Interesante película francesa realizada por el cineasta galo Laurent Cantet. En el artículo publicado el mes pasado ya hablamos de este autor y repasamos someramente su carrera cinematográfica. El hecho de haber escogido dos filmes de este director en dos meses consecutivos, lejos de llevar a pensar que se le va a dedicar una monografía o que se va a realizar un tratamiento exhaustivo de toda su carrera, es meramente una casualidad.
El empleo del tiempo es un filme especialmente rico en matices interpretativos e ideológicos. Contiene no pocos elementos que invitan a la reflexión. Sobre ellos daremos unas breves pinceladas en este espacio para estimular su visionado porque, lejos de toda duda, se trata de un filme idóneo para comentar y discutir sobre algunas de las debilidades más evidentes que presenta la sociedad actual.
La trama de este tercer largometraje dirigido por Cantet gira en torno a la desdichada historia de Vincent (sólidamente interpretado por Aurélien Recoing), un trabajador francés que, sin saber muy bien cómo, es despedido de la empresa en la que trabajaba. Avergonzado por tal contingencia, Vincent decide ocultar la noticia a su familia y hacerles creer no sólo que no ha perdido el empleo, sino que además ha conseguido otro aún mejor. Lo que comienza siendo una leve e inofensiva farsa, pronto se complica cuando las situaciones se van encadenando una detrás de otra y los intereses contrapuestos de los distintos implicados comienzan a peligrar por la conducta irresponsable del propio Vincent. Su simulacro se tornará entonces en un complicado tormento que le llevará a cuestionar lo que verdaderamente es esencial en esta vida.
El personaje de Vincent representa a esa mayoría silenciosa trabajadora de cualquier país de esos que nos gusta llamar occidentales. El típico individuo con el que podemos cruzarnos cualquier día mientras deambulamos por las concurridas calles de las grandes y anónimas urbes ultrapobladas del siglo XXI. Una cara más como las que vemos y olvidamos varias veces durante cada día de nuestra vida. Una persona como cualquier otra; al fin y al cabo, como lo somos nosotros para él.
La atomización urbana contemporánea es mostrada con un pulso narrativo digno de elogio. Las interminables esperas de Vincent leyendo el periódico en diferentes lugares de la ciudad como si con él no fuera la cosa; sus interminables paseos en coche hacia ninguna parte... Cuando el trabajo se convierte en nuestra vida, en uno de los cimientos más importantes sobre los que construir nuestra existencia, su pérdida cristaliza en la pérdida misma del sentido de la vida. Esta parece ser la postura que el filme refleja: una realidad tan certera como sombría.
Pero la ambigüedad que desprende la película no hace sino aumentar esa sensación de incertidumbre y desarraigo que aumenta a cada segundo de metraje, a cada fotograma de celuloide. El vacío existencial se nos muestra a través de pequeñísimos retazos de rutina. De rutina fracturada, pero rutina al fin y al cabo. Los pequeños momentos son a fin de cuentas los que llenan la mayor parte de nuestra existencia, los que día tras día se suceden ante nosotros sin que les demos la menor importancia precisamente por eso, por ser repetitivos y carentes de novedad. Es su ausencia la que puede generar en nosotros la pérdida de un sentido hacia el que encaminar nuestra vida.
En la perenne vacilación en que Vincent se encuentra durante el primer tercio del filme, su objetivo no es otro que ignorar la realidad y hacérsela invisible a los que quiere. La importancia del mantenimiento de las apariencias, de no sentirse desplazado ni avergonzado por no haber sido capaz de mantener un empleo, de mantener un sentido encauzado, entra en contraposición rápidamente con la infinita impotencia por el alejamiento más absoluto del sistema. Sistema dentro del cual es fácil sentirse como un engranaje más de un todo que nos es ajeno; al servicio de grandes multinacionales y corporaciones tan etéreas como desalentadoramente poderosas e impersonales.
El trabajo refleja al fin y al cabo una sociedad muy concreta, un modo de vida que hemos aceptado como el único válido y posible y cuyas consecuencias son cada vez más desastrosas en cuanto más pulverizada y foránea se encuentra la población. El microcosmos familiar que representa el epicentro en torno al cual orbita la vida de gran parte de la población depende en gran medida del ámbito laboral, y el cese de éste no conduce sino a la desestabilización de todo lo demás. La fragilidad de la vida se manifiesta entonces como la fragilidad misma de la sociedad en general y del ser humano en particular.
Cantet realiza una dura crítica con su filme a esta forma de vida tan superficial y opaca. A través de las decadentes situaciones en las que Vincent se ve envuelto al intentar sacar a su familia adelante, la rigidez e incomprensión de la sociedad anónima y dispersa es mostrada con tal lujo de matices que resulta ciertamente turbador por momentos. No puedo dejar de reseñar la inconmensurable escena en la que Vincent se cuela en unas oficinas de la ONU y se hace pasar por un empleado más, comportándose como si realmente trabaja allí en un acto de degradación sin paliativos que termina de la manera más humillante cuando es invitado a irse por el responsable de seguridad del edificio.
En cierto modo, la decadencia a la que se ve sometido Vincent a lo largo de todo el metraje, tanto de cara a sus amigos como a su familia, es un proceso continuo de reconocimiento de su fracaso personal y del fracaso de la sociedad. La imposibilidad de la aceptación de algo tan aparentemente trivial como la pérdida del empleo se transforma en un conflicto existencial cuando nuestra vida y la de nuestros seres queridos dependen de ello. Y lo es tanto que incluso se puede llegar a cometer actos tan viles como los que Vincent se ve obligado a cometer con tal de intentar remontar el vuelo y salir adelante.
Pese al alto contenido crítico que desprende la cinta, Cantet no llevó la situación hasta sus últimas consecuencias. La escena final, cuando Vincent acepta por fin su fracaso como individuo y como persona y decide volver a entrar de nuevo al engranaje del sistema parece un triunfo cuando en verdad resulta más bien el fracaso de los fracasos. La inclinación solemne de derrota ante una lucha imposible de vencer. Los faros encendidos del coche mientras Vincent sale de él hacia la inmensidad del campo y del tráfico nocturno mientras su mujer le habla sollozando por teléfono supone el punto culminante de la indecisión humana. El punto de inflexión donde uno logra tocar fondo y ya sólo puede ir hacia arriba. El perfecto final que no fue.
El empleo del tiempo es una interesante reflexión sobre los valores que parecen regir nuestra sociedad. Sobre la importancia que concedemos a determinadas cuestiones que en verdad no deberían tenerla tanto. Sobre los límites del individuo para poder desarrollarse dentro de un marco perfectamente restringido y limitador. Perfectamente imperfecto. Imperfectamente humano. La vida misma.