Si viajáis a las playas chiclaneras, más allá de la de la Barrosa, podréis ver el Islote de Sancti Petri, frente a la playa del mismo nombre que acaba en el desaparecido poblado almadrabero, de cuyo deterioro podréis dar fe. Se trata de una larga construcción de edificios bajos que forman un gran cuadrado y en cuyo centro se sitúa un amplio patio por el que inquietantes almas vagabundas comparten ilegalmente el sucio y abandonado espacio con gatos y roedores, todo ello en paradójica proximidad con el puerto deportivo que se sitúa del lado del mar.
Desde la esquina norte del poblado podréis ver, no demasiado lejos, enfrente, la ciudad de Cádiz, y mirando un poco más a vuestra derecha el municipio de San Fernando. Es un paisaje de mar y de marismas, de barcos de lujo y de viejas embarcaciones encalladas dramáticamente para siempre junto a las pedregosas orillas.
Antes de entrar en lo que fuera pequeño pueblo pesquero una moderna estatua de Hércules señala con el firme dedo de su poderoso brazo la pequeña isla de Sancti Petri, que esconde una misteriosa historia no del todo descubierta e interpretada.
Aunque pueda parecerlo no se trata de una advocación de San Pedro sino que su nombre, el del islote, hace referencia más bien, a una misteriosa piedra santa por haber existido en ese enclave el primitivo santuario fenicio de Melkart.
Estrabón nos cuenta en su Geografía que los tirios, en los tiempos de la Guerra de Troya (S.XII a.C.) fundaron Gadeira (Cádiz), elevando en sus proximidades un santuario a Melkart, que no era otro que la primitiva representación de Hércules.
Hay datos suficientes para suponer que el santuario sería probablemente un conjunto de edificaciones entre las que destacaría un edificio principal y un espectacular patio ceremonial al que, y he aquí la sorpresa, se accedía por una gran entrada flanqueada por dos enormes columnas. Columnas, más allá de las cuales, si seguimos el conocido texto de Platón se encontraba la Atlántida. Hay datos científicos actuales, obtenidos por especiales fotografías topográficas aéreas que nos hacen sospechar de la existencia de enormes edificaciones ciclópeas bajo las marismas huelvanas y gaditanas, próximas a los humedales de Doñana.
No sería descabellado suponer que un maremoto hundiera, tal como narra Platón, bastas superficies tartésicas, dando lugar a la conocida leyenda del continente sumergido. No sabemos si ese maremoto, consecuencia de una serie de terremotos, podría encontrarse relacionado con la explosión volcánica que transformó la isla griega de Santorini, y que, con probabilidad, contribuyó a acabar con la cultura minoico-cretense, tanto en la isla de Creta como en las costas egipcias.
Según Silio Itálico (S. I a.C) en el frontispicio del templo se representaban los doce trabajos de Hércules labrados en bronce y en su altar principal ardía un fuego perenne, mantenido por la incesante vigilancia de los sacerdotes.
Estrabón escribió que en las columnas de la entrada los intrépidos navegantes hacían sus sacrificios para que la travesía les fuera propicia. Además se hablaba de la existencia de dos pozos de agua dulce que tenían un régimen de crecidas inverso al de las mareas.
El historiador latino Pomponio Mela aseguraba - a su vez- que, bajo el templo, estaban enterrados, junto con un fabuloso tesoro, los restos del propio Hércules. Los almorávides, convencidos de la existencia de ese tesoro oculto bajo sus piedras, destruyeron el templo en el año 1146 y levantaron el primer Castillo de Sancti Petri.
Durante el siglo XVIII el islote fortificado jugó un papel relevante para impedir que la ciudad de Cádiz cayera en manos del ejército de Napoleón. Frustrados los franceses por ese fracaso, arrasaron Córdoba, pero las tropas del General Castaños les esperaban en Bailén. Aunque eso es otra historia para e-innova geográfica.