AUSTERIDAD Y POPULISMO EN EUROPA
Laura Niubó Cidoncha
La última crisis económica internacional ha golpeado Europa con fuerza. Desde finales del 2007, empezó a crecer el miedo por los elevados niveles de deuda soberana provocados, en muchas ocasiones, por una transferencia de la deuda privada la cual había incrementado muy significativamente a causa, básicamente, de la burbuja inmobiliaria. Ante esta situación, las instituciones europeas, donde el peso de los partidos socialdemócratas era relevante en ese momento, acordaron una serie de medidas de ajuste presupuestario con el objetivo de disminuir esos niveles de deuda pública en, prácticamente, todo el viejo continente. Sin embargo, la manera como fueron aplicadas estas políticas de austeridad contribuyó, según ha afirmado recientemente OCDE, a la intensificación y prolongación de la recesión. Dichos efectos también fueron no sólo observados, sino sufridos, por gran parte de la sociedad civil.
Así, tanto la clase trabajadora como la media percibieron que los partidos socialdemócratas que les gobernaban no supieron anticipar la crisis, ni gestionarla correctamente, ni dar respuestas eficientes a los problemas reales que la recesión les estaba causando y que, por el contrario, sus políticos solamente estaban preocupados por cumplir con las condiciones impuestas por las organizaciones supranacionales para no ser intervenidos. En consecuencia, parte de la clase trabajadora atribuyó el origen de los recortes a los partidos de izquierda tradicionales asimilándolos a los partidos de derecha, que tampoco escaparon a las críticas, por la aplicación de esas medidas de corte conservador. Todo ello provocó que muchos gobiernos cambiaran de color político en los años de la gestión de la crisis, principalmente en el 2011 (España, Portugal, Italia, Irlanda, Grecia, Países Bajos, etcétera).
Una de las consecuencias de la crisis fue el agraviamiento de algunos de los problemas de ciertos sectores de la población trabajadora que habían emergido en un sistema de mercado globalizado que se imponía. Por ejemplo, gran parte de los trabajadores no cualificados (jóvenes con pocos estudios, profesionales mayores no actualizados, trabajadores manuales, etcétera) perdieron su empleo en los años posteriores a la recesión. Sus puestos se trasladaban al extranjero o, simplemente, desaparecían (adicionalmente, las industrias más sindicalizadas, como la minería o el acero, perdían magnitud). Estos afectados, por consecuencia, encuentran muchas dificultades para conseguir un nuevo trabajo en el contexto actual y atribuyen su situación tanto a la globalización como a la inadecuada gestión de la crisis. Se convierten en nostálgicos de un mundo que ya no existe.
Estos efectos, junto a otros, han contribuido a la afloración de movimientos populistas en gran parte de Europa; corrientes que pretenden atraer a las clases populares, nutridos, en gran parte, de estas personas. Muchos líderes han sabido aglutinar los deseos de esta masa de refugiarse en el pasado, en el repliegue y en el retorno a sus identidades. En consecuencia, varios dirigentes prometen romper con los principales símbolos de la época en la que estas personas fracasaron: la Unión Europea, el Euro, algunas estructuras institucionales, las élites, la movilidad del capital humano, etcétera. En Europa, por ejemplo, encontramos, aunque con diferentes idearios, partidos como Podemos en España, Partido para la Libertad en Holanda, Frente Nacional en Francia, Beppe Grillo en Italia, entre otros. Algunos de estos partidos son tildados, por parte de los partidos tradicionales, de demagogos, euroescépticos o xenófobos en su pugna política.
Sin ir más lejos, en este mismo año 2017, se celebran elecciones presidenciales en Francia, Alemania y Holanda. Tendremos, pues, la ocasión de observar si los partidos denominados populistas consiguen, o no, un resultado relevante y, así, podremos analizar con más exactitud tanto las causas como las consecuencias de este fenómeno en cada país en particular.
Por lo que refiere a los partidos históricos, sobre todo de la izquierda socialdemócrata, parece que tendrán que ser reformados y replanteados si quieren ganarse otra vez la confianza y credibilidad de aquella parte de sus votantes defraudados que han provocado la fragmentación de esa izquierda. Y precisamente, por esa misma emergencia de diferentes formaciones, plataformas y partidos de carácter progresista, los partidos tradicionales tendrán que aprender a convivir y a colaborar con esa nueva izquierda si quieren convertirse en una alternativa real a los partidos conservadores.