V: Querido señor R., le suplico disculpe los malos modales que mostré antes, no había visto su enorme y cuadrada cabeza junto al escaparate de los embutidos y fiambres.
R: No tiene importancia, no crea que me asustó con sus disparos de misil tierra-aire. Además, estoy tremendamente impresionado por la fortaleza de mis sesos. Aunque salieron disparados, tuvieron el coraje de volver a situarse dentro de mi cerebro.
V: ¡Qué buenas noticias! Quizás deberíamos montar un número circense, con entrada gratuita al principio -después no-; imagínese: yo dispararía y usted y sus sesos darían espectáculo a la chusma que viniera a vernos.
R: No sé, no sé. ¿Está seguro de que daría resultado?
V: Amigo mío, si hay algo seguro en este mundo es la fortaleza de su vacío craneal.
R está escribiendo un mensaje
V: ¿Decía algo?
R: No, perdón. Me confundí; estaba escribiendo la lista para la compra de los niños.
V: Ah, sí. La compraventa de infantes está de moda en estos días. Podría darle un par de contactos... Lástima que no pueda ofrecerle más. ¿Sabe? Los demás están en la cárcel.
R: ¡Oh, omita los detalles!
V: Como mande su señoría. A propósito: me pregunto si estaría dispuesto a vender sus órganos a un gobierno corrupto e hipócrita que trafica con armas con países más pobres a cambio de uno o dos golpes de estado.
R: Explíquese.
V: Señor R, este mundo nuestro cambia a cada hora, o mejor, cada minuto. Nuestra seguridad es lo primero; después, nuestro estómago. En tercer lugar, nuestro aparato reproductor. El cuarto lugar yo lo entregaría a las neveras y armarios de cocina.
R: Por favor. Es suficiente; estoy decidido: acepto su oferta.
V: Hace usted bien. Tenga en cuenta que uno no encuentra tan fácilmente gobiernos corruptos que quieran órganos.
R: Supongo que no tiene mis datos; se los dejo a continuación:
[Siguiendo lo estipulado por la LOPD- Ley Orgánica de Protección de Datos, el autor ha eliminado toda la información que pudiera comprometer la intimidad de los personajes.]
V: Muchas gracias. Dentro de unos días le llamaremos para concretar todos los detalles.
R: ¿Serán ruidosos?
V: A veces dan problemas, pero esta vez creo que saldrá todo a la perfección. Con usted tengo una intuición.
R: Yo también tengo intuiciones. Sin embargo, ahora mismo estoy concentrándome para alejarlas de mí. Por su culpa tengo sarpullidos en los muslos y los codos.
V: Como le decía, los detalles no suelen ser muy ruidosos. Si, aún así, prefiere un modelo más complejo de contrato, con seguro médico...
R: ... ¿Qué cubre?
V: Amputación de la oreja derecha por congelación en clima superior a los cuarenta grados (Celsius); parto prematuro y mal comportamiento del feto durante la gestación.
R: He cambiado de opinión, no me interesa.
V: Claro que le interesa.
R: ¿Es una amenaza, o sólo trata de seducirme?
V: Encanto, si quisiera lo habría hecho al principio de la conversación.
R: Le amo. Su estilo arrollador, la elegancia con que dispara misiles tierra-aire, la secta económico-católica que ha fundado en una colonia de transexuales masoquistas... Estaba deseando decírselo desde el primer momento.
V: ¿Y bien? Sólo palabras: todavía no he visto ni un cheque.
R: Yo tenía otra opinión respecto de nuestra relación.
V: ¡Irónico! Primero le seduzco, luego usted declara abiertamente su locura, y después de toda esta tragicomedia barata sigue con el convencimiento de que hay algo más aparte del dinero.
R: ¡Tiene que haberlo! Si no, el mundo no tendría razón de ser.
V: Las cosas suceden por los motivos más extraños, hágase a la idea.
R: ¿Tiene un pañuelo?
V: No. De todas maneras, me sería física y metafísicamente imposible dárselo ni en pintura.
V: Ya está; se ha enfadado.
R: Mentira. He tardado tres horas en responder porque tenía que ir a encender la luz, colgar a un condenado a muerte, apagar las velas, cerrar los ojos al gato, comprar dos tenedores para preparar un filete, limpiar los zapatos de una joven que vive en el séptimo piso, y auscultar a dos tuberculosos sordomudos con ganas de pelea.
V: El tiempo es increíble. Cuando sufrimos, cuando estamos más solos y perplejos, sin un apoyo donde reposar la cabeza, alienados en medio de una sociedad cruel y una realidad violenta, es entonces cuando decide pasar despacio, como si quisiera que buscáramos cualquier bote de pastillas y nos quitáramos la vida con él.
R: Mi mamá me enseñó a no tragar pastillas para suicidarme. Me dijo: "Ni se te ocurra. Si algún día te quitas la vida -y espero que así sea- utilizarás el mejor método, el que ya han utilizado tu padre, tu abuelo, y un vecino que era muy amigo de la familia."
V: ¿Cuál es?
R: Eso fue lo que le pregunté a mi madre. Entonces, ella me miró, sonrió al ver las manchas de yogur en mi camisa de los domingos, y me cortó las venas con las tijeras para zurdos que había encima de la mesa de mi habitación.
V: Así, visto desde fuera, me da la impresión de que su madre sobreactuaba. Por otra parte, debo confesarle que me he dormido cuatro veces durante su excitante relato: terror, humor, delirio, romance, aventuras, en fin, y un final trágico e inesperado.
R: Le odio.
V: Yo también, no se preocupe por eso. Tengo los billetes en la mano. Mañana nos casaremos. Todo será distinto.
R: Me da miedo.
V: ¿La boda?
R: Casarme con alguien que me ha disparado, a quien odio, y que ha sido catalogado por eminentes veterinarios como "ejemplar venenoso, sin prótesis dental". Comprendo que su infancia fuera difícil, llena de padres y madres, de golpes y golfas, de intérpretes y traductores...
V: Le prohíbo que vuelva a hablarme en ese tono. El pasado, pasado está.
R: Lo siento. Es que me resisto a creer que dos operaciones de cirugía estética -en los labios y los pómulos- hayan cambiado en algo su personalidad desviada y conflictiva, que tiende a manifestarse los amaneceres de otoño.
V: Te olvidas de la liposucción en los ojos, la depilación de nariz, y la donación de sangre que hice para la sala de animales disecados de aquel museo de ciencias naturales.
R: Perdone. Tenía un juicio erróneo sobre su carácter, en el fondo seguro que es usted dulce como un trucha engendrada de un calamar.
V: Usted nunca ha tenido juicio, señor R.
R: Sí, sí; incluso me acuerdo de que clasifiqué los tipos de juicio que tenía: sintético y analítico.
V: ¡Venga ya!
R: ¿Jugamos a la guerra? No quiero disputas entre compañeros de generación perdida.
V: ¿Qué?
R: Y recuerda que todavía me debe un disparo para acabar con el horror de hijo que nunca tendré.
V: ¡Ah, sí! Por supuesto. Sus deseos son órdenes para mí. ¿Dónde apunto esta vez el lanzacohetes?
R: Al esternocleidomastoideo -para algo tenía que servir esta palabra...
V: Ha sido un honor y un placer...