Director: Enrique Urbizu
Guión: Michel Gaztambide, Enrique Urbizu
Reparto: José Coronado, Rodolfo Sancho, Helena Miquel, Juanjo Artero, Pedro María Sánchez, Nadia Casado, Younes Bachir, Karim El Kerem, Abdel Ali El Aziz, Nasser Saleh, Juan Pablo Schuck, Eduard Farelo
País: España
Duración: 104 min
Valoración E-innova:
Celebrada hace apenas unas semanas, la última ceremonia de entrega de los Goya se saldó con una gran triunfadora y una gran derrotada. La primera de ellas fue No habrá paz para los malvados, el magnético thriller obra de Enrique Urbizu que a lo largo de las próximas líneas comentaremos; la segunda tomó la forma de La piel que habito, la subversiva y elegante última creación de Pedro Almodóvar.
No habrá paz para los malvados se alzó con los galardones de mejor película, mejor director (para el ya mencionado Urbizu), mejor actor protagonista (impecable José Coronado), mejor guión original (obra de Michel Gaztambide y Urbizu), mejor montaje y mejor sonido. Casi nada. Ante tal panorama, el filme de Almodóvar poco menos que tuvo que conformarse con recoger las migajas: mejor actriz principal (excelente Elena Anaya), mejor actor revelación (Jan Cornet), mejor música original (para el omnipresente Alberto Iglesias) y mejor maquillaje y peluquería.
Más allá de encomendarnos al fútil intento de comparar ambos filmes, baste simplemente decir que nos encontramos ante dos de las cintas más destacadas del último año cinematográfico, y no ya sólo a nivel nacional. Si bien podríamos entrar a valorar si La piel que habito podría haber aspirado a lograr mayores reconocimientos (y quién sabe si gozar de un mayor peso internacional de haber sido preseleccionada por la Academia de cine para representar a España en la carrera por los Oscar...), no puede ponerse en ningún caso al filme de Urbizu en entredicho. Podemos discutir (siempre se puede) sobre si ganó la mejor propuesta cinematográfica del año o no, pero de lo que a estas alturas no cabe la menor duda es de que ganó una de las que más lo merecía.
El cine de género es una de las grandes asignaturas pendientes del cine patrio. Es cierto que de vez en cuando surgen buenos filmes adscritos a una u otra corriente genérica, pero su profusión es mortalmente insuficiente como para generar una industria sólida y robusta. No habrá paz de los malvados es un perfecto ejemplo de thriller con toques de serie negra. El antihéroe encarnado por José Coronado es uno de los más evidentes rasgos en este sentido: un policía con un oscuro pasado a sus espaldas, alcohólico y expeditivo, que actúa prácticamente por cuenta propia. Un lobo solitaria para quien las normas no es que estén para saltárselas; simplemente no existen.
Hay guiones que se construyen en torno a grandes historias; algunos lo hacen en torno a importantes acontecimientos; otros, como es el caso, se cimentan en un personaje. Santos Trinidad es la pieza angular sobre la que Urbizu y Gaztambide han erigido su sentido homenaje al cine que más admiran y han consumido como espectadores a lo largo de sus vidas. Los guiños y referencias cinéfilas inundan prácticamente cada secuencia del metraje, cada escena, cada encuadre. Un bonito envoltorio con mucha más sustancia de la que a priori podría esperarse.
Fascina la enorme vulnerabilidad que reina en el relato. Santos, válido y experimentado, poderoso y letal, es zarandeado y acuchillado sin demasiada dificultad por los terroristas a los que persigue; es increpado y cuestionado por sus compañeros de profesión; rechazado por una sociedad caduca que se le ha quedado demasiado grande. Esta fragilidad no hace sino aumentar en varios grados el nivel de seriedad de la propuesta. Trinidad no es ningún superhombre, es simplemente un pobre diablo alcohólico y atormentado que se ve inmerso en una peligrosa espiral de autodestrucción. Sus esporádicas y destructivas explosiones de furia no son sino el fruto que el entorno ha cultivado en su ser. Y durante años de constante regadío, ha terminado por fin de germinar.
Quizás el aspecto más fácilmente atacable pueda ser el complejo hilo argumental. Y no tanto en cuanto a que ofrezca una ingente cantidad información (pues no es así), sino a que lo hace de un modo un tanto caótico y decididamente arrítmico. No hubiera, sin embargo, que remarcarlo como un aspecto completamente desfavorable, pues no nos desviaríamos demasiado de la realidad al sospechar que lo que se logra con ello es un ritmo farragoso y denso, recargado y corrosivo que, lejos de desentonar con el tono general del filme, da sentido al conjunto de la obra.
Hay claras lagunas, demasiado evidentes como para considerarlas accidentales; del mismo modo que hay momentos narrativos estancos, espasmos argumentales que no conducen a nada, callejones sin salida... Narrativamente, el filme no deja de ser un angosto y opresivo telón de fondo a imagen y semejanza de la propia ciudad de Madrid que es mostrada a lo largo del metraje: un lugar tétrico y sucio donde gente de malvivir se da cita en uno y otro lugar, entre los que Trinidad es uno de sus máximos exponentes. En el momento en que el héroe se pone a la altura de los villanos prácticamente después de los primeros diez minutos de película, el filme es plenamente consciente de que el camino a recorrer no saldrá en momento alguno del desasosiego generalizado. Si se ven unos rascacielos hipermodernos y diáfanos de la ciudad de Madrid, lo harán a kilómetros de distancia, tras una espesa nube de contaminación y polución y a través de las ondulaciones gaseosas provocadas por el humo de un barril incendiado en medio de un vertedero dejado de la mano de Dios; si se muestra una discoteca, esta ha de encontrarse por obligación en un polígono industrial; si se muestra la labor policial y las pesquisas de la investigación a través de la vía oficialista, se hace para poner en evidencia a los servicios de inteligencia y sus dudosos métodos de actuación... Santos es un camaleón; su entorno es el ambiente urbano y la trama, en perfecta mímesis narrativa, se extiende y ajusta a los recovecos visuales, sonoros y conceptuales que se manejan en la obra.
Un brutal ejercicio de estilo en el que presenciamos los ecos del mundo más que la realidad misma. Y siempre a través de un prisma de desolación y suciedad. El nivel de toxicidad se acrecenta a medida que la trama se va volviendo más confusa y enrevesada; las motivaciones de los distintos personajes van cayendo en una peligrosa relativización mientras el fondo y el contenido se van solapando al unísono en un pastoso e informe delirio posmoderno donde ya sólo queda reacción. El estímulo ha desaparecido en algún momento del relato. Pero ya no importa. En ese punto de desconexión total, lo único verdadero es la muerte, la inevitable cita que todos y cada uno de los personajes afrontará tarde o temprano, pero que algunos se desviven, literalmente, por acortarla a la mínima expresión.
Gaztambide y Urbizu han creado un complejo thriller urbano, heredero inequívoco y a la vez bastardo de la tradición del neo-noir y del western crepuscular. Una obra profunda y enormemente visual que ha sabido encontrar su momento y su lugar en la España del 2011, tal y como demuestran los merecidos premios que ha cosechado y la intachable huella que las aventuras de Santos Trinidad han dejado en los espectadores. Tardará en ser superada.