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El poder de la palabra: La expresión sincera de la persona como medio educativo

EL PODER DE LA PALABRA: LA EXPRESIÓN SINCERA DE LA PERSONA COMO MEDIO EDUCATIVO

Álvaro García Jiménez

12 de Agosto de 2015

 

Resumen:

La palabra, como cualquier forma de expresión utilizada por el ser humano, puede esconder muchas más cosas de las que se pueden interpretar a simple vista. Es por eso que se hace evidente, factible y necesario dejar al alumno expresarse libre e integramente;  proponiendo y no siendo impuesto, comentando y no siendo silenciado, exteriorizando y no siendo reprimido.

Una correcta educación jamás deberá eludir ni rehuir la necesidad innata de la persona por manifestarse tal y como es; comprendiendo y primando así como estimulando siempre sus intereses e inquietudes. La palabra, como medio catalizador de esto y a través de una correcta inclusión de la misma, debe ganar un peso importante en la dinámica en la que se encuentre inmerso el alumno.

Palabras clave: Expresión libre, palabras, intereses, inquietudes, inclusión, dinámica.

 

El ser humano, como resultado de su propia condición, es un organismo complejo y diferente. Pero no sólo complejo y diferente de todos aquellos entes vivos que cohabitan con él, si no dispar y desigual también de sus propios semejantes. Cada persona existente en el mundo constituye una forma única de vida, una manera especial de ser y de pensar;  y dentro de la complejidad intrínseca que conlleva en sí todo esto vemos como nuestro mundo va cambiando a un determinado ritmo conforme vamos creciendo y madurando.

El tiempo - el cuál no sólo nos regala años y canas en el mejor de los casos - nos dota de una perspectiva única que nos permite observar el desarrollo que hemos tenido a lo largo de esa extensa carretera denominada vida. Habrá gente que tenga una percepción positiva de todo el recorrido que haya tenido y habrá gente que lamente (de manera más o menos expresiva) el no haber tomado aquella desviación a mitad de camino o el no haber simplemente cambiado de vehículo para continuar el trayecto. Esto último es una pena realmente, pues quizá por el camino nos hemos ido dejando atrás equipaje o hemos ido esquivando situaciones singulares por el mero hecho de no ajustarse a lo que nos han sugerido o enseñado mucho tiempo atrás.

Aparcando el símil automovilístico en pos de una explicitación más concisa de la idea; lo que quiero decir es que en multitud de ocasiones simplemente reprimimos ciertas ideas o pensamientos por no adecuarse a la senda que nos ha sido marcada, por salirse de esa tangente invisible que muchas veces nos autoimponemos nosotros mismos. Que esto ocurra - independientemente de la edad a la que se de - es una desgracia para la propia persona pues se está cohibiendo a sí misma; pero si además ocurre a edades tempranas las puertas que nos estamos cerrando para un futuro son abundantes, y quizá esos pórticos no vuelvan a abrirse nunca más. No merece la pena cometer tal tontería.

Un alumno - entendiendo alumno como toda aquella persona que se encuentra entre el primer estadio educativo y el último, el cual cercaremos en la situación de estabilidad laboral tras la realización (o no necesariamente) de los estudios pertinentes para ello - como ser humano que es, y volviendo a la idea plasmada en el primer párrafo; es complejo y enredado. Se encuentra lleno de presiones, de intereses, de incomprensiones, de motivaciones, de vida. Si concretamente hablamos de un alumno pre o adolescente todo se acentúa un poco más, pues el impacto del desarrollo corporal y hormonal en el educando es mayor. ¿Cómo se puede y se debe canalizar todo ese agujero de cuestiones que rondan la cabeza de la persona? ¿Cómo podemos evitar que por temor a o por no ajustarse a el alumno abandone o reprima ciertos sentimientos y pasiones que quizá en un futuro le habrían llevado a grandes cosas? La respuesta, pese a que no es una verdad global ni se encuentra contratada y probada, es más simple de lo que se pueda pensar.

