Dirección: Xavier Beauvois
Guión: Xavier Beauvois y Etienne Comar
Reparto: Lambert Wilson, Michael Lonsdale, Olivier Rabourdin, Philippe Laudenbach, Jacques Herlin, Loïc Pichon, Xavier Maly, Jean-Marie Frin
País: Francia
A comienzos de 2011 se estrenó en España 'De dioses y hombres', la quinta película realizada por Xavier Beauvois -actor, guionista y director francés-, que recibió en 2010 el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes. Beauvois traslada al terreno de la ficción la historia real del secuestro y asesinato de siete monjes trapenses franceses de Tibhirine (Argelia), en 1996.
En primer lugar, hay que señalar que 'De dioses y hombres' no es una película apta para todo tipo de espectadores. Con un ritmo lento y pausado -especialmente extenuante en su primera media hora-, sin banda sonora, con largos planos contemplativos y sin concesiones a la sensiblería, el producto final es una obra de excelente factura técnica, con una gran belleza plástica pero de un tono áspero y, a veces, demasiado frío con el que muchos no conectarán.
En segundo lugar, 'De dioses y hombres' es una película difícil de encasillar, lo que también hace que no sea fácil de ver (estando como estamos acostumbrados a los discursos prefabricados y a los lugares comunes en los que solemos escondernos cómodamente). Leyendo su argumento, podríamos inclinarnos a pensar que se trata de un film político o religioso. Sin embargo, no hay activismo ni proselitismo de ningún tipo durante toda la narración. Beauvois huye de los estereotipos y de los clichés y por eso entrega una obra interesante y diferente. Es decir, y por citar dos ejemplos actuales que podrían haber venido a la mente del lector, 'De dioses y hombres' no tiene nada que ver con la -decepcionante- película de Clint Eastwood 'Mas allá de la vida', ni con la -predecible- ficción sobre el fundador del Opus Dei, 'Encontrarás dragones', dirigida por Roland Joffé.
El drama de esta comunidad de monjes, que viven con normalidad en un país de mayoría musulmana, con la corrupción gubernamental institucionalizada y bajo la amenaza de la acción de diferentes grupos terroristas y fanáticos extremistas, podría dar lugar a una proclama desde las más diversas claves políticas -más teniendo en cuenta que, a día de hoy, todavía no existe certeza sobre la identidad de los responsables de la masacre-, con el tema del colonialismo y el imperialismo de fondo. Por otra parte, el hecho de que sean unos monjes los protagonistas, plantea en un primer término la cuestión de la fe, acentuada al tratarse de unos religiosos cristianos en medio de una sociedad musulmana. Pero los protagonistas de 'De dioses y hombres' no pretenden convencer a nadie de que su religión es la verdadera. Tampoco el director nos incita a enfrentarnos al sistema establecido. Esta ausencia de activismo, que en otros casos es un lastre (o peor aún, signo inequívoco de una determinación ideológica demasiado rígida), tiene un enorme mérito; no debe ser nada sencillo distanciarse de una historia así y desprenderse de una dimensión o dimensiones tan presentes en ella y que (pensamos habitualmente) podrían arrojar luz sobre problemas actuales terribles. Es una elección arriesgada y poco común que finalmente resulta justificada porque, a través de ese distanciamiento, Beauvois nos propone un acercamiento profundo, insólito, a la intimidad de sus personajes.
Los actos, las dudas, las decisiones de los monjes se muestran con tacto, con mimo, con delicadeza. Lo que el director explora y el espectador descubre es la historia de unos hombres que tienen que plantearse hasta dónde llegarían por seguir sus principios, por ser coherentes con su vida, con su fe y consigo mismos. La pregunta central de 'De dioses y hombres' es sobre la justicia y la ética, sobre la responsabilidad última de nuestras acciones, que sólo nos compete a nosotros. ¿Cómo actuar con justicia? ¿Cómo ser justo?
El título 'De dioses y hombres' remite al Salmo 82, en el que se hace una distinción entre los dioses verdaderos y los falsos, diferenciando entre los se ocupan de la justicia y los que no. Podemos entender este texto hebreo como una señal del paso del politeísmo al monoteísmo. En este salmo, Dios juzga a los jueces (dioses) inicuos: "¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente, / os pondréis de parte de los criminales? / Defended al huérfano y al pobre, / haced justicia al desvalido y al humilde; / librad al oprimido, al indigente, / sacadlos de las manos de los criminales". Y, hacia el final del texto: Yo dije: "Sois dioses / todos vosotros, hijos del altísimo; / pero moriréis como todos los hombres, / caeréis como un príncipe cualquiera".
