Ahora la cultura teatral ha de sobrevivir a duras penas con quienes, diciéndose sus representantes políticos, escaso o nulo interés tienen por impulsar la creatividad escénica y la libertad de expresión en todas las esferas. Pero, en un Madrid escénicamente deprimido por las tristes circunstancias actuales, han surgido extraordinarias alternativas para desarrollar y preservar todo aquello que, al margen de los mediocres poderes dominantes, supone un valioso intento de florecimiento de la experimentación escénica.
Algunas salas, como la "Sala Nudo" en donde tuve la fortuna de asistir de modo privilegiado a la increíble apuesta escénica de Zigurat, suponen la oportunidad de ofrecer, sin demasiadas complicaciones, pequeños espacios auto gestionados en donde se recupera y renace el verdadero espíritu revolucionario estético del teatro, la danza y la música experimental.
El auténtico espíritu de Madrid resiste en los barrios céntricos más populares, emprendedores e innovadores, y es en ellos donde se vive una transformación absolutamente ajena a la imagen de los liquidadores "electos" de la cultura.
Zigurat es una buena muestra de lo que ofrecen este tipo de salas. La fascinación y la sorpresa, la escenificación de sensaciones felices o inquietantes, la plasticidad dinámica de un grupo que se une y se fragmenta en una historia onírica, desde la recreación del mitológico "nacimiento inicial de Venus" hasta la apoteosis de la locura final, tras una inquietante exploración de lo más inconfesable e inaccesible de la psique humana.
La valentía por las apuestas coreográficas, por la música sorprendente que es capaz de aliarse con los más variados sonidos, por los cuerpos que atendiendo a formas y movimientos imposibles cuentan historias sin palabras, por el hallazgo de palabras que surgen con un significado inquietante al otro lado del discurso o en su ausencia, por una creación que es continua recreación, por la búsqueda inquietante en el abismo emocional que se ha logrado abrir en el espectador, esta pequeña gran obra supone el comienzo de lo nuevo que espera al teatro en su estado más puro.
Hacía tiempo que no me habían hecho sentir tal catarata de plasticidad, de diversidad de estímulos de movimiento, de sensaciones y emociones inexplicables, la experiencia de una mirada que se pierde ante un espectáculo que no deja de transformarse y todo ello en un espacio pequeño en donde público y actores acaban entremezclándose y confundiéndose. La vivencia de una experiencia catártica al más puro estilo de los clásicos griegos. Arte escénica en estado puro.