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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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Del filósofo y la vida "terrenal" (o de la tentación de Mefistófeles)

 

 

" Todo aquel mundo de ficción tiene su raíz en el odio a

 lo natural (¡la realidad!), es expresión de un profundo

 descontento con lo real... Pero con esto queda aclarado todo.

 ¿Quién es el único que tiene motivos para evadirse,

 mediante una mentira, de la realidad? El que sufre de ella.

Pero sufrir de la realidad significa ser una realidad fracasada..."

(Nietzsche, El Anticristo, §15) 

 

Es un prejuicio bastante extendido, desgraciadamente incluso dentro de nuestras propias fronteras facultativas, el creer o imaginar un filósofo como asceta, como contemplativo puro, como en éxtasis espiritual, alejado de todo placer terrenal, de toda incitación sensible. ¿O quién no se imagina a un filósofo, con la mirada vacía, la inteligencia trabajando, no haciendo caso ni del hambre ni del deseo sexual, apartado de la carne (y si hace falta con la toga al hombro)?

No hay que culpar a ningún extranjero de ello - los propios filósofos importantes han contribuido a ello. Platón, el padre de la filosofía, criticaba duramente los placeres corporales en pos de los placeres espirituales (¿y no dijo Sócrates, cerca de la hora de su muerte, que el filósofo se dedicaba toda su vida a estar lo más cerca posible del estado pacífico e intelectual de la muerte? [aunque éste sea nulo...]); toda la filosofía cristiana medieval, criticando el vicio, el deseo, el placer carnal, la feminidad, en pos de una liberación espiritual post-mortem en la que nuestra bendita alma, si hemos sido lo suficientemente beatos, se unirá en placentera y eterna contemplación de Dios (por muy aburrida que parezca esta perspectiva de vida post-mortem); Kant, definiendo la metafísica como el intento de sustraerse desde los influjos sensibles a lo suprasensible, racionalmente puro, y definiendo al hombre santo como al que es capaz de evitar las inclinaciones sensibles, corporales, y regirse únicamente por el santo y apostólico deber moral; y, en fin, ¿cuántos más?

¿Les daremos la razón a todos ellos? ¿Seremos los nuevos filósofos, y no sólo los nuevos filósofos, sino también todos los seres humanos restantes, ejemplos perfectos del ideal ascético? ¿Cortaremos de raíz todo influjo y seducción corporal, femenina (aunque para ello debamos seguir el ejemplo de nuestro antiguo predecesor Orígenes, es decir, castrarnos violentamente)?

En verdad, incluso puede que tenga cierto sentido hacerlo. Hagamos un ejercicio de imaginación: ¿os imagináis a Platón, encerrado en la Academia, extasiado en la contemplación (si es que la alcanzó) de las Ideas, mientras devoraba un perfecto banquete y bebía vino a raudales (con lo cual seguramente alcanzaría cualquier estado)?, ¿os imagináis a Kant, escribiendo por la mañana acerca del hombre santo, encerrado en su despacho con vistas directas al campanario de la iglesia, y por la noche disfrutando de un orgasmo brutal en el lecho de una concubina (no hace falta que os lo imaginéis del todo)?, ¿os imagináis a Leibniz, hablando de su justicia divina mientras obliga a sus súbditos a limpiarle los botines hasta ver los preciosos telares de seda importada que cuelgan de las paredes reflejados en ellos? - Absurdo... ¿en serio?

Estamos tan acostrumbados a rechazar lo sensible, tan cristianizados, que incluso en los que no son cristianos reconocemos esa tendencia. ¿O es que Platón, aquel griego del que hemos hablado antes, no afirmaba que el alma o inteligencia también poseía un tipo específico de placer, y que el verdadero éxtasis se alcanzaba cuando los tres tipos de placeres (placer por el cuerpo, placer por la fama, placer por la sabiduría) estaban en perfecta correspondencia, unidos en un torrente general de deseo (aunque, eso sí, siempre dirigido por el deseo del alma)?

¿Acaso todo esto es necesario? ¿Acaso es necesario el rechazo de todo lo sensible, de todo lo material, de todo lo físico? ¿O existe una causa fisiológica, tipológica, en ese rechazo? ¿No debemos aprender a mirar más a fondo para encontrar en ese rechazo a lo femenino una conciencia de debilidad corporal - una marca de histeria que, para curarse, rechaza?

Debemos buscar, debemos ser un nuevo tipo de hombre - un nuevo tipo de filósofo (¿o acaso no son todos los hombres - unos filósofos?). "¡No dejéis que vuestra virtud huya de las cosas terrenas y bata las alas hacia paredes eternas! ¡Ay, ha habido siempre tanta virtud que se ha perdido volando!" (Nietzsche, Así habló Zaratustra, 1 - De la virtud que hace regalos). Dirigir vuestras miradas a la tierra, a lo sensible; aprender de ello - ¿o no podréis aprender del placer? Sólo los débiles, los que no soportan el placer, remiten reactivamente a un mundo en el que el placer es malvado - ¡Hagámonos fuertes! "¡Endureceos!" (Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos - Habla el martillo)

 

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