En la película no hay siquiera una breve introducción acerca de dónde suceden los acontecimientos que se van a narrar. Es, cuanto menos, desconcertante que no exista ninguna contextualización en una película basada en hechos reales. La explicación lógica es que el director desea dotar a su relato de una cierta atemporalidad: el cuándo y el dónde no nos importan, nos importa el qué y, sobre todo, el quién. Es también una buena forma de hacer pensar que lo que se nos cuenta podría estar ocurriendo ahora mismo, cerca de nosotros.
La narración está plagada de detalles de índole política y religiosa, pero su función fundamental es la de envolver y encauzar la historia hacia la cuestión sobre la actitud personal del individuo frente al concepto de la justicia, pero en un marco histórico, natural, real y creíble. Son estos monjes los que se han planteado esta cuestión, y se la han planteado porque actúan de una determinada manera y porque viven una situación límite, y Beauvois entiende que debemos fijarnos especialmente en sus rutinas y en sus vivencias si queremos comprenderles. En cualquier caso, las situaciones que se presentan a lo largo de la película permiten análisis y debates muy ricos. Los protagonistas son admitidos en la comunidad musulmana que les rodea, son invitados a sus ritos -por ejemplo, la circuncisión de un niño-, y los monjes católicos no sólo rezan (y mucho), sino que trabajan, comercian, ayudan y curan -uno de ellos es el médico de la zona-. Hay, evidentemente, un intento de mostrar la religión como un vínculo y no como una barrera. Además, se presenta el contexto social, injusto y desigual, y la conciencia de los monjes frente a ese contexto (el nuestro, al fin y al cabo). Ellos creen en un mundo solidario -no en vano, el mapa de Peters (defendido por numerosas ONGs por dar una visión más ajustada del mundo) preside la mesa donde se reúnen para debatir- y se oponen claramente a las posturas del gobierno y del ejército corruptos que, se supone, han de protegerles.
Por encima de todo, destaca el cuidado y el cariño con el que son descritos los religiosos, cada uno con una marcada personalidad, definida sutilmente a través de pequeños rasgos. Las excelentes interpretaciones de todo el elenco son el motivo principal por el que nos creemos a esos monjes. Actores veteranos y experimentados realizan un trabajo impresionante. Michael Lonsdale y Lambert Wilson, quizás los más reconocidos internacionalmente, y que interpretan a los personajes con más peso dramático (el médico y el prior, respectivamente), se han llevado la mayoría de alabanzas, pero todos están soberbios. Lonsdale, con 80 años y más de doscientas películas a sus espaldas, da una lección magistral de interpretación inteligente y sobria. Impresiona también Jacques Herlin, con 84 años y casi otros doscientos títulos en su filmografía, dando vida al miembro más longevo (y único superviviente) de la pequeña comunidad. Junto a ellos, actores más jóvenes como Olivier Rabourdin, de 52 años, que interpreta a Christophe (uno de los monjes más dubitativos y menos convencidos), no sólo mantienen el tipo sino que componen personajes complejos con abundantes matices a través de mínimos gestos y diálogos.
Es maravilloso verles compartir escena; particularmente destacable es la secuencia en el refectorio, la última cena de los protagonistas. No hay música en la película (aparte de las oraciones que cantan los monjes, obviamente) salvo en esta secuencia. Y la música que escuchamos en ese momento es diegética, es decir, proviene del mismo lugar de la ficción (no es una canción añadida al fondo): 'El lago de los cisnes' suena desde un viejo cassette y 'hechiza' a los religiosos mientras comen y beben. Son conscientes de su dramática situación, pero han decidido que van a llegar hasta el final y eso les ha liberado; ríen, se emocionan. Han otorgado a su vida un sentido y están dispuestos a sacrificarse. Un acto absolutamente incomprensible se transforma en un acto de una extrema generosidad. De una categórica responsabilidad.
Así, la crudeza del relato contrasta con la búsqueda incesante de belleza, que inunda cada plano, cada rostro. Hasta el plano final, terrible y precioso, que deja al espectador anonadado. Beauvois cierra su obra de una forma admirable -decir elegante sería frívolo-, con un profundo respeto y una honda sensibilidad hacia sus personajes. Un final en la línea de una obra difícil, reflexiva, mística e inteligente, cuyos aciertos superan con creces sus defectos. No es una obra maestra, pero da igual. Es una película única.