La palabra es la forma de expresión verbal del ser humano por antonomasia. Existen multitud más de maneras aptas de comunicarse y que en ciertas situaciones particulares se hacen indispensables, pero si decimos que los ojos son el espejo del alma me veo en la obligación de declarar aquí y ahora que las palabras son la música que ésta entona. Porque todos tenemos algo que decir, todos tenemos algo que contar y a casi todos (desgraciadamente) se nos ha dotado con la capacidad vocal para reproducir sonidos y la capacidad racional para asociar estos sonidos y conformar las palabras, que no dejan de ser una representación más o menos fiel de nuestro pensamiento. Plasmamos en ellas nuestras ideas, nuestros propósitos, nuestros ideales y muchos más conceptos; pese a que siempre exista ese componente irracional que se nos escapa de las manos y que no entiende de formalismos, límites o representaciones.

Si partimos de la premisa de que la capacidad innata del ser humano para crear y conformar palabras existe debido a la necesidad de comunicación y expresión entre estos; no debería existir ni un solo alumno que se sienta reprimido y forzado a realizar algo que no le guste, que no le atrae ni le interesa  y que no lo pueda exteriorizar de alguna manera concreta. Y sin embargo vemos con nuestros propios ojos como esto ocurre de manera cuantiosa, conformando una realidad estudiantil bastante frustrante e incomprendida; dónde la comunicación obligatoria que debería existir entre el educador y el educando se reduce a meros formalismos que no llevan absolutamente a nada.

La relación que debería existir entre las dos partes siempre tendría que ser lo más explícita posible. ¿Por qué, os preguntaréis, si las vidas de esas personas se limitan a coincidir un par de horas al día deberían llevar su relación a un plano más contiguo? Porque se hace indispensable para comprender las inquietudes e intereses del alumno, el cual siempre se va a encontrar subordinado al estatus que por méritos propios se ha ganado el maestro. Cualquier profesor por muy abundante y diversa que sea su clase debería hacer el esfuerzo por comprender a sus alumnos, por conocerlos en la medida de lo posible (y viceversa igual) y no hay mejor manera de hacer esto que utilizando las palabras para lograr la tan indispensable explicitación de ideas por parte del colegial.

Un alumno es activo, dinámico, cambiante y exigente. Como ente complejo necesita ser estimulado y ser llevado al máximo de su capacidad; pues sólo así verá claramente quién es y qué quiere de sí mismo, que le gusta y que le atrae, que es aquello que definitivamente va a mover su vida en un futuro venidero. La inclusión en su vida del hábito de conversación, de expresar libremente su pensamiento y sus peculiaridades así como inquietudes y preocupaciones liberaría al alumno de una gran carga a la hora de afrontar con éxito su vida académica. Ayudaría además al maestro a comprender de manera más fiel la actuación de los alumnos en clase así cómo se hallan ellos respecto al tratamiento que se le está dando a la asignatura o qué piensan de su desempeño en ella. Para que ocurra todo esto la comunión debe ser total y la relación recíproca, pues si no sería imposible que se diese de manera exitosa.

Pero esto no se debe tomar aceleradamente. El proceso de incluir en la dinámica de la clase la participación activa del alumno debe ser instaurado con precaución y paso firme. Sin ir más lejos, se podría caer en el error de involucrarse más de lo debido en la vida del estudiante cuando ese no es el propósito final (ni aun siendo la causa de ciertos problemas académicos). La conversación abierta en el aula dónde se le da al colegial la libertad para expresarse en todo su ser debe estar siempre marcada por unos límites (que no es lo mismo que restricciones) que impondrá él mismo, dejando al maestro que se inmiscuya únicamente en la vida que el alumno plasma en el aula relegando  la vida externa familiar del escolar en manos de las relaciones establecidas entre el centro y el núcleo familiar de la persona (lo que no excluye que en esas relaciones externas al aula se involucre el profesor para aportar su visión del asunto).

