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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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Una puta muy buena

 

 "Soy una puta, pero una puta muy buena". Esta breve sentencia pronunciada por Sam Peckinpah refleja el carácter sugerente y extremo que tiene su cine: todo es exagerado: el montaje, las actuaciones, el guión... Y todo está puesto al servicio de un fin: retratar, tanto externa como internamente, la violencia en el ser humano. Los conceptos Peckinpah y violencia quedan así asociados como dos eslabones inseparables.

Lo mejor del arte de Peckinpah se aglutina en las creaciones que conforman su llamada "Trilogía Sangrienta": "Perros de paja"; "Grupo salvaje"y "La cruz de hierro". Tres obras con puntos en común pero que reflejan tres puntos de vista bien distintos acerca del odio.

Las tres poseen como tónica dominante un uso abrupto del montaje. Será ésta la principal característica del cine de Peckinpah, lo que lo hace tan difícil de ver y al mismo tiempo lo que otorga totalidad a sus obras. Porque con ese modo tan peculiar que tiene Peckinpah de engarzar los planos, la violencia no está sólo en la historia, sino también en la forma. No sólo presenciamos las vicisitudes de unos inclementes vaqueros, un tranquilo matemático o unos obedientes soldados. Las padecemos. Las secuencias de cualquiera de las cintas que conforman la Trilogía Sangrienta son auténticos varapalos, y el espectador siente que ha sido vapuleado cuando termina de verlas. Somos nosotros quienes sufrimos los disparos.

Pero al mismo tiempo, estas tres obras exhiben tres conceptos distintos de violencia. En "Perros de paja" se nos muestra una violencia inevitable: por mucho que busquemos una solución pacífica, al final no nos queda otra que liarnos a disparos, aunque seamos incapaces. Esta concepción determinista del odio, netamente romántica, es lo que le otorga tono de tragedia griega a toda la obra de Peckinpah, proporcionándole a la vez un alcance universal.

El tono de la violencia que hay en "Grupo Salvaje" es bien distinto: se trata de una agresividad natural, asumida por todos como algo corriente. Que en cualquier momento le vuelen a alguien la tapa de los sesos por un quítame allá ese whisky es el pan nuestro de cada día. Para sobrevivir en el Oeste has de ser un tipo duro y sin escrúpulos. De nuevo, el determinismo de la tragedia clásica.

Y lo mismo les ocurre a los soldados de "La cruz de hierro": o matan o son matados. No hay vuelta de hoja. Al igual que David, protagonista de "Perros de paja", entre el mayor Reisman y sus hombres no existe esa "normalidad violenta" que sí poseía el grupo salvaje, son conscientes de que están viviendo una situación extraordinaria. Por eso, aunque en ocasiones les asalten las dudas acerca de la moralidad de sus actos, han de seguir luchando para sobrevivir, convirtiéndose paulatinamente en cruces de hierro, en objetos sin sentimientos como los que adornan sus laureados pechos de militares. De nuevo la obligación natural de odiar al otro, de convertirle ciegamente en tu enemigo.

Como vemos, tanto por la forma como por el argumento de sus obras, Peckinpah ha de ser considerado el "poeta del odio" de la cinematografía universal. Sus obras son duras, agresivas; pero al mismo tiempo tienen algo que nos agrada, que nos da placer, que necesitamos adictivamente. Porque nos interpretan a nosotros mismos.

Una puta muy buena. ¡Qué verdad!

 

 

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