«Mamá, ¿existirá alguien como Juan?, ¿y le conoceré y podré casarme con él?»
«Mamá, ¿existirá alguien como Juan?, ¿y le conoceré y podré casarme con él?» Luz, mi morena de quince años, en plena adolescencia considera que su hermano Juan es especial. Cuando le pregunto por qué me explica que a pesar de tener caracteres tan distintos y discutir con relativa frecuencia, ella sabe que su hermano siempre estará allí, a su lado, apoyándola.
Apenas recuerda a su padre, dice que sólo lo vio una vez que fue a casa gritando violentamente y se marchó ese mismo día. Nunca más supieron de él. De quien sí se acuerda mucho es de su madre, estaba angustiada por cosas que Lucecita no entendía y en su soledad cayó en la bebida y las drogas. Una ola de autodestrucción que la hundía e iba apagando sus ganas de vivir, hasta que finalmente murió.
Juan ha compartido cada momento de esta desoladora situación familiar. Él también ha sufrido mucho, pero en vez de derrumbarse, desde pequeño ha crecido su deseo de vivir, siempre ha tenido esperanza: la certeza de que se cumplirían las más profundas aspiraciones de su corazón. Luz entiende que es él quien le contagia la pasión por la vida, por vivir intensamente su propia vida. Está segura de que el camino que comenzaron juntos en su lejana Venezuela y continúan ahora en su querida España lo recorrerán siempre como compañeros, amigos... más aún: como hermanos.
¿De dónde proviene su confianza en el futuro? Con envidiable sencillez mi morena la atribuye a la experiencia de saberse querida. En primer lugar por su propio hermano, que nunca la ha dejado, a pesar de las grandes dificultades que han atravesado. Y en segundo lugar por nosotros, su familia. Cuando llegaron la adaptación fue compleja, pero a pesar de nuestros errores se sintieron queridos.
¡Quién nos iba a decir todo lo que recibiríamos cuando decidimos abrir las puertas de nuestro hogar a los chamos caraqueños! En principio éramos nosotros quienes acogíamos a los dos hermanos, pero con el tiempo puedo decir que les agradezco de corazón haber sido recibida por ellos como madre. Yo también he sido acogida, yo también soy querida por mis morenos. Gracias por vuestro estímulo, gracias por vuestro ejemplo, gracias por vuestra vida.
Carmen González Marsal
Especialista en Derechos Humanos
Universidad Complutense de Madrid