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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Jueves, 28 de noviembre de 2024

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Telepatía y Neurociencia II

¿Estaremos cerca de la comprobación experimental, mediante los métodos de visualización del cerebro en vivo, de la existencia real de las capacidades telepáticas?

 

Desde los experimentos de J.B. Rhine, en 1927, que popularizó el concepto de "Percepción Extra Sensorial" (Extra Sensory Perception), en los que las llamadas dotes de adivinación de naipes eran contrastados científicamente con los recientes y avanzados conocimientos estadísticos, la telepatía empieza a ser sistemáticamente considerada bajo los rigurosos protocolos del diseño científico experimental.

Ya en 1930 aparece el libro titulado Mental Radio, (Mental Radio. Does it work, and how? ) Escrito por U. Sinclair, ganador del Premio Pulitzer, y prorrogado por Albert Einstein.

En él se presentan las habilidades psíquicas de Mary C. Kimbrough, su segunda esposa. En un estado de hipersensibilidad, provocado por la depresión, fue capaz de reproducir, en un proceso de clarividencia, 65 imágenes, con 115 éxitos parciales, de entre las 290 dibujadas, a distancia considerable, por su marido. Las investigaciones en la llamada "visión remota" acababan de comenzar.

El conocido psicólogo experimental William McDougall, autor de la Teoría Hórmica, encontró en este libro la idea de fundar un departamento de parapsicología en la Duque University.

Para McDougall, las emociones se encontraban emparentadas con los instintos y cada instinto se componía de tres elementos básicos: el cognitivo, el afectivo y el impulsivo o motivacional. La telepatía tendría pues una base instintiva orgánica primaria, de carácter fundamentalmente afectiva, que habría que motivar y dotar de fuerza cognitiva.

Para él cada instinto primario se acompañaba de una emoción primaria. Pero, más allá de un análisis en profundidad de la Teoría Hórmica, lo que interesa aquí es destacar esa relación entre lo emocional y lo afectivo de las capacidades telepáticas que, en este caso, vincula el mundo afectivo al imperativo indiscutible del instinto biológico y que, como todo lo que comparte esta naturaleza, se orienta hacia la supervivencia personal.

Probablemente este tipo de capacidades tenga una historia filogenética antigua y haya servido, en sus orígenes, para compensar, entre los miembros de un clan primitivo, las deficiencias de un lenguaje escasamente evolucionado.

McDougall en su libro Body and Mind (1911) defendió con convicción y rigor la existencia de un sustrato neurobiológico de las dotes mentales telepáticas y la necesidad de considerar estas realidades en la perspectiva de una disciplina académica universitaria. Fruto de este empeño fue la fundación de la revista Journal of Parapsichology.

A partir de 1960, muchos parasicólogos no estaban satisfechos con las limitaciones de los experimentos de "elección forzada" de J. B. Rhine y recurrieron a otros de «respuesta libre». Éstos ya no se limitaban al acierto de un pequeño conjunto de respuestas en un ámbito cerrado: las que se circunscribían a presentir una carta de una baraja, por ejemplo, sino que consistían en la adivinación de enclaves domésticos o naturales, dibujos, fotografías, escenas fílmicas o el tarareo de fragmentos musicales.

Antes de la década de los setenta, las dificultades para encontrar un protocolo experimental oportuno que distinguiera la telepatía, o la clarividencia, de otras formas de acierto, ya fueran estadísticas o, simplemente, trucadas o debido, como en el caso de la esquizofrenia, a trastornos mentales, no se superaron hasta que la sistematización empírica en el campo de las neurociencias permitieron ver, en vivo y en directo, lo que sucedía en el cerebro durante los procesos de experimentación telepática.

Por ejemplo con el uso de las técnicas de Resonancia Magnética Funcional (RMF) que nos permiten ya medir la actividad cerebral y sus localizaciones y, nos proporciona, además, imágenes tridimensionales sobre la estructura y funcionamiento de todo el encéfalo en la ejecución de cualquier tipo de actividad, entre la que podríamos incluir la telepática.

Lo que hasta hace poco había sido considerado por gran parte de la comunidad científica como una "pseudociencia", parece que se presenta ahora como una nueva frontera del campo abierto de investigación en el registro de la actividad psicofisiológica humana mediante neuroimágenes. Y, en breve, si no lo han hecho ya, los neurocientíficos cognitivos podrán disponer de un archivo suficiente de imágenes cerebrales obtenidas a partir de este tipo de investigaciones.

Las bases biológicas de los procesos afectivos y cognitivos de la telepatía, sobre las que tanto insistiera McDougall, pueden así ser puestas ahora al descubierto.

 

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