Cuando ya nada satisface, cuando el pesimismo ahoga la esperanza, cuando parece que ya no merece la pena ningún esfuerzo, ni creer en nada distinto a lo que se nos ha dicho y se nos ha impuesto, la primavera es un buen momento para hacer brotar algo nuevo.
Del levante sopla una brisa fresca, la juventud que parecía dormida está despertando y no está sola. A la "crisis" se la empieza a llamar ya, a voces, por su verdadero nombre y frente a la imagen gris de los poderes inútiles se empieza a llevar la moda multicolor del espíritu que renace. Y aunque de lejos y de cerca imperen el engaño, los lenguajes totalitarios, la jerga manipuladora disfrazada de paternalista sensatez, la soberbia y la prepotencia, aunque nos hayan hecho regresar al siglo XIX, se despereza ya el gigante de la historia de su letargo invernal, el que ha cargado sobre sus hombros todos los avances sociales, científicos y culturales de la humanidad.
Y es que no podemos consentir que la ciencia pierda la capacidad de dar solución al sufrimiento inmenso de la humanidad, que la educación pierda su sentido verdadero de contribuir a la felicidad, que la soberanía de las grandes naciones sea un objeto de especulación en manos del llamado "mercado financiero", que los dignos representantes del pueblo sientan la impotencia de no poder hacer otra cosa que lo que les ordenan quienes disponen a su antojo del poder especulativo del dinero.
Hay que volver a poner el color de la primavera en nuestras vidas, el color del amor, la ilusión de lo nuevo que renace. Hay que volver a desplegar todas las banderas de libertad y de solidaridad. De justicia y de equidad y, sobre todo, la gran bandera de la dignidad humana que no puede permitir que la calle se llene de gentes que duermen sobre las aceras, de familias que ya carecen de los recursos más elementales. Que la fuerza transformadora del trabajo no encuentre espacio para mejorar las condiciones de vida de toda una población que, por su paciencia, lo merece.
Parece claro que ya sabemos que, si no es por nosotros mismos, nadie va salvarnos. Nos quieren sólo para beneficiarse de nosotros cuando se da el caso, nadie piensa ya en el beneficio colectivo de un país situado en ese sur geográfico de Europa que quiere ser Ave Fénix, tierra fértil para la construcción de las mejores empresas.
Pero, en marzo, ya llega la primavera:
"¡A la calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo! y decir que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo" (Gabriel Celaya).
Es verdad que estamos en ruinas, pero ha llegado la hora de la reconstrucción y sí, nosotros, mujeres y hombres del gran sur de Europa, podemos hacerlo, y con las mejores herramientas que son las del conocimiento. Somos así.