¿Son fiables los testimonios infantiles? ¿Pueden aportar datos útiles a una investigación? ¿Pueden dar testimonio de sus propias experiencias traumáticas? El tema de los niños testigos ha sido tratado, también, por el cine, recordemos, por ejemplo, el thriller: Witness, "Único testigo". Una película estadounidense de 1985 dirigida por Peter Weir en la que un niño es testigo presencial de un asesinato.
La fiabilidad del testimonio dependerá de la edad del niño. Cuando se trata de niños muy pequeños, en la fase infantil, pre-escolar, de su desarrollo, 3 a 5 años por ejemplo, no podremos esperar que sean capaces de ofrecer un relato coherente, estructural, lógico u objetivo de una situación traumática. Pero tenemos el recurso del juego. El juego es una manera especialmente significativa de expresión emocional. Libera a los niños de tensiones, les disminuye su ansiedad y les permite revivir y recrear situaciones impactantes en las que pueden superar su estrés.
El juego como terapia ayuda a los niños a resolver sus conflictos, sus frustraciones, su vergüenza, su timidez, su complejo de culpabilidad o su miedo, pero también puede revelar situaciones estresantes de las que ha sido testigo.
El juego puede, además, facilitar el tratamiento terapéutico de niños que presenten alteraciones psicológicas a causa de experiencias traumáticas vividas y cuyo recuerdo se agazapa entre sus sueños y sus fantasías. Recordemos que las neurosis adultas tienen su origen en las neurosis infantiles. De este modo, si intervenimos tempranamente en los conflictos emocionales o en los recuerdos traumáticos infantiles, evidenciados en los juegos, podríamos tener noticia de las situaciones experimentadas, utilizarlos, con criterios éticos, como un "especial y particular testimonio subjetivo", detectar malos tratos y prevenir neurosis futuras.
Así pues, la forma natural de expresión del niño de la edad infantil o pre-escolar es el juego y, por ello, puede ser utilizado como un medio para acceder a su realidad psíquica inmediata con cierto carácter testimonial.
El juego es un recurso mediante el cual pueden, actualizando situaciones difíciles, controlar y expresar su angustia. A través de su actividad lúdica el niño expresa aquello de lo que es testigo, trata de interpretarlo con su primitiva y simbólica lógica infantil, dramatiza ese mundo y da salida a sus dificultades emocionales. Sus fantasías lúdicas dicen mucho de su entorno y la relación de transferencia con sus juguetes puede ayudarnos, también, a conocer situaciones complicadas en las que los niños pequeños se han visto involucrados.
¿Qué características han de tener los juguetes para que permitan al niño expresar su testimonio emocional y afectivo?
Si trabajamos con juguetes para introducirnos en su mundo emocional y testimonial y poder analizar las dificultades afectivas de los pequeños podemos elegir casitas, figuras masculinas y femeninas de dos tamaños para poder permitir representar los roles del adulto y del niño, animales domésticos, sobre los que suele ser bastante común que, en un proceso significativo de identificación, proyecten sus sentimientos de ternura o de agresividad como reflejo de su realidad más próxima. Podemos usar, además, piezas de construcción, papel, plastilina...Sin olvidar la valiosísima fuente de información de sus dibujos.
Tengamos en cuenta que los juguetes no deben determinar ni limitar el juego y por ello no deben de tener un significado propio excesivamente característico, sino lo suficientemente abierto. De este modo, y utilizando los materiales de juego como más les apetezca, será posible que se expresen con absoluta espontaneidad y libertad.
Por ejemplo: cuando una niña, en sus juegos, suele castigar a su muñeca y después da curso a una crisis de terror o de rabia, nos induce a pensar que está desempeñando dos papeles, el de la persona que infringe el castigo y el de la niña castigada. En esta actitud encontraremos tanto confusión como auto-culpabilidad.
Aún así el valor del testimonio infantil es muy relativo y sólo lo podemos considerar como un dato más dentro de un conjunto de situaciones más objetivas.
Será sólo a partir de la edad escolar cuando podemos empezar a considerar el valor del niño como testigo, pero aún así con prudencia y sin que ese testimonio pueda llegar a perjudicarle ni física ni psicológicamente.
No olvidemos tampoco que la capacidad naciente de mentir o la respuesta de miedo ante la amenaza o la coacción nos dificultarán, también en este período más maduro de desarrollo, valorar con el acierto suficiente las respuestas testimoniales de los escolares.