burla de los seres poderosos que permanecen tranquilos porque creen que, después de las risas y la fiesta, todo volverá a estar bajo control.
Carnaval es deseo de liberación, hartura de invierno, rebeldía popular, música estridente para que los más débiles se hagan notar, pero la máscara oculta el valor, el verdadero deseo de liberación. Tras las máscaras sonrientes se gesta todo un mundo de terror.
Nos sorprende favorablemente que una valiente chica transexual se muestre tal y como es y se ofrezca, en este febrero de 2015, para ser la Reina del Carnaval de Las Palmas con la intención de alejar los prejuicios y la discriminación que sufren estas personas. (Ver artículo sobre transexualidad del mes de enero en e-innova ucm)
Sí, queremos un carnaval sin máscaras porque ese es "el carnaval de los valientes".