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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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Del hombre alterado o del olvido de lo humano

 

¿Qué es el hombre?: he ahí uno de los interrogantes más acuciantes que la razón humana se ha planteado desde siempre. La búsqueda de una respuesta a tal pregunta ha ocupado a filósofos de todas las épocas y latitudes. Kant, por ejemplo, resumía en esa suprema cuestión todas las inquisiciones que se le plantean a la razón teórica y a la razón práctica. "Ser racional", "animal político", "cosa pensante", "ser técnico", "ser hablante"... son algunas de las definiciones más conocidas que estos filósofos han dado de este ente singular y único en el Universo.

Nosotros quisiéramos aquí centrar nuestra atención de forma sumaria en la caracterización que del hombre hace Ortega. En diversos pasajes de sus obras y con finalidades también diversas, el metafísico español describe al hombre como al animal capaz de ensimismamiento al que, por esencia, le es dado liberarse de la atadura de lo otro, del reclamo que permanente y urgentemente ejerce sobre él el exterior circundante. Según esto, el hombre, a diferencia del resto de especies zoológicas, encuentra su ser más propio y auténtico, no en la relación extravertida y sin fundamento con lo otro, no en la incesante llamada del aquí y ahora, sino en el vivir creativamente la propia intimidad en conjunción armónica con otras intimidades. "El hombre exterior" no es genuinamente el hombre, es el ente alterado, volcado a lo otro y, en esa medida, el hombre animalizado, esclavo de la incesante influencia sobre él de los estímulos del entorno.

El noli foras ire agustiniano es ya, en este sentido, una propuesta de humanización del hombre, tendente a hacer de él un ser por completo diferente al simple animal o al mero objeto. Ese imperativo del siglo V tiene hoy plena vigencia y actualidad. Nuestro tiempo, en efecto, es claramente tiempo de alienación y exteriorización del hombre, tiempo del ocultamiento y olvido de lo humano, a lo que manifiestamente contribuyen los medios de comunicación social, el pragmatismo, el economicismo y el consumismo exacerbados. Parece que al sistema político le interesa sobremanera esa alteración y exterioridad del hombre, esa disolución de lo humano en lo animal, dado que así el hombre es más fácilmente dirigible y manipulable. Y es el caso que esta tendencia alienante y alterante la observamos también con verdadera preocupación en el sistema educativo imperante y en los diferentes planes de estudio, en los que subyace con toda claridad un ideal de hombre exterior, desprovisto de toda capacidad de ensimismamiento.

Así las cosas, la recuperación y la salvación de lo humano (y, por tanto, del verdadero ideal de Humanidad) pasa abiertamente por la vuelta al "hombre interior", por el reingreso en las dimensiones genuina y auténticamente humanas, donde el valor y la esencia íntima de lo humano pueden brillar con perdurable fulgor. Ese retorno a la morada propia e inalienable del hombre constituye, a nuestro juicio, la condición de posibilidad indispensable del auténtico humanismo.

 

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