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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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Reflexiones sobre la mujer

 

Surgen, en ocasiones, divagaciones y observaciones... que tras un velo de añejo resentimiento, se ven nubladas por el halo de lo irreal. Quiero decir, con estas palabras, que evidentemente, las ideas que aquí coloco, no tienen ningún parentesco con la verdad. Son parte de mí, de las lágrimas que me abruman la visión y hacen que esta no sea diáfana... Distorsionada por el dolor, está la imagen de Afrodita, surgiendo de las aguas.

Las Aguas. Y la llegada a tierra firme. Una mujer poco común, en un medio desconocido. Una mujer nunca vista anteriormente. Desvestida por la mirada del hombre. ¿Qué es sino nuevo territorio a regir? Mi ser es como una orilla, y soy una orilla distinta. ¿Qué hizo Colón nada más descubrir América? Pisarla. Pisotearnos: Es la tarea de la conquista masculina. También llega la evangelización o sometimiento, pero primero se te suben encima, y no contentos con ponerte el pie por cima, en ocasiones, te ponen la mano, si no has aprendido bien la letra de la lección, el himno a lo establecido.

Maltratadas. Por el patriarcado, porque somos propiedad, parte de la herencia, parte del "Patrimonio". Es por eso que las huérfanas son acogidas por otros padres adoptivos (de re-puesto), proxenetas en muchos de los casos. Y sí, así se nos trata. Nada ha cambiado desde el siglo V antes de Cristo. Somos posesión, y a la vez somos lastre. Como esa mercancía corrupta que nadie querría adquirir, porque está manoseada y rancia, malograda por el hecho de haber estado expuesta a la soledad del encierro, que no pudo transpirar por la cremallera mordiente en los labios, y las muñecas esposadas con soga de lija.

El gineceo: El gueto femenino. Reducidas a tareas concretas, a ámbitos no cuestionables. No salir del sótano, o de la cocina. O sí, para las festividades religiosas, para ir al mercado tal vez... Todas sabemos del encierro, del "sueño de alas" que nos hará libres. No, señores, las mujeres no soñamos con el príncipe azul que nos rescate del dragón. Soñamos con salvarnos nosotras mismas de príncipes azules que llevan el dragón bajo el disfraz de caballero (andante o "montante"). Aún espero aprender a leer un cuento en el que el caballero no se case con la princesa, sino con la esclava o con la prostituta, marginada socialmente y señalada con acritud. Marcada, como el ganado. Pero los caballeros están muy ocupados  rescatando damiselas en apuros. El cortejo no se hizo para entes que "no necesitan afecto". Las putas llevan un cartel en la frente que reza: "Pase sin llamar". Por eso los caballeros no perderían su precioso tiempo con hembras castigadas, por eso ellas no acaban de curarse jamás: El mimo no casa con lo asilvestrado.

En ocasiones, me han tratado como una puta. Lo malo es que nunca se acordaron de pagarme. Y pienso en las hetairas o heteras: estas mujeres griegas, cultivadas, que entretenían en los festines griegos. Que se mezclan con el vino, como hace el agua en el simposio. Pero ellas conversan, tocan instrumentos y cantan. Hoy en día, es mejor estar callada. Te harán mujer objeto, aunque te sepan capaz de ornar palabras.

Por eso, muda, se es mejor puta en nuestro tiempo.

Y a veces, gritos de socorro. Pero en un lenguaje incomprensible, femenino y reducido. Hago mención a "Pomoc" (el corto de un compañero de la facultad, Abraham Hernández Cubo, proyectado hace más de un año en el Paraninfo, que gira en torno a este tema de la prostitución). No se entiende nuestro modo de duelo, ni nuestra súplica de auxilio. Nuestro lenguaje es otro, porque no somos iguales como género, pero sí equiparables y merecedoras de los mismos derechos.

Por eso, repito, somos mejores putas, si no abrimos los labios del rostro, en los tiempos que corren. Las piernas ya nos las abrirán por fuerza, digamos lo que digamos, digamos "no" o callemos por hastío e impotencia. Y no a "desconocidos en chándal", a veces a nuestra idealizada pareja. Eso sí, no hay que verter lágrimas en su presencia, porque la máscara de pestañas ensucia las mejillas de porcelana. Y ante todo, se nos exige: hay que ser "socialmente" bellas. La perfección buscada en el ser más abyecto. Paradojas del pensamiento que fluye en esta época, ironías tan lastimeras... Como las marcas violáceas del poder sobre los cuerpos, estas pieles aterciopeladas, que magullan con sus nudillos.

Pero tranquilas, hermanas, jamás nos tocarán el alma.

El alma está en otra parte, tarareando nerviosamente para no escuchar llantos ni temibles amenazas. El alma salió flotando del recipiente sin esperanza, es el instinto de supervivencia, que la maternidad encarna.

Porque ni el acoso, ni el maltrato, ni la marginación han desaparecido en el siglo XXI.

 

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