Han sido ya suficientes los trabajos que nos muestran cómo los niños, escolares y adolescentes imitan y aprenden conductas agresivas mediante determinados procesos psicológicos de imitación, desde la Edad Infantil temprana.
Los diseños experimentales de A. Bandura (1965) sobre el papel de la incentivación en los procesos de imitación de las conductas agresivas, nos han servido para comprobar hasta qué punto la imitación de modelos, observados en un documento visual, influyen claramente en el comportamiento infantil.
Y esa influencia no se produce sólo de manera inmediata sino, también, a largo plazo; conformando cognitivamente su mente y dando lugar a una "configuración agresiva"
Así pues Sistema Configurador Específico de la mente infantil puede ser una película violenta.
El film violento, con sus indicadores potenciales de violencia, actos, actitudes, tipos de violencia: psicológica, verbal, física o sexual, puede configurar una mente violenta que dé lugar a una determinada mentalidad y conciencia de la realidad. Si quisiéramos transformar tal mentalidad sería preciso reconfigurar o reorganizar, o educativa o clínicamente, esa conciencia de la experiencia de realidad que ha determinado su mundo perceptivo.
Albert Bandura , a través de una conocida experiencia, realizada en 1961, se propuso estudiar la como los modelos agresivos configuran, mediante aprendizaje observacional, el comportamiento imitativo infantil temprano.
Con este motivo presentó una película a tres grupos de niños y niñas de edad infantil.
La primera parte de la película, era idéntica para todos: los pequeños contemplaban cómo una persona adulta entra en una sala de juego y se dedica a propinar una paliza a un muñeco de goma, siendo agresiva tanto en los actos como en las expresiones verbales: "...el modelo reclinaba al muñeco, se sentaba sobre él y le pegaba en la nariz, mientras decía: "Pum, justo en la nariz, pum, pum!" (Bandura, 1965, pág. 590.)
La segunda parte de la película, sin embargo, era diferente para cada uno de los tres grupos:
El primer grupo veía después cómo el sujeto agresivo era felicitado con entusiasmo de modo verbal y con gestos - una vez terminada su labor - por otro personaje adulto, elegante y formal que entraba en escena.
El segundo grupo contemplaba cómo el modelo agresor era después duramente castigado y regañado, por el mismo personaje adulto, a causa de lo que había hecho y acababa, por su parte, recibiendo otra paliza, por haber sido un bruto.
El tercer grupo de preescolares se quedó sólo con la primera parte del film ya que el matón protagonista no obtuvo ni premio ni castigo por lo que había hecho y su acción no tuvo ningún tipo de consecuencias, ni positivas, ni negativas.
Los niños, y las niñas, fueron finalmente conducidos a la misma sala de juegos en la que "casualmente" se hallaba el muñeco "bobo" de la película. Como era de esperar el grupo que ofreció más respuestas de imitación fue el primero. Pero cuando esas mismas respuestas agresivas fueron intencionalmente incentivadas por los experimentadores, que les animaban a que contasen lo que habían visto y oído, todos los niños y niñas demostraron, en los tres casos, haber aprendido inteligentemente los comportamientos violentos observados, animándose a imitar al "modelo matón" de la película.
La conclusión que podemos sacar de este célebre experimento es que las conductas violentas se aprenden siempre, con independencia del tratamiento posterior que obtengan, e, independientemente de las consecuencias de su imitación y, sobre todo, se reproducen cuando son incentivadas.
Como dato relevante se hace necesario resaltar que la experiencia dejó demostrado que las niñas son igual de violentas que los niños, pero suelen ejercer tales muestras de conducta violenta de un modo más inteligente. Sólo cuando ellas creen que se encuentran a salvo de la observación de los adultos.
Recuérdese que en la fecha del experimento de Bandura, en 1965, los modelos agresivos femeninos prácticamente no existían muy al contrario que hoy, en las producciones de la industria multimedia.
De este modo, tanto A. Bandura como junto a éste R. H. Walters iniciaron, en su obra Aprendizaje social y desarrollo de la personalidad (1963), el proceso de indagación acerca de cómo sucede el aprendizaje social a través de la imitación de modelos, de ese proceso que la Psicología Anglosajona designa con el nombre de "modelling".
Estos autores se preguntaron, en particular:
Cómo afecta el proceso de "modelado" al desarrollo social infantil de la personalidad.