Se trata básicamente de que el alumno se sienta cómodo en clase y de que vaya poco a poco trazando la línea coherente con sus intereses y motivaciones de cara a un escenario posterior. No se debe automatizar las asignaturas y el funcionamiento de las mismas jamás, pues se corre el riesgo de que el alumno caiga en una monotonía que ponga la lápida definitiva a la estimulación de su imaginación y capacidad. La inclusión de la palabra como método de actuación predominante debería ser una táctica efectiva contra esto, pues se le da al estudiante el albedrío conveniente para sentir la suficiente confianza de poder actuar con su pensamiento y aportaciones en el progreso de la asignatura y en su desarrollo propio. Aunque esto parezca que deja en cierta manera de lado al profesor - pues el alumno ganaría en notoriedad e involucración - no lo termina por hacer ni mucho menos, pues este deberá ejercer de conductor,  guía o cabeza principal de ese ente pensante que sería el aula en su conjunto. En sus manos está el correcto funcionamiento de ella.

Es muy fácil hablar acerca de ello sin aportar ninguna pauta o directriz por la que guiarse para llevar a cabo esta educación más comunicativa, pero en el fondo lo hermoso de esto es que está en las manos de cada uno el ponerlo en práctica según se considere oportuno; siempre teniendo en cuenta que se está tratando con la educación de una persona y que se debe procurar de la mejor manera posible, dejando de lado un posible empeño propio en desarrollar técnicas o métodos que no funcionan en la dinámica de la clase y siempre velando por el bien del alumnado y su correcto desarrollo.

Al tratarse de una propuesta subjetiva y de un texto creado únicamente por mí voy a argumentar una serie de puntos que considero básicos para una buena articulación de la proposición que he hecho, cambiando estos puntos según la persona y las convicciones de la misma.

Las ideas que sintetizan el pensamiento de una educación comunicativa son las siguientes:

Usar la mayéutica como hilo conductor. El maestro debe ser capaz de guiar a sus alumnos a un punto en el que sean ellos mismos los que tomen conciencia de los conceptos a enseñar.

Priorizar y estimular los intereses e inquietudes de los alumnos. De nada sirve imponer algo a un alumno que no le atrae o no le motiva. Se debe buscar la manera de mantener la clase viva y activa mediante la explicitación de pensamientos y opiniones de todos sus miembros.

Establecer una relación recíproca entre los elementos de la clase. Tanto los alumnos como el maestro que los dirige deberán componer una relación de confianza y comprensión dónde se respeten los status  que se adjudiquen según el momento y el contexto.

 

Es posible que leyendo todo el texto se puedan desvirtuar ciertas ideas debido a la falta de concreción en las mismas (hablar acerca de este tema llevaría horas y horas y resumirlo todo en unas pocas páginas es una labor ardua y costosa), pero la idea principal y motivo distinguido y motivador del texto está propuesta de manera obvia: la necesaria utilización de la palabra como método de expresión y la involucración activa del alumno en su desarrollo educativo mediante la adecuada utilización de esta.

Porque nos encontramos ante un pasado aleccionador, sabio y déspota  a parte iguales; que al son de os lo avisé nos recuerda los múltiples errores y aciertos que en su momento cometimos y aún seguimos cometiendo mientras ignoramos la paradójica repetición de sucesos. Porque nos encontramos ante un presente insatisfecho, tan doloroso como esperanzador; dónde las cabezas se encuentran más llenas de tiempo que no tenemos que de construir los pasos que nos lleven más allá. Porque nos encontramos ante un futuro incierto, vacilón y sospechoso; que nos intenta engatusar con sus largas zarpas privándonos de disfrutar de las pequeñeces del día a día. Pero las palabras, como infinitas armas arrojadizas contra lo difícil y complejo del vivir, sin necesidad de ser gritadas o impuestas permanecen siempre imperecederas en el tiempo.

Démosles el uso que se merecen, pues ellas nos guiarán el camino.

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