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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 19 de abril de 2024

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Albert Camus: la necesidad de la rebeldía

¿Por qué ocuparnos aquí y ahora de Camus?

¿Tal vez porque, en la década de los 60, Camus fue el líder intelectual de una Nueva Izquierda, crítica, liberada y libertaria? ¿Por qué estamos en Mayo y este mes es, por tradición histórica, un mes de rebeldía?

 

¿Acaso porque el gran mensaje que recoge la actual nueva Izquierda Europea, a las puertas de la gran revolución de la ciudanía que ya se vislumbra, es el del "Hombre Rebelde", el del ciudadano que hace prevalecer su prioridad, y su derecho a la justicia, la libertad y la felicidad, sobre las superestructuras, de intereses y de poder, sobre los tinglados especuladores complejos, que manejan los hilos de algunos políticos?

O quizá también convenga ocuparnos de Camus porque su gran testimonio personal fue el del rechazo radical a la pena de muerte, expresado de manera magistral a través de uno de sus libros menos conocidos: un ensayo titulado "Reflexiones sobe la guillotina (1957)" , y en cuyos manuales oficiales de uso, el ajusticiado recibía el eufemístico nombre de "paciente": "ubíquese al paciente sobre la tabla móvil, deposítese la cabeza del paciente en la canasta de mimbre, el cuerpo en el baúl, también de mimbre"...

Tarrou el personaje que se une al doctor Rieux en la "resistencia" contra la peste afirma: "Rechazo todo aquello que, con buenas o malas razones, lleva a la muerte o justifica la muerte de alguien" Esta es una buena idea para apuntarse.

Ningún Estado, proclamó Camus, tiene el derecho moral de quitar la vida de ningún ciudadano. Francia no le escuchó hasta 1981.Otros países llamados civilizados no le han escuchado todavía.

"Meursault", "·El extranjero", es condenado a morir en la guillotina y Camus parece revivir la historia que contaba su padre Lucien - y que supo por su abuela - cuando asistió a una ejecución pública.

Y lo que más le impresionó a su padre, según le contaba, era que la máquina se encontraba al mismo nivel del suelo que el hombre que caminaba hacia ella.

No había lugar para la trascendencia del ascenso al cadalso. Nada del ritual de desprendimiento de lo terrenal que acercaba al infinito del cielo.

Lucien Camus, su padre, murió en la Batalla del Marne en 1914. Las autoridades militares tuvieron la deferencia de enviar a su viuda uno de los pedazos de metralla encontrados en su cuerpo y ella lo guardo como recuerdo, durante toda su vida, en una caja de bizcochos.

Albert había nacido un año antes.

Ya hemos referido algunas razones, de peso, para acercarnos a Camus en Mayo.

Pero yo creo que debemos de ocuparnos de él, y de su obra, porque - ya sea por unos motivos o por otros, en mi caso por todos los motivos -, era, como dijo de él Salvador de Madariaga, "uno de los nuestros".

Yo creo, además, que si hay un autor que nos haya pertenecido y pertenezca ahora a las gentes españolas, ese es, precisamente, Albert Camus.

¿Por qué?

Porque su origen materno, el de esa madre llamada Catherine Hélène Sintès, humilde, limitada y desvalida a la que describió con tanta ternura, era una inmigrante de ascendencia española. Concretamente de Menorca.

Porque una de las mujeres que amó, probablemente la que más amó, y amó en los parisinos tiempos revueltos de la Resistencia contra el invasor Nazi,  fue la actriz española María Casares, hija de Santiago Casares Quiroga. Su compañera en la clandestinidad política y personal.

El compartió con ella su añoranza de Argelia, de sus playas, de la luz radiante de Tipasa, Ella le hizo sentir la nostalgia de su Galicia natal, del atlántico de su niñez, y, también, la del Madrid, alegre y confiado, de su adolescencia.

El 14 de junio de 1940, cuando los invasores colgaban su enorme bandera en el corazón del Arc de Triomphe, Albert le dijo a María que tenía una esposa en Argelia y que se reuniría con ella cuando la guerra terminase. Los dos acordaron separarse para siempre cuando todo aquello concluyera. Siempre... les quedaría París.

