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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Jueves, 28 de noviembre de 2024

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The Fighter (David O. Russell, 2010)

Coincidiendo con la recientemente celebrada 83 ceremonia de los Oscars de Hollywood, qué mejor manera que repasar este mes uno de los filmes más destacados y mejor representados de la presente edición: The Fighter (2010), dirigida por el neoyorkino David O. Russell y protagonizada por, entre otros, el solvente binomio conformado por Mark Whalberg y Christian Bale.

 

Pese a contar con nada menos que siete nominaciones, el filme finalmente tuvo que conformarse con "apenas" dos galardones: el de mejor actor de reparto que, tal y como apuntaban todos los pronósticos, recayó en Christian Bale por su extraordinaria labor de mímesis a la hora en introducirse en la piel de Dicky Eklund; y el de mejor actriz de reparto para Melissa Leo, igualmente seria y destacada en su interpretación.

Desde tiempos inmemoriales, el boxeo ha sido (y sigue siendo) una de las más fructíferas e inagotables fuentes de inspiración con las que ha contado el mundo del cine en sus poco más de cien años de historia. No resulta por tanto dificultoso enumerar, de carrerilla, algunas de sus más representativas contribuciones a la historia del séptimo arte: quién puede olvidar la imperecedera plasmación en la gran pantalla del ascenso y caída de Jake la Motta (Robert de Niro) en Toro salvaje (Raging Bull, 1981), dirigida de manera magistral por Martin Scorsese, gracias en gran parte al estremecedor guión de Paul Schrader y Mardik Martin; o al no menos célebre Rocky Balboa (Sylvester Stallone), quien desde que en 1976 apareciera por primera vez en Rocky (1976), bajo la dirección de John G. Avildsen, no ha hecho sino aumentar su leyenda y su legado gracias a las cada vez más esperpénticas (pero ciertamente disfrutables) secuelas para las que, a día de hoy, se necesitan por lo menos los dedos de dos manos para conseguir enumerarlas; o, más recientemente, cómo no recordar con estremecimiento a la protagonista del portentoso drama dirigido por Clint Eastwood, Million Dollar Baby (2004), Maggie Fitzgerald (Hilary Swank). Grandes momentos de la historia del cine todos ellos, qué duda cabe.

Se trata de una lista tan amplia que fácilmente podría llevarnos horas enumerar todas y cada una de las obras cinematográficas existentes sobre la materia. No obstante, y lejos de intentar sentar base alguna al respecto, creo que merecería la pena listar al menos las más representativas, históricamente hablando, para que el lector interesado pueda aproximarse o indagar, si así lo considera oportuno, sobre aquellas que considere pueden saciar su hambre cinéfila o meramente ociosa.

Al margen de las arriba mencionadas (clásicos intemporales e imperecederos cuyo visionado habría de estar obligado por ley), podríamos destacar, por orden cronológico: El boxeador (Battling Butler, 1926), de Buster Keaton, con Buster Keaton y Sally O'Neill; El campeón (The Champ, 1931), de King Vidor, con Wallace Beery y Jackie Cooper; Forja de hombres (Boys Town, 1938), de Norman Taurog, con Spencer Tracy y Mickey Rooney; Gentleman Jim (1942) de Raoul Walsh, con Errol Flynn y Alexis Smith; Cuerpo y alma (Body and Soul, 1947), de Robert Rossen, con John Gardfield y Lili Palmer; El ídolo de barro (Champion, 1949), de Mark Robson, con Kirk Douglas y Marilyn Maxwell; Nadie puede vencerme (The Set-Up, 1949), de Robert Wise, con Robert Ryan y Audrey Totter; Marcado por el odio (Somebody Up There Likes Me, 1956), de Robert Wise, con Paul Newman y Pier Angeli; Más dura será la caída (The Harder They Fall, 1956), de Mark Robson, con Humphrey Bogart y Rod Steiger; Cuando éramos reyes (When We Were Kings, 1996), de Leon Gast, con Muhammad Ali y George Foreman; The Boxer (1997), de Jim Sheridan, con Daniel Day-Lewis y Emily Watson; Huracán Carter (The Hurricane, 1999), de Norman Jewison, con Denzel Washington y Vicellous Reon Shannon; Ali (2001), de Michael Mann, con Will Smith y Jon Voight; Cinderella Man: El hombre que no se dejó tumbar (Cinderella Man, 2005), de Ron Howard, con Russell Crowe y Renée Zellweger.

Como suele decirse, no están todas las que son, pero probablemente sea una más que aceptable selección de cine de boxeo. Si alguien tuviera que hacer una lista similar el año que viene es muy probable que colocara The Fighter (2010) dentro del inventario.

