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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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Fuera del lenguaje

 

Hace relativamente poco tuve una discusión con un colega, profesor de Lengua y Literatura en un instituto de Madrid, acerca de la función de los pronombres personales.  La conversación arrancaba de un librito de gramática, aún no publicado entonces, que yo le había dejado para que lo leyera.  Este profesor al que me refiero es coautor de un Manual de Lengua para Bachillerato, así que se puede decir que sabía bien de qué se trataba.  El caso es que, después de haberlo hojeado, me dijo que el autor (ya lo conocía de antemano) piensa que ha descubierto la pólvora, pero que en el fondo lo que dice ya está dicho: en resumen, que presenta como novedoso lo que no lo es, así que es doblemente ignorante.

Desde luego que yo no pretendía que en el libro se fuera a encontrar grandes novedades, o que el autor echara por tierra todo lo que hasta estonces se había escrito y se sacara de la manga una gramática o un modo de hacer gramática ex nihilo, pero sí me parecía que, a pesar de seguir los pasos básicos que sigue cualquier gramática, se deshacía de ciertos errores y cargas tradicionales que impiden entender lo que se está haciendo cuando se habla.  Uno de ellos, quizás el más fundamental, es que en la inmensa mayoría de gramáticas se habla del lenguaje como una cosa real, como algo que participa de la Realidad, es decir: que la Realidad está fuera del lenguaje y existe con independencia de él, antes que él.

En la breve conversación que tuvimos salió el tema de la anáfora, que yo aproveché para preguntarle si pensaba que los pronombres personales o los deícticos hacían referencia a algo.  Él afirmó que sí y me aseguró que los pronombres del tipo de YO o ESTO tienen una función anafórica, es decir: que sirven para hacer referencia a algo que está ya dado de antemano, con independencia del lenguaje, en el contexto lingüístico.  Así que si yo digo en este momento 'yo' lo que hago es referirme a mí mismo, pero no como a "cualquiera que sea que esté ahora hablando", sino como a una persona real que existe con independencia del acto de habla, es decir: que me refiero a mí como persona, con mi nombre y apellidos, mi número de NIF y mi fecha de cumpleaños.

Desde luego que éste es un error del que participará la mayoría de los que lean este artículo, que pensarán seguramente que el mundo en el que viven, las cosas que ven y que les rodean, no son producto del lenguaje, sino que viven de por sí y que están ahí antes, con independencia de su lenguaje.  Pues bien, a mí no me queda más que retarles desde este artículo a que lo demuestren, a que traten de demostrar que si alguien me tira una piedra a la cara y me da en ella y me hace brotar roja la sangre de las narices abajo, todo eso pasa con independencia del lenguaje, que todo eso puede pasar sin que nadie lo oiga o lo vea o lo sienta ajeno a ningún tipo de lenguaje.  Mientras tanto, yo seguiré pensando que no, que lo que hacemos constantemente es confundir nuestro lenguaje con el lenguaje, creer que el nuestro es el único que hay y que, por tanto, nuestra Realidad es la única posible y que, en consecuencia, existe de por sí; pero que, desde luego, eso no son más que ilusiones nuestras.

Y como esto de hablar se confunde constantemente con aquello de lo que se habla, como se confunde constantemente el lenguaje (que es pura acción) con la realidad (que no es acción, sino significado) voy a darle, antes de despedirme, al gracioso lector una lista de palabras e índices sin significado, para que las medite: 'allí', 'aquí', 'ahora', 'hoy', 'yo', 'tú', 'tu', 'mi', '-ba/-ía' (pret. imperf. ind.), 'David', 'Róterdam', 'Ebro', 'España', 'cinco', 'quinto', 'no', '¿?' (entonación de pregunta).

 

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