Camus nos pertenece también porque la inspiración simbólica y alegórica de su teatro - pensemos en L´ État de siège - procede de las raíces más españolas del teatro del Siglo de Oro, concretamente de los autos sacramentales de Calderón de la Barca.

Nos pertenece porque como había anotado en un ensayo titulado "Amour de vivre" (1935), que había escrito durante una corta estancia en Baleares:

"Hay una cierta desenvoltura en la alegría que define a la verdadera civilización. Y el pueblo español es uno de los pocos de Europa que es civilizado".

Nos pertenece porque sufrió el drama de la guerra civil "como una tragedia propia" y siempre se sintió unido a la causa republicana de España.

Camus, que había rechazado todos los homenajes que le querían tributar por haber recibido el Premio Nobel de Literatura, el 16 de Octubre de 1958, sólo aceptó la invitación de los republicanos españoles. La conferencia, ofrecida en el círculo de "Los amigos del mediterráneo", el 22 de enero de 1958, tenía por título: "Ce que je dois à l´Espagne"

"Amigos españoles - dijo - somos en parte de la misma sangre y tengo hacia vuestra patria, su literatura, su pueblo y su tradición una deuda que no se extinguirá jamás...yo no os abandonaré nunca y seguiré fiel a vosotros y a vuestra causa (La de la república)"

Algún tiempo después de esas palabras, el 4 de enero de 1960, a las 13,55, un lujoso Facel-Véga, que circula hacia París, se sale de la carretera y se estrella contra un árbol. En el asiento del copiloto murió por el impacto Albert Camus. Era el coche de su editor Michel Gallimard quien conducía y fallecería también, poco tiempo después, a causa del accidente.

Y dentro de una cartera, entre los papeles del escritor, el manuscrito de una novela inconclusa: "Le premier Homme" en el que pretendía narrar la historia de su historia, a partir de su padre, uno de los primeros colonos que, incentivados por el gobierno francés, acuden esperanzados a poblar los vastos territorios vírgenes y peligrosos de Argelia.

En una motonave paradójicamente llamada "Labrador", como la fría península, su padre acude, como un "pied-noirs" más, a una de las tierras más cálidas de África. También, en aquel tiempo, muchos españoles emigraron a Argelia.

Más de mil familias abandonaron Francia a los sones de la Marsellesa. Algunos incluso llevaban el nombre de la aldea que iban a construir, pero muchos de ellos, dos tercios de los primeros inmigrantes, encontraron la muerte en la tierra prometida, ya fuera por la malaria, el cólera, las insolaciones o los ataques incesantes de los nativos de la Cabilia.

Era un sitio cruel para vivir, pero Albert Camus habría de nacer allí y en cualquier otro sitio, lejos del sol y del mar, se sentiría extranjero.

En El primer hombre Camus hace de su nacimiento, ocurrido en una pequeña granja argelina - casi un pesebre- del pueblo de Saint-Paul, cerca de Mondovi, a 400 km. de Argel y próxima a Túnez, un pasaje de su libro.

Su madre sintió la proximidad del parto cuando viajaba en una carreta, bajo una lluvia incesante y la amenaza de los bandidos. Tuvieron que buscar un improvisado refugio. Su padre corre a caballo a buscar al médico pero a su regreso el niño ya había nacido.

Cuando le da la noticia al árabe, conductor del carromato, que le ha nacido un varón, éste le responde: "alabado sea Dios, eres un artista".

Era el 7 de noviembre de 1913.

Aunque nace en el norte de África, al igual que otros hijos de emigrantes franceses siempre fue un producto de la lengua y de la cultura francesa.

No habló árabe ni bereber, sintió que Argelia era parte de Francia, creyó que las dos comunidades la francesa y la árabe podrían convivir y no concebía la independencia de Argelia, al menos hasta poco antes de su muerte.

A diferencia de los demás escritores franceses contemporáneos -muchos eran producto de las afamadas y prestigiosas escuelas de "excelencia" Paris -, Camus no se desarrolla, ni mucho menos, en un ambiente intelectual.

En su casa infantil no había ni siquiera un libro, ni una revista, sólo un armario en el que "entre toallas, estaba el libro de familia, el carnet de la pensión militar y algunos viejos papeles redactados en español" y también, cuidadosamente guardada, aquella "cajita de bizcochos".

