El camino, la propia vida, nada más apropiado para comenzar estas líneas. La semejanza de Antonio Machado viene a la mente en el momento de llevar a cabo una experiencia como la del "Camino de Santiago". Experiencia que puede compararse con la vida misma, donde la incertidumbre por el qué pasará es un elemento siempre presente, donde las personas que encuentras en el camino se convierten en pilares fundamentales para continuar, y donde la meta, ansiada y temida, siempre llega.
"Caminante son tus huellas el camino y nada más;
Caminante, no hay camino se hace camino al andar".
Antonio Machado
La continúa emoción que se vive en la andadura del Camino de Santiago, tiene características muy diversas. El sentimiento y el tono corporal, van cambiando al ritmo que cambia la naturaleza en los distintos lugares de las regiones leonesa y gallega. Todo comenzó en tierras leonesas concretamente en Ponferrada una pequeña ciudad, cercana a las tierras del bierzo, en la que ya se empieza a oler el peregrinaje.
Cuando aún te encuentras a 200 km de Santiago y tu herramienta principal, los pies, están frescos como rosas, el sentimiento que te alberga es sobre todo de incertidumbre, sentimiento que evoluciona rápidamente al de seguridad cuando 52 km más tarde entras en las abruptas tierras de Galicia.
Una vez en La Coruña comienza el proceso de experimentación del vínculo con la cultura regional. En esos lugares apartados donde la conexión con el resto mundo, no existe o es físicamente imposible (no había cobertura para el móvil o internet), irremediablemente te sientes atraído por los elementos culturales y turísticos que protagonizan los lugares de visita. Donde el camino espiritual hacia uno mismo comienza haciéndose paso a grandes zancadas, se produce una apertura de mente de forma automática, que te hace apreciar verdaderamente los recursos que allí se encuentran, como la deliciosa gastronomía o de las fuentes de riqueza del lugar.
Fuentes de riqueza, protagonizadas fundamentalmente por la naturaleza completamente abrumadora, solo deja espacio en la mente para reflexionar sobre el absurdo al que ha llegado nuestra forma de vida. En estos momentos en los que se visualizan mares de nubes bajo tus pies, donde el sol se pone tras la altura de las montañas en la mente albergan pensamientos de bondad, motivación y amor puro hacia nuestro entorno natural. La humildad te inunda casi sin querer al sentirte del tamaño de una hormiga ante la grandeza del paisaje. Donde te das cuenta de lo patético del ser humano al desear desvincularse de sus raíces naturales y animales, o de lo que es aún más patético, de que el hombre piense, que es dueño o puede ser dueño de todo esto.
En la aventura que es el camino de Santiago, se utilizan todo tipo de herramientas, no solo herramientas de tipo informativo (como la información previa que consigues sobre el camino), sino herramientas personales que tenemos latentes y que despiertan fervientemente en momentos de presión o que suponen un reto personal, es el caso del instinto. Sorprende gratamente cuando te encuentras en el medio de una montaña, enfrentándote a una bifurcación en el camino y simplemente sabes cuál es el camino correcto. Aunque por su puesto es necesario ser honestos y reconocer que la suma de las intuiciones del grupo se convierte en una herramienta de orientación infalible. El hecho de estar acompañado de los que en ese momento son, "tu gente", hace que el miedo a equivocarse de camino no exista, o se reduzca casi en su totalidad.
Conforme se avanza en el camino se van gastando algunas cosas como las suelas de las deportivas o las tiritas de la mochila, pero van surgiendo otras cosas nuevas, como la confianza con las personas que has conocido, que al parecer las conocías de ¡toda la vida!, tienes tanta confianza con ellos, que has eliminado barreras que con cualquiera en tu ciudad nunca hubieses eliminado, como las barreras del pudor. Esas personas me ven cuando me duermo, cuando me levanto, cuando estoy sucia y cansada, hambrienta, sedienta, contenta... No hay nada que esconder.
La última sensación que se experimenta es la extraña sensación de la llegada. Que ante todo es eso, extraña, sientes satisfacción por la llegada, claro que sí, llevas quince días andando, has recorrido 200 km, te ha salido alguna que otra ampolla en los pies, y tienes ganas de dormir largo y tendido en una buena cama; esta es la forma lógica y objetiva de plantear la situación, sin embargo, el sentimiento que realmente alberga tu mente es de tristeza. Romper con esta vida paralela que ha sido tan gratificante es duro, volver a la cruda realidad, donde no bastará con mirar alrededor para sentirse mejor es difícil. Pero sin embargo, siempre me quedará el recuerdo de estas sensaciones que puedo evocar en los malos momentos.