Aunque al principio no le dio gran importancia, lo cierto es que desde hacía algún tiempo echaba en falta su sombra.
Era una sensación entre cotidiana y extraña. Como echar la mano al bolsillo para comprobar si las llaves aun siguen ahí, mirar el reloj sin fijarse en la hora, beber sin sed, o dormir sin sueño.
Pero en cualquier caso se encontraba perfectamente bien.
Quizás no feliz o contento, pero si bien. Y además ¿Cuando había estado él feliz? Cuando era niño. Sí. Pero ¿y cuando más?
¿La habría dejado en algún sitio? Hummm, como recordarlo...
Quizás la olvidó en alguna calle estrecha cuando volvía a casa, o enredada en la luz anaranjada de una farola. Lo que estaba claro es que algo le ocurría.
Lo que antes le gustaba ahora le causaba indiferencia: Comer en la plaza los espaguetis con vegetales de Doña Lucia, el chocolate caliente, las películas irresistibles de Sofía Loren, el café muy caliente...
Vivía en un día gris. Sin SOL, pero también sin LLUVIA.
Y así, un día al levantarse, vio, conmovido, el vaivén jocoso de la sombra del cepillo de dientes. Pero de su propia sombra... ni rastro.
¿Dónde estaba su sombra? Estaba convencido de haberla visto hacia menos de un mes mientras almorzaba con su hermana, por qué su sobrino Marcos jugaba con ella.
¿Y desde entonces?
Inmediatamente se puso a buscarla.
En casa no estaba. ¡Con la colada...! tampoco.
Miró en la oficina, en cada cajón y archivador, tras la silla y en los despachos. Preguntó a los de la limpieza si habían encontrado algo raro... Nada.
Desesperado caminaba de vuelta a casa envuelto en sus pensamientos, cuando..., ¡SORPRESA! Se encontró en un viejo callejón a la vuelta de su casa, donde la encontró. Estaba en la pared, bien cómoda y holgazana. Había cogido algunos kilos, pero era la suya, sin duda.
En ese momento jugaba con otras sombras. Abrió mas los ojos y le pareció ver no una, sino todo un reino de sombras de tipo imaginables y no tan imaginables. Se sintió tan feliz al encontrarla que en su alegría casi se golpea contra el muro.
Ella también se alegró, y por medio de gestos y sombras chinescas se lo hizo saber.
Pero luego llegó la sorpresa. Su sombra se negaba a abandonar aquel reino mágico y acompañarle de vuelta a casa.
Él la espetó. Trató de convencerla, pero no era ni buen hablador, ni mala persona.
¿Que mas podía hacer? Se sentía angustiado y triste.
Se sentó sobre una caja. Apoyado en el muro su sombra lo acompaño, y por un rato se sintieron unidos como lo habían estado en el pasado.
Él no podía obligarla. Ella no quería irse ahora que era tan feliz. Aunque esta situación también la entristecía.
De repente la sombra se irguió, y como diciendo algo, desapareció.
- ¿Dónde habrá ido? - Se preguntó el hombre, sintiéndose aún más desdichado.
Al cabo de un instante reapareció. Traía con ella la sombra de un gato chico que echaba de menos rondar por otras calles y aceras.
Los presentó y ambos se miraron. La sombra del gato movió la cola. El hombre, los dedos. Y ahí está que ambos sonrieron.
Desde entonces camina por la calle un hombre elegante como un gato, que estira su cintura, sonríe y a su paso lo observa todo.
Y cada noche, eso sí, ¡cena un buen pescado!