Parece claro, en primer lugar, que el mecanismo psíquico de la imitación de modelos no atiende tanto a la mera identificación con el personaje violento a imitar, ni siquiera a la imitación concreta del acto agresivo, como a la aceptación social que dicha conducta encuentra en el contexto general de la historia de la película que se está viendo.
O. H. Mowrer, en su Teoría de la Imitación basada en el aprendizaje por empatía, expresada en su libro Teoría de la imitación y procesos simbólicos (1960), destacó que, en una película, no es el acto violento en sí lo que más atrae al observador infantil del modelo agresivo, sino más bien las respuestas favorables que ese mismo modelo obtiene de parte del medio social en que se realiza esa acción.
El consenso favorable del medio actúa de esta manera como una pauta de refuerzo positivo que estimula la emulación infantil de las conductas agresivas, modificando su conducta.
Los niños buscan, así, en la repetición de la acción agresiva los mismos resultados de éxito que su modelo.
Se imita a un modelo violento porque su actitud se acepta como un modo atractivo de entretenimiento en el medio en que se manifiesta. Un medio, como en el caso del cine, la televisión o los videojuegos, que se valora socialmente con una consideración muy positiva.
El argumento silogístico es sencillo: si la violencia es un recurso continuado de entretenimiento en el cine, eso que tanto nos gusta a todos, niños y mayores, entonces la violencia es tan buena como el propio cine.
Por este motivo, aunque las actitudes agresivas fueran desaprobadas, posteriormente, por el propio argumento de la película, esa circunstancia no impide ni su aprendizaje, ni su aceptación.
Si pasamos a analizar el caso de los dibujos animados podemos comprobar cómo la esencia de su acción consiste en "divertidas" escenas de violencia que se suceden a un ritmo audiovisual extraordinariamente rápido.
Como suele ser frecuente, desde los primeros momentos se anuncia un tema de acción sobre el que se ejercitará la destructividad.
En rápidas imágenes caricaturescas y ante la aceptación entretenida del público infantil, un personaje es golpeado sucesivamente, por otros que van apareciendo en escena, como si se tratara de una pelota.
De esta manera, como señaló acertadamente T. Adorno (1970), uno de los más notables y acertados representantes de la Teoría crítica de la sociedad:
"La cantidad de diversión organizada se transfiere a la calidad de ferocidad organizada"... para éste autor..."Si los dibujos animados tienen otro efecto fuera del de acostumbrar los sentidos al nuevo ritmo, es el de martillear en todos los cerebros la antigua verdad de que el maltrato continuo, el quebrantamiento de toda resistencia individual, es la condición de vida en esta sociedad".
"El pato Donald, en los dibujos animados, como los desdichados en la realidad, reciben sus puntapiés a fin de que los espectadores se habitúen a los suyos".
La excesiva y continuada exposición de los niños a este tipo de modelos violentos audiovisuales conduce, al menos, a las siguientes consecuencias psicológicas:
1. Insensibilización ante el dolor físico o psicológico.
2. Disminución considerable de la ansiedad ante situaciones terribles de agresión contra otros seres humanos.
3. Conciencia de que la agresividad violenta es una buena medida, rápida e inmediata, para solucionar las situaciones de conflicto interpersonal.
4. La violencia se aprecia como algo interesante y divertido.
5. Se aprenden, con detalles técnicos y operativos, formas muy crueles, perversas y dañinas de agresión.
6. La confianza ilusoria en la violencia puede llegar a dar una falsa sensación de seguridad en personalidades inmaduras de cualquier edad.
7. La personalidad violenta se establece así como una forma de ser, y de estar en el mundo, una forma satisfactoria que parece compensar -supuestamente - un gran número de carencias afectivo-emocionales, intelectuales o de habilidades físicas y de comunicación con los otros.
No se trata de llevar estos planteamientos a apreciaciones dramáticamente exageradas pero debemos estar atentos a la psico- dinámica cognitiva de la personalidad agresiva.
Una personalidad favorecida por la sugestión de los procesos imitativos, en unas mentes cada vez más configuradas para ofrecer este tipo de respuestas sociales.
J. Rattner (1974) en su libro: Agresión y naturaleza humana, sostenía que "los desbordamientos individuales y colectivos de odio son expresión de un síndrome psicopatológico" que la imitación infantil de la violencia puede llegar a desencadenar.
Los espectadores inmaduros se familiarizan de esta manera con la asimilación de comportamientos peligrosos que les pueden servir de modelo imitativo en un determinado momento de desequilibrio psíquico, de falta de control del ambiente, de confusión personal o de frustración intensa.