La historia de la película gira en torno a los hermanos Dicky Eklund (Christian Bale) y Micky Ward (Mark Whalberg). El primero de ellos, antaño, fue el orgullo de la ciudad de Lowell tras noquear en un memorable combate de boxeo nada menos que al campeón del mundo Sugar Ray Leonard. Desde entonces, su vida no ha hecho más que dar tumbos hasta conducirle a una anodina existencia sin motivaciones ni objetivos definidos. Las drogas y la delincuencia será lo único por lo que Dicky muestre algo de apego. Sin embargo, las prometedores condiciones innatas de su hermano Micky para el boxeo le harán replantearse algunas de sus preferencias con tal de poder entrenarle y ayudarle a alcanzar la cima del mundo del boxeo por la que en tiempos pasados tanto peleó sin lograr conseguir jamás.

Tomando como telón de fondo el rodaje del documental real producido por la HBO High on Crack Street: Lost Lives in Lowell (1995), dirigido por Richard Farrell, Maryann DeLeo y Jon Alpert, David O. Russell ofrece una más que convincente labor de dirección. Con una realización austera pero efectiva, el cineasta que ya diera un puñetazo sobre la mesa con su incendiaria visión de la Guerra del Golfo (Tres reyes -Three Kings, 1999-), vuelve a demostrar su saber hacer detrás de las cámaras con esta película, la más exitosa y taquillera hasta la fecha de cuantas pueblan su no demasiado extensa filmografía.

Como prácticamente sucede en cualquier filme de boxeo, las tramas de superación y redención están de un modo u otro presentes en la trama; la primera representada en la figura de Micky (sólido Mark Wahlberg) y la segunda en la piel de Dicky (interpretado por el camaleónico Christian Bale). La labor de este segundo es, simplemente, avasalladora. Al margen de sus ya habituales transformaciones físicas (que no por ello habría que dejar de reseñar -su enfermizo aspecto en El maquinista [The Machinist, 2004], de Brad Anderson, sigue poniendo la carne de gallina-), Bale en esta ocasión ha pulido sus gestos de forma convincente y los ha amoldado cuidadosamente al personaje que interpreta. Ver al final del filme, durante los créditos, a los verdaderos Dicky y Micky resulta especialmente chocante por el impresionante parecido que Bale ha logrado conseguir de Micky.

Como manda la tradición, el ideal de superación es religiosamente trasmitido por el filme: estamos ante una de esas tantas obras que consiguen dejar tras su visionado un buen sabor de boca en el espectador; gracias, en gran medida, a la facilidad con la que estos medidos guiones logran hacer entrar al propio espectador en el juego emocional. La maniobra es tan fácil y sencilla como efectiva: nada más (ni nada menos) que introducirnos de lleno en el pellejo del personaje interpretado por Mark Wahlberg.

Empleando la técnica de la empatía, a los pocos minutos ya nos sentimos completamente parte de Dicky. Somos él y él es nosotros. Desde ese instante, su desasosegante camino a través de difíciles y turbios acontecimientos nos irán conduciendo de manera maestra por su particular infierno hasta que alcancemos, junto a él, la catarsis final durante su épico enfrentamiento por el título de campeón del mundo. Punto culminante de la obra en el que también la trama de redención de su hermano alcanza su particular cima de intensidad dramática.

Realmente no hay nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, no sería justo dejar de apuntar cómo, una historia que hemos visto y/u oído cientos de veces, que nos la sabemos de memoria y que estamos hartos de presenciar, lejos de aburrir o resultar pesada, logra todo lo contrario: consigue implicarnos sobremanera, juega con nosotros mientras nos zarandea de un lado a otro sin que sepamos muy bien cómo. Es ésta, en definitiva, la magia del cine. Y es, en última instancia, el motivo por el que un mes sí y otro también, seguimos acudiendo puntualmente a nuestra cita con el cine después de más de un siglo desde su invención. Queremos que nos cuentan las mismas historias de siempre, una y otra vez, pero ligeramente camufladas para que nos parezcan nuevas. En el fondo es como funciona toda la industria del entretenimiento. Y nosotros, gustosamente, lo aprobamos.

The Fighter no pasará a la historia, pero es una firme representante de su género. Para el recuerdo nos quedará la fascinante interpretación ofrecida por Bale y algunas de las siempre intensas escenas de lucha de este tipo de filmes. Russell cumple sobradamente con su cometido e imprime un ritmo adecuado a una historia que, por lo demás, se basa en un sólido guión y en unas no menos interesantes interpretaciones. Sin necesidad de grandes alardes, ni grandes derroches y con una asepsia narrativa y formal muy controlada, The Fighter viene a confirmar lo que todos ya sabemos: cuando hay oficio de por medio, los resultados son siempre atractivos. Es el arte de hacer bien las cosas. Y no son pocos los que se quedan en la orilla de la indiferencia mientras luchan por tan nobles objetivos.

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