Resulta evidente que cuando las esferas financieras materiales no van paralelas a los progresos del espíritu, al ofrecer las primeras dificultades difícilmente pueden responder los segundos. ¿Habrán servido veintiún siglos de creación espiritual europea para triunfar en la lucha contra la barbarie y la abyección? ¿Podremos seguir manteniendo la fe en los valores morales del ser humano?
La agonía de Europa ha venido de la mano de ambiciones torpes y desmedidas, de vulgares corruptelas, del fracaso de muchos políticos - no todos- que no han sabido estar a la altura, de la falta de liderazgo intelectual, del empobrecimiento general del espíritu. Una Europa vencida antes de entrar en lucha con los nuevos bárbaros que pretenden dominarla y empobrecerla. Una Europa que retrocede perdida la fe de quienes habían creído en ella, en su capacidad para hacer frente a los ataques especulativos y para defender los principios básicos de bienestar social sobre los que se fundamentan siempre los más sólidos ideales democráticos.
Cuando ya nadie, en su sano juicio, cree en las bondades de una Europa insolidaria que, al construirse únicamente sobre la base de los mercados y de los interés comerciales, se desmorona sobre sus pies de barro sería bueno volver a pensar en esa Europa ideal e idealista, precisamente en aquella que habíamos creído que era la mejor Europa. La de la gente que no se siente separada por ninguna frontera ni física, ni psicológica, ni económica. La de la gente que más allá del propio continente se sentía y se siente ciudadana del mundo. La de la gente que ahora más que nunca cree en la ciencia, en la cultura y en la educación necesaria para empezar a pensar en un nuevo renacimiento que habrá que construir sobre las ruinas que van dejando los bárbaros.
En el gran poema del genial Constantino Cavafis, "Esperando a los bárbaros" los muy civilizados potentados romanos se aprestan entusiasmados a recibirlos, incluso al final del mismo se lamentan de que, al caer el día, los bárbaros aún no habían llegado.
La vieja cultura romana, que había sido la cuna de la civilización occidental, no veía ya otra salvación que la de dejarse arrastrar.
Nosotros no podemos dejarnos arrastrar porque no somos potentados. No podemos esperar un largo tiempo de oscuridad porque ya queremos ver la luz.
Nosotras/os lo conseguiremos porque creemos en la fuerza de una educación democrática de todos y para todos. Porque creemos que la educación no es "un gasto" sino la garantía de un futuro mejor para superar la barbarie.