Polonia ha sufrido más de lo que podemos imaginarnos y todavía se está recuperando de las secuelas que han dejado el país lleno de heridas abiertas. El proceso de cicatrización es lento pero constante, y un día el país volverá a tener un papel central.
El problema siempre fue su situación geográfica, la cual era una tentación para todas las demás potencias: querían apoderarse de Polonia a toda costa. El golpe final lo recibió en 1795 cuando se produjo el tercer reparto del país y desapareció como tal. Tuvieron que pasar 123 años para que Polonia recuperara su independencia y volviera a existir. Y eso se nota cuando paseas por las calles de sus ciudades y ves la historia, tienes la sensación de ser testigo de algo excepcional, sientes el dolor y el sufrimiento, observas el resurgir de un país...
En Cracovia, que mantuvo prácticamente intactos sus edificios, existe una atmósfera especial. Cuando llegué a ella iba cargada con ciertas ideas preconcebidas como el frío y la nieve. Creo que soy una persona que se adapta con facilidad a los cambios, así que iba dispuesta a aprender todo lo que esa ciudad pudiera enseñarme, sin ser consciente de que me cambiaría para bien, me haría evolucionar, crecer y me descubriría que es posible amar una ciudad. Las calles de Cracovia son tristes, grises, diferentes a las españolas, pero cuando caminas por ellas te invade un sentimiento de tranquilidad y paz. Es como si nada pudiera alcanzarte allí, donde solamente estáis tú y tu soledad. La decadencia, la melancolía, los viejos cafés subterráneos, las velas en las cafeterías y en los cementerios o la quietud de los pasos amortiguados en la nieve, son un regalo para la mente y el cuerpo, habituados al estrés de la sociedad moderna.
El invierno en Cracovia no es fácil, pero te ofrece tanto la ciudad a cambio, que lo olvidas todo y hasta el frío te parece soportable y menos frío, todo por poder caminar por los empedrados del centro, ver las iglesias cálidas y acogedoras, entrar al barrio judío y notar el cambio en la composición del aire, sentir cómo se atraviesa una barrera que te sumerge en otra época, o cuando cruzas el Vístula y llegas a Podgórze, donde se encuentra la famosa fábrica de Schindler. En esa zona no hay ruido, no se oyen los coches, sólo hay silencio y paz. Un paseo por los muchos cementerios de la ciudad es un momento sobrecogedor, único, no hay palabras para describir la empatía que te inunda, cómo sientes el dolor y la pérdida; caminar entre las lápidas cubiertas de líquenes, hongos, con la humedad calando los huesos y estando acompañada únicamente por velas colocadas en recipientes de colores al lado de las tumbas. Experimentas tal catarsis, que la persona que eras al entrar no es la misma que la que sale. Todo en Cracovia te invita a reflexionar sobre los pequeños momentos, sobre la brevedad de la vida y la felicidad y, de esta manera, permite que uno se conozca mejor.
La primavera, por el contrario, es un estallido de color y de optimismo. La nube de melancolía deja paso a una sonrisa perenne en el rostro que busca los rayos de sol y el calor como los buscan los girasoles. Todo se ve desde otra perspectiva y, aunque la atmósfera especial de la ciudad sigue estando, ahora es como si empujara a vivir y a disfrutar, te llama para que te acomodes a orillas del Vístula, mires dentro de ti y te acuerdes de tus reflexiones invernales, mientras te mece el rumor de las aguas y miras fijamente la amplitud y extensión del río, su inmensidad.
Cracovia es un lugar especial que induce a realizar una retrospección personal, a cuestionar todo lo aprendido, a valorar las tradiciones, a mantener vivo el pasado; un remanso de paz que te acoge con los brazos abiertos. La ciudad de los contrastes donde el tiempo se ha detenido.