Con una madre viuda y medio ausente, su abuela, que les gobernaba a todos con mano de hierro, insistió en que tanto él, como su hermano Lucién, cursaran sólo estudios primarios obligatorios y luego se ganaran la vida trabajando con prontitud.

En Le Premier homme, hace referencia a sus intentos angustiosos por descubrir "lo que estaba bien y lo que estaba mal". Nadie a su alrededor era capaz de decírselo. Necesitaba desesperadamente que alguien le señalara el camino, que le aprobara o elogiara sus actos "no en virtud de su poder - señala - sino de su autoridad". Esa autoridad imprescindible que los niños necesitan en la Edad Escolar para no desorientarse, para no perder el control del ambiente, para desarrollar una psicología estable.

Camus necesitaba a su padre y él, a lo largo de su vida y de su obra, puso todo su empeño en construir virtualmente, de manera compleja y exhaustiva, filosófica y literariamente, la moral que nunca pudo aprender de ninguna figura familiar.

¿Cómo pudo entonces, el niño Albert, llegar a ser uno de los intelectuales más relevantes del siglo XX?

Si Camus llegó a ser escritor fue por uno de sus maestros: Louis Germain, quien descubrió en él dotes y actitudes para la literatura.

¡Cuántas vocaciones de éxito se deben al encuentro afortunado con un profesor, o una profesora, que supo intuir el talento en flor!
Probablemente sin Louis Germain, Camus, jamás habría llegado a ser quien fue. Probablemente sin tu influencia educativa muchos niños no descubrirían su futuro. No son necesarias las escuelas de excelencia, lo que sí son necesarios e imprescindibles son los profesores excelentes, allí donde quiera que estén.

Camus nace así a la escritura, y al paganismo, y a la belleza de la mediterraneidad. Cuando en 1938 visita las ruina romanas de Tipasa , entre el cielo, el mar y el silencio de aquel paraje antiguo siente "la lucidez e indiferencia, los auténticos signos de la desesperación y la belleza" (Bodas, 1938).

También en 1938 pasa a ser cronista del "Alger Républicain", un periódico de tendencia izquierdista. Su labor era ocuparse de los ecos de sociedad, de la política, y de los sucesos. Quizá uno de esos muchos sucesos inspiraría la historia narrada en El extranjero (1942)

Clausurado este diario continúa su labor como periodista en el Paris-Soir; y ante el imparable avance del ejército alemán es trasladado, con todo el personal del periódico, a Burdeos.

En su valija se transportan con él tres manuscritos incipientes. El de una novela: El extranjero, un ensayo filosófico: El mito de Sísifo, y una obra teatral: Calígula. Su gran trilogía sobre la perplejidad, la inutilidad de los afanes de las gentes, y la crueldad caprichosa y gratuita de los sujetos que convierten en un infierno la historia humana. Una trilogía concluida el 21 de febrero de 1941.

Si pensamos en algunos de los más célebres comienzos narrativos de la literatura europea contemporánea, este, de "El Extranjero" nos sobrecogerá de manera especial:

"Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias"

El destinatario es Meursalt, un hombre corriente, un joven pied-noir que ha de pedir permiso a su patrón para ir a Marengo, a ochenta kilómetros de Argel, en donde se encuentra el asilo. El patrón no parecía satisfecho. "No es culpa mía" llegó a decirle.

La lectura de El extranjero conduce al descubrimiento de un protagonista que resulta extraño precisamente porque todo para él parece ser ajeno e indiferente.

Cuando su patrón le ofrece promoverlo a una oficina de París, le responde que nunca se cambia de vida, que en todo caso todas valían igual y que la suya no le disgustaba en absoluto.

La novela, el relato (récit) como prefirió llamarlo Camus, fue trabajada hasta alcanzar una fría perfección absoluta.

Concreta en la expresión de la cotidianeidad que refleja, abrumadora por su sencillez y trágica por los acontecimientos absurdamente inevitables, ya que sólo el azar fatal y la casualidad consiguen cambiar la mediocridad de la existencia.

Toda la novela, sin diferencia de puntos de vista, con una acción lineal, evolutiva, sin complejidad de acción, contada en primera persona, a modo de monólogo dramático, es Meursault, un hombre corriente que vive una desarraigada vida rutinaria a la que no le es ajena el placer de la existencia.

