Resurreción
De: Mª Rosario Fuertes Melero
No sabía ni cómo se llamaba. Llevaba sentado en aquel banco de madera una hora y media y, sin embargo, no tenía sensación alguna del paso del tiempo.
Se preguntó qué es lo que iba a hacer a partir de ese momento. Estaba solo y sin memoria alguna. Tal vez se sentía como aquella tierna criatura desplumada que se había caído desde su acogedor nido al frío vacío de la cruel vida.
-¿Qué voy a hacer? -se preguntó. Y se oyó por primera vez su voz como un eco perdido.
Prácticamente acababa de nacer. Era un hombre nuevo y quizás comenzaría una nueva vida.
Sin recuerdos en la memoria, se le ocurrió inventarse una nueva e ideal identidad.
- Me inventaré un nombre y una ocupación. Tendré amigos y una casa nueva.
Saltó del banco como si le hubiesen pinchado. Empezó a caminar. Por el sendero del jardín no se encontró con nadie. Sólo los matorrales, las plantas y los árboles le acompañaban. Los colores de la primavera pintaban cada rincón de la floresta y, por eso, ya no se veía tan gris a sí mismo.
Sonrió y miró la luz del sol que empezaba a calentar su frío cuerpo. Los ojos se abrían radiantes de claridad. Las manos ya no estaban entumecidas. Su cuello ya no estaba agarrotado y notaba el fluir cálido de la sangre en sus venas.
Respiró muy profundamente y oxigenó cada rincón de su cuerpo para terminar de despertar todos y cada uno de sus sentidos.
Esa sí que era una auténtica resurrección. Había vuelto a la vida.