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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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¿Hemos aprendido algo?

 

¿Qué queda del Humanismo en nuestra cotidianidad e imaginación? Del inicio de la modernidad que extiende hasta el límite lo humano, ¿ha sobrevivido algo en esta posmodernidad nuestra?

El Quattrocento ni crea ni destruye, pero transforma la concepción de la realidad. Nada vuelve a ser lo mismo tras el culto al mundo clásico y a sus lenguas como modelos; tras ver en la belleza no sólo la admiración de las formas perfectas, sino el equilibrio ideal entre razón y pasión, norma del comportamiento humano, armonía entre acción y pensamiento, y la medida de todas las cosas; y, desde luego, nada vuelve a ser igual tras el redescubrimiento de la naturaleza y de la historia desde parámetros libres de prejuicios teológicos que formarán la base de la mejor pedagogía.

Aparentemente alejada de esas esferas culturales, pero causa y consecuencia de las novedades humanistas, la evolución económica hacia una forma de precapitalismo que supera las barreras espacio-temporales medievales posibilita la renovación cultural europea. La racionalización de todas las fases de las actividades económicas, marcada por el predominio de la libre circulación dineraria y por el abandono de todo misticismo en favor del afán de lucro, favoreció el nacimiento de la empresa y el auge del mercantilismo. Gracias a ellos, Europa llega al lujo, elemento indispensable para entender la cultura renacentista y apreciar su modernidad.

Los nuevos brillos y luces muestran al hombre en todo su esplendor y su miseria. Del Humanismo, lo más humano es la contradicción. Explicación para entender las cortes, nido di tradimenti para Petrarca, como cuna de los mecenas más recordados, y cómo de los estrechos límites de las cortes nacen los espíritus más cosmopolitas; de la misma manera, del culto al griego y al latín surgen eternos versos en lenguas modernas, y de la copia se crean bellos originales; desde la laicización de la cultura se construyen los más espirituales templos; y, cómo, finalmente, de las obras más antiguas se sacan las lecciones de vida más modernas. Se explota al máximo la suma oximorónica de materia y espíritu que conforma la naturaleza humana.

Cuando el 8 de abril de 1492 Lorenzo el Magnífico muere, termina un viaje iniciado por su abuelo, Cosimo de Medicis, al convertir Florencia en la capital del mundo humanista, centro del equilibrio y monumento a la inseguridad existencial. Los escasos cien años que les separan demuestran la relatividad de un tiempo que más que nunca perteneció al hombre, y confirman que, cosa ferma non é sotto la luna, según Pico della Mirandola.  Ninguna de sus dudas queda ya en nuestro siglo XXI que busca cobardes seguridades y falsas certezas. Desgraciadamente, para rescatar alguna enseñanza de esa época hay que interpretar el Humani nihil a me alienum puto como lema del feroz mercantilismo global que ha acabado con la dilettante curiosidad humanista.

 

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