BROWN SUGAR

Autor: Claudio Marrucci

Traducción al español: Yunia Fernández Roldán

Si os habéis perdido la actuación de Maria Borgese, Brown Sugar, en la Rampa Prenestina (Roma), no tenéis excusas, al menos que no supierais que se estaba representando (de hecho, el departamento de prensa no ha sido muy eficaz), estabais enfermos u os era realmente imposible asistir.

Para aquellos que no estuvieron, voy a intentar contar a mi manera este pequeño gran espectáculo. Este pequeño milagro laico, como lo definiría Gianfranco Contini.

Sobre una plataforma giratoria, Maria Borgese, en estado de gracia, baila ligera como una mariposa y firme como un roca, atándose y torturándose con una cuerda, ¿un lazo de amor o uno de desesperación? Ambos. La heroína es un gran amor con dos caras y Maria Borgese saca toda la grandeza y toda la mezquindad de esta substancia. De repente,  hay un aumento de las sensaciones fuertes, pocos elementos escénicos, un pañuelo de seda que se transforma en mariposa del deseo y en pájaro de mal agüero, agujas que inyectan felicidad y miedo. La música en directo de Roberto Bellatalla sirve de contrapunto, indicando caminos, unas veces largos, otras estrechos y accidentados.

La bailarina nos hace subir a las nubes y bajar al infierno, en un continuo cambio de tiempos y de situaciones.

Una tensión altísima y profunda, casi hasta llegar al grito más desgarrador, es la que acompaña a toda la danza, nunca a destiempo, solo de una lucidez extraordinaria. Borgese no se contiene pero tampoco exagera. Lleva y se deja llevar por la música de Roberto Bellatalla, realmente intensa y, en ciertos momentos, de una belleza estremecedora.

La actuación arranca en seguida con ritmos alocados y el espectador siente golpes en el estómago y pellizcos en la cabeza. Puede que alguno se pregunte adónde llevará todo.

Son veinticinco minutos que no dan tregua y que volverán a la mente de los espectadores. Desconcierto, sueños, sonrisas y lágrimas, miedo y desilusión, pequeñas alegrías y grandes dolores son ofrecidos desde las puntas de la bailarina y las notas de Bellatalla.

Las poesías de Veneziani entre Antonio Bilo Canella y Giovanni Greco, calan en el cerebro y la piel del espectador y, a cierto punto, no se entiende si las ventiscas y las ráfagas de aire cálido vienen del exterior o del interior.

Parece que todo se haya transformado en cemento y el repiqueteo en la tela de Orodè Deoro, que al principio era un sencillo y maravilloso adiós a la década de los años setenta, pero no un adiós a lo bueno e importante que esos años nos han dejado en herencia, se convierte en el contrapunto perfecto  a la danza, la palabra y la música.

Si no supiéramos todos que el espéctaculo está completamente improvisado y que depende tanto de la profesionalidad y de la humanidad de los actores como de la aceptación por parte del público, diríamos que parecía ensayado hasta el más mínimo detalle. Quizá sea esta la magia que lo hace excelente como a ciertos vinos.

Mucha emoción y frío, atenuado solo por un milagro irrepetible.

Gracias a Maria Borgese (soberbia en su cabalgar sobre lo desconocido y lo inconsciente con la gracia de una niña un poco cruel); gracias a Roberto Bellatalla que ha hecho que de su contrabajo salga una tesitura con contrapuntos y con solos que se introducen bajo la piel de los espectadores atentos; gracias a las voces de Antonio Bilo Canella y Giovanni Greco, a la pintura rítmica de Orodè Deoro y a las poesías de Antonio Veneziani, que han emocionado a cabeza y corazón, a carne y a espíritu.

Los milagros laicos no se repiten, pero podemos generar otros. ¡Eso sí que podemos!

Más información disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=YchnBEhV1EU