Sucede en un íntimo aislamiento del que sólo brotan breves expresiones de diálogo. Tan breves que en ocasiones sólo se reducen a: "No sé. No...", como cuando Jacques Cormery, de Le Premier homme, pregunta a su madre, es decir, Camus a la suya, "Mamá, ¿qué es la patria? O como cuando el empleado de pompas fúnebres le dice "Pega fuerte", refiriéndose al calor, y sólo contesta "Si", y cuando le pregunta si es su madre, él repite "". Y cuando le vuelve a preguntar: ¿Era vieja?, contesta "Más o menos", porque no sabía la edad exacta.

También cuando Marie, tras la satisfacción plena del deseo sexual, le pregunta si la quería responde "que le parece que no, pero que eso no significaba nada, que se podían casar si lo deseaba..."

Y cuando el juez le pregunta que porqué mató - en un juicio en el que lo que menos parece importar es el asesinato accidental de un árabe -, él simplemente dice: "Por el sol".

"Crecí en el mar - escribió en L´Été - y la pobreza me fue fastuosa; luego perdí el mar y entonces todos los lujos me parecieron grises, la miseria intolerable"

El 2 de Enero de 1960, su esposa Francine y los niños se trasladaron en tren desde Avignon hacia París. Camus ya había comprado también su billete pero finalmente, y convencido por éste, decidió viajar en el coche de Michel Gallimard y con la compañera de éste, Janine, con quienes todos habían pasado la noche de fin de año. Camus rechazaba la velocidad, había llegado a decir que morir en accidente de automóvil habría sido "una muerte estúpida".

Su amigo Emmanuel Roblès recibió la noticia y se traslado con su viuda al municipio de Yonne, en cuyo término sucedió la catástrofe.

En una recta de la carretera vieron el coche destrozado. En una de las estancias del ayuntamiento se encontraba el cuerpo del escritor.

Ofrecieron ornamentos florales religiosos que Francine, su mujer, rechazó, como él lo hubiera hecho con seguridad. Recordaría, tal vez, la escena en la que Meursault-Camus, en El Extranjero, rechazó por tres veces, y con contundencia, el auxilio religioso del capellán que interrumpe, en su celda, el disfrute del poco tiempo que le resta de vida.

Sin embargo en una charla en el París de 1948, en un convento de dominicos, Camus señaló que su planteamiento no era el de la negación de la verdad cristiana, pues, sencillamente, no había podido acercarse a ella.

En Le Premier homme, recrea una carta de su inolvidable maestro Luis Germain dirigida a "Mi querido y pequeño niño".

Una carta que bien podría ser utilizada en esa sorprendentemente polémica asignatura de "Educación para la ciudadanía" para ilustrar el tema de la tolerancia y de la necesaria postura de laicidad del educador en la Escuela Pública.

Como formaba parte del programa, el maestro hablaba de Dios y de las religiones pero defendía que lo más sagrado que hay en el niño que crece es su derecho a buscar la verdad. Y que en plenitud de sus derechos, cada uno podía ser según el camino que libremente eligiera, creer o no, practicar o no.

Pero ese maestro nunca decía nada ni contra la religión, ni contra lo que pudiera ser un objeto justo de elección. Sin embargo sí rechazaba de manera absoluta los peores vicios morales del ser humano: la mentira, la crueldad, el egoísmo, la zafiedad, la falta de piedad, la traición o la delación.

Camus se encontraba entre aquellos alumnos que, con la mirada viva e interesada, seguían las lecciones del maestro.

Aquel niño, ya hombre, les diría a los dominicos de París: "comparto con ustedes idéntico horror al mal. Pero no comparto su esperanza..."

Torrente Ballester, escribió en el diario falangista Arriba, al conocerse en España el accidente fatal de Camus:

"Camus fue, en cierto modo, un sordo de Dios. Y como Dios es la música del baile de este mundo, halló que el hombre, su vida y su destino, sin Dios eran absurdos. Pero Camus fue ante todo un hombre moral (...) No sé qué puesto le guardarán las historias literarias, pero sí sé que los hombres ( y mujeres) de buena voluntad le tendrán siempre por uno de los suyos".

Nosotros, en esta revista, le tendremos siempre por uno de los nuestros.

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Comentarios - 2

Bing news

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Bing news - 14-01-2020 - 15:18:28h

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