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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Martes, 19 de marzo de 2024

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Pautas para motivar en el aula

La motivación es un elemento crucial para el proceso de enseñanza - aprendizaje. Autores como Ausubel defienden que sin motivación es imposible que se dé un aprendizaje significativo, los niños desmotivados no escuchan y se aburren... estas y muchas otras razones hacen de la motivación un punto esencial a considerar por el docente en su práctica educativa. ¿Hay alguna pauta que podamos tener en cuenta?

 

Ya en esta revista se publicó un artículo relacionado con el tema en el que tratábamos qué era la motivación, qué tipos de motivación hay... Sólo recordar los dos tipos básicos de motivación: intrínseca, por la que realizamos una tarea sólo por llevar a cabo la tarea en sí misma, y extrínseca, por la que una tarea es realizada para así conseguir una recompensa externa. Nuestro objetivo como docentes es motivar extrínsecamente siempre que sea necesario, no impedir la realización de tareas por el mero hecho de que les gusta (motivación intrínseca) y tratar de convertir esa motivación extrínseca en intrínseca.

Aunque no se pueden dar reglas empíricas a este respecto, siempre hay algunas pautas que podemos tener en cuenta para motivar a nuestros alumnos/as, como ya comentamos en el artículo anteriormente mencionado.

Es bueno que los estudiantes experimenten cierta autonomía. El hecho de participar en sus actividades y de que su opinión sea tomada en cuenta hace que se vean inmersos en el aprendizaje y lo sientan como suyo. Es la diferencia entre hacer algo que me han dicho que haga y hacerlo yo mismo como yo quiero.

Sólo hemos de prestar ayuda a los alumnos/as cuando lo soliciten o sea imprescindible. Si ayudamos continuamente a un alumno, se da cuenta de que no le consideramos lo suficientemente competente y de que si espera no tendrá por qué resolverlo. De esto también se percatan sus compañeros. Acostumbrar a un alumno a que le vamos a resolver todo ni favorece su autoestima ni le ayuda a aprender.

También ayuda que se sientan competentes para evitar la inseguridad y la falta de "riesgo" (cuando sólo busca un aprobado). Esto se consigue mediante adaptaciones curriculares, análisis previos del nivel del alumnado... y, evidentemente, preparando bien las programaciones con actividades de distintos niveles, en orden creciente de dificultad. Por poner un ejemplo, en el tipo de evaluación que elijamos se ve reflejado qué tipo de aprendizaje buscamos en nuestros alumnos/as. Si eligiéramos una prueba escrita, todo el mundo sabe que hay preguntas de distintos nivel para adaptarnos a nuestros distintos alumnos y así ver "hasta dónde llega cada uno". Pues bien, en el día a día habría de ser igual, hemos de preparar tareas que les "obliguen" a investigar y a reflexionar, que sean difíciles, y otras, más sencillas que sirvan para fijar conceptos, aclarar ideas y aumentar la autoestima.

Es imprescindible evitar la rutina a base de cambios..."¿qué iremos a hacer hoy?" La diversidad es necesaria: diversidad en tipos de tareas y de actividades, en contenidos, en agrupaciones del alumnado... La rutina es necesaria sólo para asegurar una continuidad.

Otra pauta podría ser la utilización de motivaciones externas cuidadosamente (sin dejar que la motivación intrínseca se convierta en extrínseca).  Sólo aplicaremos recompensas si el alumno no se encuentra motivado. Aquí hemos de tener en cuenta que todos los alumnos están atentos a las recompensas, sobre todo los que no destacan ni como "buenos" ni como "malos".

Sin embargo, aunque todo lo dicho es cierto, para conseguir una verdadera motivación en el aula, hemos de seguir metodologías ricas y variadas. De esta manera, utilizaremos la enseñanza expositiva y el aprendizaje por recepción, el estudio dirigido, el aprendizaje por descubrimiento, el diálogo guiado, el aprendizaje autónomo, los trabajos de investigación, la utilización de distintos recursos (novedosos o tradicionales)... ; es decir, utilizar el tipo de metodología que más se adecúe al contenido y alumnado concreto.

Entonces, ¿qué actividades de enseñanza-aprendizaje hemos de preparar? Aunque tampoco hay aquí reglas generales, en igualdad de condiciones, una actividad es más motivante que otra si cumple las siguientes pautas.

- Si permite al alumno tomar decisiones razonables y ver las consecuencias de su acción.

- Si atribuye un papel activo al educando.

- Si exige del alumno investigación. Le estimula a comprometerse con la actividad en cuestión.

- Si puede realizarse por alumnos de diversos niveles e intereses.

- Si obliga al alumno a interaccionar con su realidad; a examinar en un contexto nuevo una idea ya conocida; a examinar ideas que normalmente son aceptadas automáticamente por la sociedad; a reconsiderar sus esfuerzos iniciales; a aplicar y dominar reglas significativamente...

- Si pone al alumno y a la enseñanza en una posición de éxito, fracaso o crítica.

- Si es relevante para los propósitos e intereses de los alumnos.

- Si ofrece posibilidad de planificación, comparación...

Todas estas pautas, como hemos señalado, son básicas si nuestro objetivo es una educación integral y de calidad, entendiendo por ese tipo de educación, la que promueve aprendizajes significativos, variados, competenciales y profundos, frente a los memorísticos o superficiales.

Así veamos, para acabar, que estos alumnos/as que estamos tratando de motivar, pueden abordar su aprendizaje desde un enfoque profundo o superficial. El enfoque profundo buscaría la comprensión, la relación de nuevas ideas con las ya existentes, la relación de conceptos con la vida cotidiana... mientras que el superficial buscaría, simplemente, cumplir los requisitos de la tarea. Este último se caracteriza por la  memorización, la imposición externa, la ausencia de reflexión...

El hecho de que nuestros alumnos elijan un enfoque u otro depende de los medios que les proporcionamos para ello y del tipo de evaluación que utilicemos, todo ello embebido en esta motivación de la que venimos hablando.

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