Ir al contenido

Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

Inicio | Revistas culturales

Tando odio, tan sólo por amor

Hablar de Fernando Vallejo significa hablar de la desesperanza, pero una desesperanza que tiene la peculiaridad de no callarse. La desesperanza cristiana por excelencia es aquella que se lamenta en su trastienda y lloriquea, la que tiene el gesto de un jugador cansado que deja caer los brazos, una desesperanza que se tumba a "soportar" la vida. Pero la desesperanza de Fernando Vallejo es distinta: la suya grita pese a la incomprensión en mitad de los desiertos, por su verdad, rompiéndose la voz por el bien de su causa, sin aflojarla cuando comprueba que nadie responde a su grito. Es una desesperanza guerrera: sé que nadie escucha lo que digo pero no por eso aflojo mi pulso, no por eso lucho con desidia, éste es mi corazón, debo ejercerlo: así alza su palabra.

En torno a él se agolpan los eternos insultos de la Iglesia moralina, dichos con toda su alma corta y todo el desprecio que a los hombres nos ha enseñado a tener. Aunque bien es verdad que si no hubiera sido por ella los habríamos encontrado igualmente. ¿Qué voy a decir de la gloriosa institución? Empezar a enumerar sus hipocresías sería convertirlas en un descubrimiento y prefiero presuponer en el lector cierta categoría humana ya que tengo la ventaja de poder inventármelo. Bien, pues dado que usted está de acuerdo con tales evidencias, daré un paso más.

Pululan por estos tiempos post-modernos muchos y muy grandes opositores a Vallejo. Se molestan porque dice los nombres y apellidos de la infamia de Colombia. Ofende que se atreva a amar públicamente más a los perros que a la honorable raza humana. Se encrespan los lomos de los críticos cuando tira por tierra a Dostoievski, los alzacuellos de los curas cuando llama maricas a los Papas, los comunistas, los reaccionarios, los ricos, los voluntarios, las mujeres, los literarios... 

Y es que hoy en día la pasión no es seria. Las personas pasionales se observan con una sonrisa incrédula que convierte la radicalidad de su corazón en un espectáculo humorístico. Pero ay, si la pasión se atreve a hablar en alto, con claridad, con nombres y apellidos, si la desmesura se premia en el Rómulo Gallegos y se vende en Alfaguara, entonces sí, nada de risas: radical, inmoral, panfletario, proselitista, fascista, reaccionario, narciso, provocador, cínico, insincero y malhablado.

El individuo de nuestro tiempo debe ser relajado y fácil, debe saber cuestionar sus opiniones, ser elástico y cambiar de vela según la oferta que se ofrezca, ya se trate de la marca de leche o la opinión sobre una guerra. En su vida todo depende, no se aferra nunca a causas demasiado claras ni ve bien que los demás se aferren: somos ciudadanos flexibles de una sociedad pacífica que se horroriza con los crímenes de los lugares lejanos, aunque su horror dure exactamente unos segundos, hasta que salen las próximas noticias y llenan de nuevo su retina con alguna otra imagen impactante. Nos lamentamos de la tragedia lejana pero rechazamos la pasión de quien se entrega con desesperación a alguna causa que se salga de la idiosincrasia en la que nos movemos los individuos del ‘mundo desarrollado', donde la única razón por la que está legitimado afanarse hasta la obsesión es el dinero.

No es mi intención valorar la moralidad de estas nuevas tendencias humanas, pero ¿saben qué?, que nunca llamaría inmoral a un hombre que se desprende de todos sus derechos de autor para dárselos a los perros de Bogotá, de Medellín o de donde sea. Y como si oyera vuestros pensamientos: "¿Y por qué no lo dona a los pobres? ¡Con la de hambrientos que hay en Colombia!". Mi respuesta es ¿lo donas tú a algún sitio? Yo tampoco. Y por eso no pienso en alto interrumpiendo al escritor. ¿Por qué no se lo da a los pobres? Pues porque no le da la gana, porque esa raza traidora es de todo menos merecedora de compasión. Porque no se lo merecen, y es cierto, pues no me podéis negar que no hay nadie más culpable de su mal que el propio hombre. Y la pena que le puedan dar a nuestro autor los más pobres de su país se le pasa enseguida que piense que esos mismos pobres si pudieran y llegaran al poder, serían igual de ladrones que los que hay ahora pudriéndose de lujos. Aunque no, ¿saben qué? Creo que no, creo que a Fernando Vallejo no se le pasa la pena pensando en eso, a mí posiblemente sí, pero a él no.

¿Por qué a los animales? Como dijo Gandhi (citándolo como si no fuera obvio) la grandeza de una nación y su progreso moral se puede medir por el modo en el que trata a sus animales. O si las citas se cuentan al peso, cómo no aludir a Whitman, o a Nietzsche, o a mi padre, que siempre dijo que una persona que trata bien a los animales no puede ser mala. Pero da igual porque no se trata de argumentos. Para entender esto solo hay que abrir el alma, y eso es algo que no se adquiere con la erudición. Y he aquí la desesperanza: Vallejo trata temas que no se pueden enseñar. Por eso sus lectores no suelen tener término medio, entre ellos casi nunca hay concordia, ni debates, ni reformulaciones; entre ellos hay amantes o detractores pero escasas veces una comunicación: los que lo aman ya estaban de acuerdo con él antes de leerlo, los que lo odian igual, y  este es el Desierto. ¿Qué sostenibilidad se le puede conceder a un hombre que dice que un japonés de patas cortas no se puede comparar con una ballena que es grande y hermosa? Desde luego la sociedad no está preparada para su palabra como no está preparada para la de Nietzsche, aunque a éste ya no le insultan porque está muerto, sus libros se publican entre los clásicos y es citado por otros muertos, lo cual no implica en absoluto que se le haya comprendido.

No se entiende, Vallejo, que el odio provenga del amor: nos han enseñado los curas que el amor produce "buenas obras", de la misma forma que nos han enseñado que llorar es signo de sufrimiento. Pero yo digo, también gritando en el Desierto, que el llanto no es ni mucho menos la forma más profunda de dolor, que no hay nada tan mezquino como la limosna y que hay quienes aman tanto que llegan a odiar a quienes aman cuando no se cuidan a sí mismos, se destruyen y emponzoñan a otros, como nosotros, los hombres. A todos aquellos que quieren rebajar a Vallejo acudiendo a palabruzcas manchadas ya mil veces por los curas, como "inmoralidad", yo les digo que detrás del odio de Vallejo hacia su patria, hay un escritor que ha renunciado a venir a España hasta que no se dejen de exigir los visados a los colombianos, y que lo ha cumplido, a diferencia del muy moral García Márquez (buen prosista y postmoderno en su mesura). Pero no es que Vallejo no odie a su patria, sino que también la ama, ama la patria que odia. ¡Allí le insultan porque ha renunciado a su nacionalidad colombiana! ¿No entienden que es el que más la ama, pero el amante más dolido? ¿qué corazón sabe sentir ese dolor? Demasiado pocos. Sin embargo, a algunos nos da fuerza aquella voz desesperada en medio del Desierto. Gracias, Vallejo.   

 

 

Comentarios - 0

No hay comentarios aun.


Universidad Complutense de Madrid - Ciudad Universitaria - 28040 Madrid - Tel. +34 914520400
[Información - Sugerencias]